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Camacho

Hubiera sido imposible culminar la transición de forma pacífica de no haber sido por gentes como Marcelino

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Marcelino Camacho era un hombre que entregó su vida a la lucha por la libertad durante la dictadura de Franco y que entregó su vida a la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores durante la dictadura de Franco y la democracia.

Camacho fue un modelo de persona coherente hasta su muerte. Hijo de un guardagujas de la UGT, trabajó como fresador en la Perkins, se fue a vivir a un pequeño, pequeñísimo, piso en Carabanchel, muy cerca de la prisión en la que pasaría muchos años de su vida. Él y su mujer, Josefina, sabían que las rejas serían su habitáculo y Josefina quería estar cerquita de su marido.

Hay en toda la biografía de Camacho un aire misionero, de entrega a los demás, de cariño por los que peor están, de afán por mostrar el Evangelio -buenas noticias- de la libertad, de la izquierda, de la utopía de un mundo mejor, aquí en la tierra. Posiblemente fue sindicalista antes que adolescente; fue uno de los padres de Comisiones Obreras (CC OO), militante del PCE ilegal, luchador incansable de frases largas y vocación didáctica.

Procesado por el desaparecido Tribunal de Orden Público (TOP) en el juicio 1.001 -que sentó en el banquillo a la dirección de CC OO el 20 de diciembre de 1973-, fue un trabajador que quería que los trabajadores dignificarán su vida, un obrero que solo quería ser obrero.

Para los periodistas, Camacho era un lío, le preguntabas por la negociación colectiva y podía explicarte lo que era la plusvalía, la fuerza de trabajo y las contradicciones internas en el bloque dominante capitalista.

Antes del lenguaje políticamente correcto de los años 90, Camacho ya enhebraba sus discursos con el «compañeros y compañeras» a finales de los setenta.

Camacho fundó su propio sindicato antes de formar parte de Comisiones Obreras, una de las organizaciones que más luchó por las libertades en nuestro país. Cuando el magistrado que le juzgaba el 20 de diciembre de 1973 le preguntó cuál era su profesión, Camacho contestó: «soy obrero, hijo de obrero, porque en España todos los obreros somos hijos de obreros». La respuesta irritó al magistrado del TOP, que normalmente venía irritado de casa. Minutos después de empezar el juicio, que sentó en el banquillo a Camacho, Sartorius, Saborido, el cura Paco, Costilla., Carrero Blanco volaba por los aires de Madrid, asesinado por la banda terrorista que ustedes saben. Posiblemente ahí empezó la transición que no hubiera sido posible culminar de forma pacífica de no haber sido por gentes como Camacho.

Ha muerto Camacho, cuya vida es inexplicable sin su mujer, Josefina Samper, igual de luchadora, igual de corajuda, igual de generosa, aunque menos conocida. Descanse en paz el hombre que hizo de su vida una forma de lucha por una vida mejor.