Recreación de la lucha contra los franceses en la conmemoración de San Fernando. :: ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

Que peleen los ingleses

Frente a valientes anónimos del pueblo llano, surgieron figuras como las de Lardizábal, Zayas o Lapeña La cobardía y falta de estrategia militar de algunos generales españoles fueron duramente criticadas por los historiadores

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Ni valientes, ni preparados, ni buenos estrategas. Los generales españoles, por su comportamiento durante la defensa de Cádiz -con muy contadas excepciones- merecían haber figurado en la historia de la infamia de este país. Cádiz se salvó por el valor de sus soldados, pero sobre todo de los hombres y mujeres del pueblo, que sí supieron estar a la altura de las circunstancias.

Algunos de los episodios más deshonrosos de los militares de mayor rango se vivieron durante el cerco a Cádiz, cuando se planificaron las expediciones para tratar de cortar las comunicaciones de los franceses con el resto de la península o simplemente de hostigarlos. Junto a los españoles estuvieron los ingleses, que a menudo demostraron más valor y mejores tácticas. Muchos de ellos murieron en la batalla. Pero los británicos no se llevaron una buena impresión de sus entonces aliados, a lo largo de todos los años que duró la Guerra de la Independencia, hasta la retirada del Ejército de Napoleón.

Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, llegó a decir tras la batalla de Talavera que los españoles «asustados por el ruido de su propio fuego, tiraron al suelo sus armas y equipos y sus oficiales huyeron con ellos».

Si bien es cierto que los ingleses y los españoles por aquel entonces eran aliados, había una desconfianza total en el pueblo hacia los que tan sólo tres años antes habían sido los enemigos que atacaron a las naves españolas y francesas en la cruenta batalla de Trafalgar.

Las escaramuzas en Cádiz comienzan justo tras la llegada de los 8.000 hombres del duque de Alburquerque, que logró intuir que si los franceses alcanzaban antes que él las tierras gaditanas, la guerra estaría perdida. Pero antes de que el duque cruzara el puente Suazo, con sus hombres extenuados, el capitán Diego de Alvear y Ponce -que merece también ser apartado de este grupo de militares incapaces- ya había empezado a fortificar la ciudad. Prueba de la escasa confianza que tenían los ingleses en la resistencia de los gaditanos es que invitan a la esposa de Alvear y Ponce, la irlandesa Luisa Ward, a subir a los buques británicos, ante la inminente llegada del Mariscal Víctor.

La artillería preparada por Alvear no sólo resiste a los franceses, sino que les hace retroceder. Fue la brillante batalla de Portazgo. Una victoria que se conmemoró, 200 años después y hace tan sólo unos días, en La Isla, durante las celebraciones del Bicentenario.

Pero no hubo mucho más alegrías, salvo episodios aislados que responden más al valor de algunos bandoleros, labradores o simples hombres y mujeres del pueblo, sobre todo de la sierra, que a la organización militar.

Que Dios reparta suerte

La primera gran expedición se organizó a Ronda, al mando del general Luis Lacy y Gauthier, gaditano de origen irlandés. Un hombre al que algunos foros militares actuales siguen ponderando como un ilustre general. Lacy, entre otros errores y dudas, dejó abandonados a su suerte a los guerrilleros de la serranía de Ronda y a la guarnición del castillo de Marbella. Lo narra escuetamente uno de sus contemporáneos, José María Queipo de Llano, conde de Toreno. Algunos historiadores apuntan a que las prisas de Lacy por volver a Cádiz se debían a su debilidad por las mujeres. Otros aseguran que en aquellas encuentros contra los franceses, Lacy -que había pertenecido al ejército galo- hizo todo lo que estuvo en su mano. Ahí queda la otra versión.

No contentos con ese pobre resultado, la Regencia (el Gobierno en ausencia de Fernando VII) decide dar a Lacy otra oportunidad, con una nueva expedición, justo al otro lado, hacia la zona de Niebla (provincia de Huelva). Aunque en un primer momento consigue un relativo éxito, su rápida retirada a Cádiz hace que la victoria sirva de muy poco.

Pero si hubo un militar español que simbolizara la falta de coordinación con los aliados fue el teniente general Manuel de Lapeña, que tuvo fuertes discusiones con su homólogo, el general Graham, durante los movimientos previos a la batalla de Chiclana. A Lapeña se le criticó duramente que abandonara al conquista de Medina, para dirigirse al encuentro de José Pascual de Zayas y Chacón, otro militar español.

Fallo de cálculo

Dentro de esa estrategia hispano-inglesa, Zayas al menos cumple su parte. Salió de La Isla de León y cruzó el caño Sancti Petri, pero allí le esperaban los franceses con más fuerza de la que él había calculado. Zayas contaba con que Lapeña hubiera 'entretenido' a los galos atacando Medina, pero no había sido así.

Otro de los militares de rango que tuvo una gran importancia en la planificación de la batalla de Chiclana fue el general Lardizábal. A este último, no se le podía atacar por su falta de valor, pero sí por su escasa preparación. José María Blanco White le llama, además, «vanidoso». El escritor y periodista lo narra de la siguiente manera: «Adelantó su artillería por la orilla del mar sin tropas suficientes que la defendieran; hizo fuego antes de estar a tiro y lo hizo desde una posición tan baja que las balas debían pasar por alto o dar en las laderas a la mitad del camino». Lardizábal pelea con tal ardor contra los franceses que tienen que ir a rescatarle a golpe de bayoneta. Los galos se retiran.

Tras esta acción, vuelve el desacuerdo con los ingleses. Lapeña se da por satisfecho y Graham proponen seguir adelante. El general español permanece a la expectativa, mientras los ingleses, con los batallones españoles de Cantabria, Sigüenza y los Voluntarios de Valencia, se mantienen en el Cerro de Puerco. Al mando se queda el escocés Graham, que decide atacar Torre Bermeja. El Mariscal Víctor envía dos brigadas. Fue una batalla durísima. Los ingleses tuvieron aquí más de mil muertos según Ramón Solís (200 según otras fuentes y hasta 900 heridos), entre ellos, 50 oficiales y demostraron su excelente preparación para la batalla. Los franceses perdieron a 3.000 hombres. Lapeña no acudió en su auxilio, lo que motivó una nueva bronca cuando Graham regresó a la Isla. El escocés, con fama de buen militar pero de colérico, escribió años más tarde: «De no haber sido por las acciones del general español [Lapeña] la victoria habría podido suponer el levantamiento del bloqueo sobre Cádiz».

Su jefe, Lord Wellington, tampoco duda de esta versión, le felicita en una carta y llega a decir que Lapeña merecería ser juzgado por un tribunal militar.