«Mientras que no dé un bajón, y acabe de una vez, sigo haciendo ruido»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La música de un piano resuena melodiosa por la sexta planta de la Casasolar Santo Duque de Gandía, una agradable residencia de mayores situada a orillas del madrileño río Manzanares. Solo los muy entendidos identifican las notas del 2º movimiento de la Sonata Patética de Beethoven.

La melodía lleva a una sala en la que un grupo de personas escucha en riguroso silencio. A la derecha de la estancia, un piano de pared acariciado por una figura menuda y esbelta, de dedos añosos y ágiles, firmes y precisos, que van desvelando pentagrama a pentagrama la composición del gran maestro alemán.

Los presentes en el auditorio superan con facilidad los 70 años de edad. Sin embargo, la concertista les gana a todos en veteranía. De hecho, es la más longeva de toda la residencia. Por su mente lúcida y despierta, las notas fluyen ante tan exigente público. Puntualmente, y a diario, Carmen se sienta frente al piano, y a las siete de la tarde comienza a tocar. "Se forma aquí un corrillo y todos son muy respetuosos, porque como hablen… ¡corto!", afirma tajante. Tras Beethoven llegan Schubert, Bach, Mozart, Debussy… Casi una hora que pasa lenta y rauda a la vez. Y no se puede prolongar. A las ocho en punto la cena espera a todos los residentes.

Dolida con los homenajes

Carmen es una mujer de voz curtida, palabras precisas, menuda de aspecto, despierta, irónica, decidida. Nacida en Coruña "un día de 1912" (o lo que es lo mismo, tres meses después de que se hundiera el Titanic), se apresura a decir que ha conocido "la guerra de cuba, la guerra de África, la guerra nuestra y la que va a haber. Cogí todas las guerras. No acertaron. No tenían puntería". Comenzó a tocar el piano con tres años, y dio su primer concierto con seis. Aprendió con una tía suya, su madrina, que falleció víctima de la epidemia de gripe que asoló Europa en 1918. "Yo tenía seis años. Por eso no me he vacunado nunca contra la gripe. Ya lo estoy", dice entre sonrisas.

Hija de un padre militar, pasó su infancia y juventud yendo y viniendo por la geografía española. Mientras tanto, seguía estudiando con distintos profesores, aunque ella se considera "más bien autodidacta". En 1935 recibió clases de perfeccionamiento con el catedrático de piano, Enrique Aroca. Conoció a su marido durante la guerra civil, y ambos compartieron vida y música durante 64 años. "Se me murió aquí", refiriéndose a la residencia. José Fernández era violinista. Fue uno de los fundadores de la Orquesta Nacional de España, y primer violín del cuarteto clásico de RTVE.

Llegados de Coruña, fijaron su residencia en Madrid , y tras unos años como profesora auxiliar, Carmen ganó en 1962 y por oposición una cátedra en el Real Conservatorio, de donde se jubiló con 70 años. Ninguno de sus dos hijos, Lourdes y Enrique, han heredado la tradición musical que vivieron en casa desde siempre.

Durante su carrera, ha sido alumna de Joaquín Turina, para el que hizo algunas composiciones, pero también ha colaborado con Victoria de los Ángeles o Miguel Fleta, y ha actuado bajo la dirección de Rafael Frühbeck de Burgos o Ataúlfo Argenta. Cuando se le pregunta por su autor preferido, afirma seria que "eso no se puede decir, porque tengo muchos".

Carmen se siente algo dolida con los homenajes. "Me han hecho muchos… ¡pero por mi centenario, no por mi carrera, que fue brillante!". Precisamente, al cumplir los 100 años, el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid le rindió uno en reconocimiento a su labor dedicada a la docencia, y le fue concedida la Medalla de Oro de esta Institución, distinción que también ostenta la Reina Doña Sofía.

Carmen quiere seguir entreteniendo a sus compañeros de residencia. Al fin y al cabo es la única pianista allí. "Vienen con mucha ilusión, así que toco el piano para ellos y para mí", comenta con una ilusión visible en sus ojos. ¿Todos los días? "Pues de momento, si, mientras que no de un bajón y acabe de una vez, sigo haciendo ruido".