Opinion

Corazón de malaquita

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Aquel día de febrero, de hace veinte años, durante el que furtivamente, en sigilo, liberaron a Nelson Mandela, un agudo chasquido se escuchó en toda África y un relámpago de ira maniatada sesgó el albor como un machete. Y un sudor salvífico humedeció el alma de los guetos. De todos los reductos espinosos donde la ignominia aísla a los estigmatizados, con el único fin de estrangular las voces de sus almas. Rondaba la venganza. Algunos esperaban con lascivia, un ajuste de cuentas de Madiba, tras 27 años de duro encarcelamiento; una cruenta revolución justiciera de canto y retumbante marcha al estilo zulú, con los escudos y lanzas por delante con la razón enajenada . Mas la actitud sosegada, misericordiosa, compasiva y tolerante de Mandela descrestó toda tentación de ciego alzamiento. A los que, como a mí, la represión del 'apartheid' nos ha obligado a utilizar mingitorios para blancos, como si nuestra orina fuera áurea e incólume, entre otras aberraciones, hemos visto el otro día con emoción inmensa como Madiba recorría en un cochecito el césped del estadio en el que nuestra Selección de Fútbol iba a erigirse en reina de la honestidad atlética y el talento deportivo creativo y abnegado. Ver así a Madiba, someramente disipado, saludando con gestos afectivos automáticos dirigidos por Graça Machel, la que ya lo acaricia como a un niño y no como a un gallardo búho real omnisciente, se nos hizo un nudo corredizo en la garganta.

No pudo el trueno de la trompetería acallar el clamor de la negritud, justo en ese momento propio para exorcismos. Las voces acampanadas de los zulúes, de todos los bantúes, de los bosquimanos, de los basutos de Lesoto, de los xhosa, fluían de su mirada de anciano fatigado como tumultuosos manantiales en busca del cauce definitivo que las hermane con las de los afrikáners, los bóers contra los que militó incruentamente, gracias a su capacidad monumental de perdonar. Su actitud mesurada para sofocar los focos incendiarios en el CNA, tuvo efectos sanadores. Sin decisión, sin concordia, sin valentía y compromiso con el bien común, no merece la pena vivir la vida propia de la especie humana. Desde lo más nimio, incluido el deporte, hasta lo más enjundioso y primordial. La guardia pretoriana, en posición de descanso, del grupo de majestuosos leones que custodia el monumento a Rhodes en Ciudad del Cabo, bien sabe que puede mantener ese gesto confiado, gracias al magnánimo corazón de malaquita de Madiba. La misma malaquita que a modo de mensaje verde esperanzado, adorna la base de la copa que ha ganado España.