Editorial

Reflejo de la Historia

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El presidente del Gobierno debió olvidar, en el Debate sobre el estado de la Nación, que la cita de Rodiezmo, ante los mineros de León, tendrá lugar apenas tres semanas antes del día de la huelga general convocada por CC OO y UGT. De ahí que, tras anunciar en aquella ocasión su asistencia, ayer se anunciase que Zapatero no acudirá porque no existe el «clima pertinente» para su intervención. Es evidente que su presencia en el acto hubiera resultado embarazosa e impropia, y se cuenta que el secretario general del sindicato socialista, Cándido Méndez, montó en cólera al saber que también este año le había cursado invitación SOMA-UGT. El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE tiene que tomar conciencia de que el fracaso de la negociación social y la ulterior promulgación de una reforma laboral por decreto-ley termina de romper los últimos vínculos de familiaridad entre su partido y el que fuera sindicato afín, fundado también por Pablo Iglesias. Ya en los años ochenta, el entonces secretario general de la UGT, Nicolás Redondo, abandonó su escaño de diputado y poco después desaparecía la afiliación simultánea al PSOE y a la UGT. Aquel distanciamiento, saludable sin duda, fue parte de un proceso de profesionalización de las organizaciones obreras, que, tras abandonar el dogma de la lucha de clases, fueron perdiendo su carga ideológica y convirtiéndose en instituciones meramente representativas de la fuerza del trabajo. Cabe, pues, que las formaciones de izquierdas mantengan cierta cercanía a los sindicatos, más histórica que real, pero la buena salud de la democracia, con su separación de poderes como piedra angular del equilibrio global, obliga a que desaparezcan ciertos vínculos que enturbian la objetividad en la negociación social. La huelga general que padecerá Rodríguez Zapatero, semejante a las que ya sufrió el también socialista González (Aznar tampoco se libró), debería servir para que el presidente del Gobierno abandone sus ensoñaciones obreristas. El proletariado se ha convertido en clase media y los partidos, que deben procurar el interés general, no deben confundirse con quienes, como los sindicatos, defienden un interés de parte muy concreto.

Hoy puede visitarse ya el nuevo Museo del Ejército, sito en el remozado Alcázar de Toledo, uno de los mejores del mundo en su clase, según destacó ayer, en la brillante inauguración, el Príncipe de Asturias. Hace algunos días, se suscitó una polémica al difundirse que el nuevo Museo no recogería algunos episodios relacionados con el Alcázar, como el despacho del general Moscardó, o determinados elementos relacionados con la División Azul y con los contendientes en la Guerra Civil. Finalmente, se han subsanado todas las lagunas, con el ánimo de que el museo sea, como dijo la ministra Chacón, «un riguroso reflejo de la Historia». De hecho, la Real Academia de la Historia ha supervisado los contenidos de la magna muestra castrense. El Ejército, entroncado con nuestra vicisitud histórica y hoy depositario democrático de la fuerza de la Nación, merece sin duda contar con este referente narrativo, que contiene elementos esenciales para la comprensión de nuestros orígenes. La ciudad de Toledo, cuya principal industria es su pasado, según Barreda, es sin duda el continente idóneo para custodiar este valioso acervo, que aporta datos esenciales a nuestra identidad nacional.