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Las letras y las ciencias

Los sucesivos sistemas educativos han tendido a la separación excluyente de estas dos ramas del conocimiento

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A estas alturas del milenio la cultura española no se ha sacudido todavía una de sus peores rémoras. Ni los prejuicios ideológicos, ni el oscurantismo religioso, ni las inquisiciones y censuras de distinto color han causado entre nosotros tantos estragos como la secular dicotomía Letras-Ciencias. Los sucesivos sistemas educativos han tendido siempre a la separación excluyente de estas dos grandes ramas del conocimiento, como dos hemisferios cerebrales llamados no solo a interpretar el mundo de diferente manera, sino a permanecer reñidos el uno con el otro. El letrado menosprecia al científico y este a su vez le devuelve por encima del hombro una mirada de suficiencia trufada de desconfianza. Se es de ciencias o de letras como si se militara en la cofradía del agua o en la del aceite, con mutuo resentimiento, con una vehemente aversión a todo cuanto provenga del otro frente. Pero en este necio divorcio hay una parte más irresponsable que la otra.

Que un matemático no haya leído a Góngora o sea incapaz de apreciar las delicias de la pintura goyesca, pase. Él se lo pierde. El porvenir del cálculo infinitesimal o de la cibernética aplicada a sistemas industriales no se va a resentir gran cosa por el hecho de que los sabios en esos campos se sientan escasamente fascinados por el cine de autor. En cambio, a poco que un escritor sea exigente consigo mismo, debería estar al corriente del estado actual de la ciencia. No se entiende que la mayoría de intelectuales considerados faro de las Humanidades y guía de la Opinión -tertulianos incluidos-, tan puestos en lo tocante a la política de partidos, las novedades literarias, los insondables arcanos de la ley y hasta la marcha del mundillo del espectáculo, sean incapaces de formular siquiera el principio de Arquímedes. Nada digamos si de lo que se trata es de prestar atención a los avances de la bioquímica o de las ciencias del clima. Con ser portentosos muchos acontecimientos que conmueven al planeta en forma de catástrofes naturales, conflictos bélicos o disputas deportivas, ninguno de ellos es comparable a lo que está ocurriendo en los laboratorios donde se investiga sobre las sinapsis neuronales. Para bien o para mal, empezamos a ser testigos de realidades que hace un lustro parecían quimeras. Tenemos fármacos para borrar los malos recuerdos. Microscopios que ven el aire. Aceleradores de partículas que desafían la idea del tiempo. Robots con más actividad mental que bastantes de nuestros congéneres. Y entretanto el hombre y la mujer de letras siguen viendo pasar el tren del progreso técnico-científico como la vaca que pace absorta en el pasto de las emociones líricas y las divagaciones metafísicas. El universo se transforma vertiginosamente y con él los modos de vida, los desafíos del saber, los nuevos patrones de pensamiento. Pero aquí los de letras nos quedamos en el comentario de texto. Y a mucha honra, por lo visto.