opinión

Alfonso Canales

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Cuando se muere un poeta de verdad el mundo pierde valor. Alfonso ya no deseaba permanecer en él y se quedaba en su casa enladrillada de libros. Unos 20.000 amigos callados pero despiertos. En la docta penumbra de su biblioteca hemos pasado muchas horas a lo largo y lo ancho de una estrecha amistad, sin posible decaimiento. Últimamente no quería ver a nadie, quizá porque no quería que nadie le viera a él. Desde la muerte de María Luisa se recluyó, convirtiéndose en su bibliotecario. ¿Cómo no voy a entender eso? Cuando ya no está la persona con la que estuvimos siempre nos hacemos una idea aproximada del vacío. Alfonso Canales era una mezcla de señorío, de timidez, de rigor y de pudor. Tenía cierta aureola de persona difícil, pero para mí fue siempre sencillísimo. Hay quien confunde un carácter más o menos dado a las expansiones con un talante hosco, que es como confundir a alguien vidrioso con el cristal de Bohemia, que era el material del que él estaba hecho.

Los finales no suelen ser buenos. Llamaba yo a José Manuel Cabra de Luna, que le había editado algunas cosas de esas que deben venderse en las joyerías, para ver si podíamos ir a verle. No hubo manera. Me resigné, desterrándome a la memoria. Para estar con mi viejo amigo me basta con releer 'Port Royal', 'El candado' o 'Réquiem andaluz', entre otros libros duraderos. En 'La teja' están quizá sus poemas más estremecedores, cuando se le tambalearon, o eso me pareció a mí, algunas convicciones. Alfonso era católico, lo que en determinadas épocas no debe ser nada fácil. También era un malagueño inusual. Recuerdo que se lo quiso llevar a Madrid su gran amigo Enrique Mapelli. Era lo que se llama una oferta tentadora, pero él no entendía la vida fuera de su Málaga. Como no fue un disidente tendrá que esperar para que le hagan justicia literaria.

Ya se sabe que el lugar que a cada cual le asignen en el parnaso depende de los acomodadores.