Opinion

Colegio y educación

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El Premio Nobel Bernard Shaw, con su acerada ironía irlandesa, declaraba: «Suspendí mi educación cuando tuve que ir al colegio». No sé cómo serían los colegios de Dublín a los que asistió hasta los 16 años el escritor, pero puedo imaginar que no encontró en ellos los estímulos y acicates que un niño necesita no ya para ser un genio sino simplemente para formarse como ciudadano y para aprovechar sus aptitudes.

Yo tengo una opinión diferente acerca de mis años de colegio. Y es que de mis profesores lo aprendí todo. No sólo los dos grandes misterios de la lectura y la escritura, que me abrieron los múltiples mundos de la literatura y me permitieron crear, con mayor o menor fortuna pero con las herramientas a la mano, el mío propio. Con ello ya tendría razones sobradas para el agradecimiento. Pero también me enseñaron el arte y la geografía, la ortografía y la ética, la biología deslumbrante y la historia, que nos devuelve la memoria y nos advierte sobre el futuro. En la escuela me enseñaron a observar, a criticar, a analizar. Me animaron a acercarme sin miedo ni prejuicios a todo lo que me rodeaba, a sopesar las partes y a hacer las elecciones pertinentes.

Me entristece pensar que muchos niños y jóvenes puedan hoy hacer suya la frase de Shaw, que vean en el periodo escolar una pérdida de tiempo, una suspensión improductiva en su existencia. Y no creo que debamos achacar esta situación sólo a los erráticos planes de educación, ni mucho menos a una imperfección connatural de los cerebros de los escolares, que no son ni más ni menos inteligentes que los de cualquier época. También en esto tendríamos que desechar los prejuicios y valorar el problema desde diferentes puntos de vista. Es tarea de padres y madres, maestros, políticos, alumnado; es tarea de todos plantearnos dónde falla el sistema y por qué la palabra «colegio» ya no es sinónimo de «educación».