NADANDO CON CHOCOS

ROMA

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Si le daban dos o tres series buenas, no veas qué jolgorio, chico. Era cosa rara eso, y de pronto te veías de pie, aplaudiendo. Pasaba de vez en cuando, porque la cosa estaba jodida para ver un buen toro y una buena faena, pero es que te venías arriba y sentías muchas cosas, algo así como lo que me cuentas que te pasa cuando ves a la chavala esa del Instituto, que te trae loco. Ay Paquito, lo que era ver salir un toraco de esos a los medios, galopando, frenarse así en seco, rás, levantar la cabeza con aquellos dos pitones y mirar desafiante a la plaza... O verlo embestir al caballo, de lejos. Esos toros con esa casta que había en algunas ganaderías, que eran chulos, valientes. Ya no quedan animales valientes, que antes los había, y tenían nombres y la gente los admiraba y se escribía de ellos. Tampoco se escribe ya de los animales, fíjate. Me acuerdo de un 'pavo' que se llamaba Joyerito, que está en la acuarela esa de ahí en la pared y que salió a Las Ventas. Qué toro... Madrid era la leche ¿sabes? con miles de tíos viendo a un sólo hombre. Le pitaban, o lo sacaban a hombros, depende de lo que hiciese el paisano, de los cojones que tuviese para darlo todo, que a los toreros también les pegaban unas cornadas que no veas y se venían arriba, como gallos y a veces toreaban como si fuesen ángeles que venían del cielo. Paula, Antoñete, Curro Vázquez, José Tomás... Y Sevilla, Pamplona, Azpeitia... Bah, déjalo estar, que me entra la negrura. Aquello no era divertirse, tampoco, al menos como tú lo entiendes en la discoteca, no, era distinto: te ponía contento, pero te revolvía por dentro cuando esos tíos se la jugaban así... Porque entonces estaba permitido jugársela, que no lo habían prohibido los hijueputas del Gobierno. Porque antes había peligros y héroes, glorias y sangres, como en el Circo de Roma, ¿me sigues?».

-¿Qué es Roma, abuelo?