Dos de los primeros clientes de la noche de Garum llegan al local apenas un rato después de que abra, y acceden al interior donde les esperan docenas de prostitutas :: ÓSCAR CHAMORRO
Ciudadanos

Una noche en el hotel del sexo

La crisis y el temor a posibles redadas reduce el número de clientes en los locales de alterne más conocidos de Cádiz Lujo y ambiente rústico tras la puerta del Garum, uno de los clubes de la familia Galán

CONIL. Actualizado: Guardar
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«Hola, guapo, ¿cómo estás?; ¿me invitas a una copa, o subimos a follar?». Éstas son las primeras palabras que Nora, una joven brasileña de apenas 23 años de edad, pronuncia cada madrugada a sus clientes. Regentado por la familia Galán, el Club Hotel Garum ha vuelto a abrir sus puertas en Conil, después de que una orden judicial lo precintara.

En medio de la noche cerrada de marzo, su enorme letrero luminoso con el eslogan 'El lugar ideal para relajar cuerpo y mente' luce de nuevo sobre el aparcamiento. La vida dentro de uno de los prostíbulos más conocidos de la provincia sigue igual; o casi.

Lo primero que llama la atención al llegar al recinto es su pulcritud. Nada que ver con los tradicionales clubes de carreteras secundarias de las películas. Allí se respira clase, lujo, se practica la distinción. Por lo menos en sus instalaciones.

El Garum podría pasar en cualquier guía de ocio por discoteca o local de copas. Sillones tapizados en colores chillones, una barra cuadrada con decoración floral, una iluminación tenue y sugerente y canciones de moda en el hilo musical reciben a quien llega, sobre todo, pasada la medianoche.

La diferencia principal es que la planta superior del edificio está repleta de habitaciones y suites con jacuzzi donde no sólo se descansa.

Una veintena de chicas, gran parte de origen sudamericano (brasileñas, dominicanas y colombianas son mayoría), se desenvuelven medio adormiladas por la inmensa sala principal, decorada en exceso con un estilo rústico de dudoso gusto.

El olor a tabaco se mezcla enseguida con el perfume que usan las meretrices; todas ellas van vestidas, maquilladas y peinadas en exceso, ataviadas con ropa provocativa que deja poco lugar a la imaginación, y se contonean sobre tacones y plataformas interminables. Así ofrecen el primer servicio del día sin rubor.

La propuesta

La propuesta permite elegir un trío con dos chicas, un 'francés' con preservativo e incluso una sesión de sexo anal, habitualmente lo más costoso porque la mayoría de las empleadas no lo practica. «Haré contigo de todo, no te olvidarás jamás, amor», asegura una colombiana menudita, embutida en un traje de raso negro, mientras juega con un enorme colgante de bisutería que lleva en el cuello. Por menos de 120 euros será difícil cerrar un trato para pasar una hora íntima con ella.

Pese al ambiente libertino del club, llama poderosamente la atención las miradas furtivas que se lanzan las prostitutas entre ellas cuando ven que una de las chicas camina del brazo de un cliente rumbo a la habitación. Con dinero de por medio no hay amistad que valga; da la sensación de que todas son rivales en su horario de trabajo.

Mientras, tres mujeres que parecen más expertas se reúnen en un pequeño corrillo para charlar, otra, la más altiva o la que menos tiempo llevan en el club, aguarda sola la llegada de los clientes matando el tiempo en una de esas máquinas que ponen canciones y abren juegos de mesa con sólo echar una moneda.

La sala de alterne es la antítesis del flirteo amoroso y del romanticismo.

Es fácil diferenciar a las dos clases que existen allí dentro; quien paga por una relación sexual y quien cobra por lo mismo. El hombre llega, mira, toca, elige. La prostituta, la mayoría de las veces, sólo dice que sí.

Como club de alterne, el Garum es una máquina de hacer dinero. Las chicas reconocen que en este trabajo pueden ganar de forma rápida lo suficiente para mantener a sus familias en sus países de origen durante meses. Y es que el sexo de pago no cierra en la provincia pese a una crisis económica galopante que ha hecho disminuir el número de clientes en este tipo de locales.

El club Garum funciona unas doce horas ininterrumpidas, de 7 de la tarde a 7 de la madrugada, todos los días de la semana. Dentro, la jerarquía es absoluta, nadie levanta la voz, nadie forma escándalo. Todo parece en orden. Es un negocio perfectamente reglado, permitido, incluso se diría que moral. Sin embargo gran parte de la sociedad no opina lo mismo.

Fuera hay mucha hipocresía. Las trabajadoras del sexo de pago no cotizan a la Seguridad Social, no tienen derecho a pensión, sus ingresos sólo se justifican de manera inconstante, nadie controla las horas que trabajan ni las condiciones en que lo hacen. Están en tierra de nadie laboralmente hablando. Y ellas lo saben.

La mayoría de prostitutas de este local, como en muchos otros, también duermen en él. Ellas insisten en que pueden salir cuando quieran; una de ellas, incluso, se ofrece a dar su número de teléfono para quedar con clientes en su tiempo libre, claro está, cobrando por mantener una relación, salir a cenar o ejercer de acompañante ocasional.

Pero finalmente no lo hace. Cualquier contacto profesional con el exterior suele estar prohibido en algunos locales de alterne donde el control sobre el tiempo y el perfil de negocio de las chicas es férreo.

En pleno siglo XXI ya nadie duda de que el perfil de los clientes de este tipo de locales es dispar y muy heterogéneo. Las chicas lo saben, y se lanzan a la caza y captura de cada varón que llega en busca de compañía. Basta con un aviso del encargado alertando de que hay nuevos hombres en la sala para que comiencen a bajar más prostitutas por las escaleras; es más 'género' fresco en este escaparate de la carne del sexo de pago.

Los clientes

Hoy es noche de fútbol en la televisión. Pese a que el partido puede ser una excusa perfecta para muchos casados, la cosa está «flojilla». La crisis se nota y las prostitutas dicen que parte de los clientes temen verse envueltos en una redada.

Los cuatro hombres que han llegado temprano ya están servidos. Cada uno coquetea con una chica, pero alterna también con las demás. Sus trajes delatan una buena posición económica, posiblemente han cerrado un buen negocio y han ido a celebrarlo. En muchas ocasiones también las despedidas de soltero acaban en estos clubes.

De repente uno de ellos está a punto de perder las formas por culpa del alcohol; no deja de sobar a una de las chicas, que se muestra esquiva con quien presumiblemente deberá compartir la noche. Se escuchan risas pero siempre ríen los mismos.

Entonces la puerta principal se abre y todos los ojos miran la puerta al unísono; al interior del local acceden dos chicos jóvenes algo nerviosos; seguramente es su primera vez en un local como éste. Los dos vienen solo a ver las chicas y preguntan los precios de todo. Se toman una cerveza rápida y se van. La vida dentro del prostíbulo prosigue como si nada, ajena a lo que pasa fuera. Es una sensación extraña.

Menos demanda

Han pasado sólo unos días desde su reapertura al público autorizada por la justicia, y en el Club Garum se hace todo lo posible por volver a la normalidad. Marcados en rojo en las agendas de los dueños de este tipo de locales nocturnos están los periodos vacacionales que se avecinan y algunos acontecimientos que tendrán lugar en la provincia en los próximos meses.

Es el caso por ejemplo del Campeonato del Mundo de Motociclismo de Jerez, fecha en las que la demanda de prostitutas se incrementará de forma notable. Las chicas lo saben, y no dudan en pronosticar que el cierre de los locales de alterne de los Galán quedará en una anécdota; «son cosas que pasan», aseguran.

Sobre el precio de los servicios sexuales de las prostitutas, los clubes gaditanos cuentan con tarifas similares. Basta con llamar para 'reservar plaza' en alguno de los locales para que la información fluya a raudales. La media se sitúa entre 60 y 120 euros el servicio sexual completo, cuyo plazo habitual es media hora.

Además, la norma no escrita para quienes frecuentan este tipo de locales exige que hay que consumir para no ser expulsado de inmediato. Dicho de otra forma, no sirve ir a echar un vistazo y no dejarse los cuartos en la barra. Como los locales saben que buena parte de sus clientes no terminarán consumando un acto sexual con alguna de sus trabajadoras del sexo, los precios de las bebidas y productos que se ofrecen a la venta (tabaco, máquinas expendedoras o videojuegos), son abusivos.

Una cerveza nacional, en botellín, cuesta del orden de 8 a 10 euros según el local y el día de la semana. Las copas oscilan entre los 12 y los 20 euros, y los locales de alterne de más prestigio suelen cobrar entrada, que sobre todo en fines de semana o periodos festivos oscilan entre los 8 y los 15 euros con consumición.

Quien va a un establecimiento como el Hotel Club Garum sabe a lo que va. El comercio del sexo está a la orden del día, aunque se realice mayoritariamente de madrugada. Basta un leve gesto de rechazo hacia la chica que nos agarra instándonos a subir a una de las habitaciones para que sus compañeras se acerquen en estricto orden pero sin atosigar.

Monique y Sara dicen ser brasileña y panameña respectivamente. Ambas son morenas, jóvenes, llevan extensiones y no han tenido mucha suerte en lo que va de noche. Vienen juntas pero enseguida dejan claro que ninguna quiere charlar. «Aquí no se viene a preguntar, papi; aquí se viene a hacer el amor».