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Nuevos lectores

El libro ya no levanta barreras entre los indocumentados y los estudiosos

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Una nueva modalidad de lectura empieza a imponerse en círculos culturales del país. Sale al mercado un libro, y al instante los medios dan a conocer uno de sus pasajes o una sola frase escondida entre sus páginas, que son arrojados en forma de carnaza a la arena de la opinión pública. Acto seguido se arma un escándalo mayúsculo porque las palabras subrayadas o el episodio puesto en el escaparate vienen cargados de pólvora. Un viejo escritor rijoso hace confesión de estupro. El Papa habla de condones. El ex mandatario causante de una guerra declara que trató de impedirla porque en el fondo de su corazón duerme el alma de un pacifista convencido. No hace falta saber más. ¿Para qué molestarse en leer el resto si el autor ya se ha retratado en tan pocas líneas? Lo atractivo, lo rentable en términos de economía cultural y mental, es invertir el tiempo que habríamos dedicado a pasar las páginas en dar voces a favor o en contra, en participar en el alboroto colectivo sin otra credencial que la de haber oído de pasada la correspondiente cita del texto.

Hay excesiva carga de información en el ambiente, dicen los especialistas. El hombre culto en nuestro tiempo no puede aspirar a la totalidad del conocimiento, sino solo a aquel que le viene seleccionado o al que él es capaz de discriminar por sus propios medios. Este innovador mecanismo de transmisión actúa como los envases de comida precocinada que ahorran tiempo y esfuerzo al consumidor. Un invento moderno para evitarse el pesado trámite de obtener información de primera mano y el no menos engorroso trabajo de pensar con cabeza propia. Álvaro Cunqueiro retrató en una de sus fabulaciones a una meiga gallega que, sin saber leer, era capaz de hacerse con el contenido de cualquier libro mediante el expeditivo procedimiento de pegar la oreja a sus tapas. Algo parecido empieza a suceder en este prodigioso comienzo de milenio, y no solo con las novedades editoriales. Una gran parte de la población conoce del Quijote apenas tres o cuatro dichos que Cervantes nunca escribió, o escribió de otra manera, y cree que Shakespeare dio en la diana poniendo en boca de Hamlet el «ser o no ser», a partir de lo cual se echó a dormir en los laureles.

Si usted es un lector o una lectora a la antigua, no se le ocurra esgrimir la autoridad de quien ha fatigado bibliotecas y lee los libros con atención y en silencio. No le harán el menor caso. El libro ya no levanta barreras entre los indocumentados y los estudiosos porque se ha descubierto una nueva forma de relación con él. En cierta ocasión preguntaron a una miss si le gustaba Vargas Llosa, a lo que respondió que no había leído nada suyo pero le profesaba una rendida admiración como escritor. Era una precursora de esta tendencia tan rabiosamente moderna que consiste en leer sin haber leído. De oídas, como la meiga de Cunqueiro.