Messi llegará relativamente fresco al Mundial. / Archivo

Lesiones

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Caen los jugadores. Como moscas. Tobillos que se quiebran. Pubalgias mal curadas, rodillas que no soportan un giro más. Espaldas que soportan una losa en cada una carrera por la banda.

Ni todos los psicólogos, fisioterapeutas ni nutricionistas del mundo entero pueden evitar la hecatombe de jugadores rotos y que, o no van al Mundial, o bien llegan en condiciones precarias. Los equipos grandes, de donde proceden la mayoría de los seleccionados, disputan una cantidad desmesurada de partidos. Copa, Liga, competiciones europeas, amistosos para que las Federaciones hagan caja.

A eso hay que sumarle los larguísimos viajes y la intensidad con la que disputan cada partido, porque si no peleas la pelota como si fuese la última de tu vida, te puede ganar hasta el colista. No vale sólo con la técnica, debes presionar, recuperar rápido, acogotar al rival y no dejar pensar. Eso implica que el desgaste sea no sólo físico sino también mental, ya que si pierdes la concentración, aunque sean cinco minutos, te puedes llevar un gol en contra. O dos.

Resulta curioso ver partidos de hace treinta o cuarenta años. No se competía con la velocidad de hoy. Había un breve espacio de tiempo para pensar y masticar la jugada en la cabeza antes de escoger la mejor opción. Las lesiones, procedían habitualmente de la dureza con la que se empleaban algunos futbolistas en el campo. Los árbitros ni se inmutaban ante semejantes carnicerías ni castigaban a estas segadoras humanas. Los árbitros, siempre han estado más empeñados en proteger los intereses de su propio colectivo que en cuidar las tibias de los que rezumaban talento en el campo. Sin las televisiones y la multiplicidad de cámaras en los estadios, Messi o Iniesta ya hubieran sufrido percances graves. Y, por supuesto, Gentile nunca hubiese llegado a la final del 1982, ni tampoco Nobby Stiles a la de 1966.

En la actualidad, los jugadores son tan caros, tienen sueldos tan elevados, que cada día que pasan lesionados les cuesta a sus clubes un potosí. Hace veinte años, un jugador medio de la Premier inglesa, podía ganar cuatro o cinco veces más que un ciudadano normal, pero hoy esa cifra se ha multiplicado por trescientos o cuatrocientos.

No hay margen para el error. Partidos decisivos que se juegan en menos de una semana. Sin tiempo para descansar ni recuperarse. Se fuerzan los procesos naturales de curación de las lesiones para conseguir el Santo Grial con todos los efectivos. No hemos de olvidarnos de los compromisos publicitarios, las entrevistas, donde repiten hasta la obscenidad los mismos tópicos gastados. Multimillonarios pero fundidos. Sólo un equipo con un buen fondo de banquillo puede aspirar al éxito. Está demostrado estadísticamente que el conjunto que sufra menos lesiones a lo largo de una temporada, es el que vence.

Así que este Mundial llega quizá algo deslucido, sin el brillo adecuado para un evento disputado en el "hogar espiritual de fútbol", Brasil. ¿Quién va a llegar más fresco o menos cansado? Messi. Consciente de la épica que confiere la victoria de un Mundial y perseguido por el mito Maradona, siente que tiene que callar los comentarios de que no siente la camiseta argentina, ni rinde como en el Barcelona. Ansioso por entrar en la verdadera historia del fútbol, se ha pasado media temporada paseando en plan jubilado que mira las obras por los campos de España y parte de extranjero. El resto de selecciones llegan con sus figuras algo mermadas. Y es que, como en el tenis, en el fútbol no importan las decisiones de los deportistas, sino el ritmo que marquen las necesidades de facturación. ¡Corre, aunque no puedas!