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Un año escondido

Tras la histórica dimisión, Ratzinger ha cumplido con su palabra y se ha dedicado a orar, leer, escribir y tocar el piano. Lo más sorprendente es la normalidad con que se ha asimilado. «Es como tener al abuelo encasa»

ROMA Actualizado: Guardar
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Una caja de cartón enorme presidió el 23 de marzo de 2013 el primer encuentro entre Francisco y Benedicto XVI, en la residencia papal de Castelgandolfo. Fue otro momento histórico de unas semanas cargadas de ellos, desde la sorprendente dimisión de Ratzinger el 11 de febrero, a su abandono del Vaticano el 28, a la elección de Bergoglio el 13 de marzo y, finalmente, a ese primer abrazo entre ambos. Se inauguró así una convivencia inédita, llena de incertidumbres y en la que pesaba la presencia de aquella caja. Como reveló luego Francisco, contenía toda la información del escándalo ‘Vatileaks’, la filtración masiva de papeles reservados de la Santa Sede con sus trapos sucios, otro fenó

meno sin precedentes. Era la caja de los secretos de un pasado asfixiante, que terminó de empujar a Ratzinger a la renuncia, agotado y sin fuerzas. Ahora, cuando se cumple un año de aquella dimisión es increíble comprobar el salto que ha pegado la Iglesia católica en tan breve lapso de tiempo, y lo lejos que queda el escándalo y la famosa caja. Fue ese paso insólito de Benedicto XVI el que lo hizo posible, y con él empezó la revolución de Francisco.

«A un año de la renuncia y con un Papa como Francisco, que es un hombre libre, que no tiene miedo de hacer cambios, me parece que se entiende mejor lo valiente y revolucionario que fue el ‘hasta aquí llego’ de Ratzinger», opina Elisabetta Piqué, periodista argentina en Roma, autora del libro ‘Francisco. Vida y revolución’. «Solo después de una decisión tan dramática y de ruptura de los esquemas como la de Benedicto XVI –que nunca fue un hombre de gobierno y que más allá de las expectativas que había de que reformara y limpiara la Curia, evidentemente no tenía la fuerza ni la capacidad para hacerlo–, podía llegar alguien con un mandato claro y urgente de renovación, tanto en la estructura, como en el mensaje, que ahora vemos con Francisco».

Benedicto XVI, en sus emotivas últimas palabras de despedida desde el balcón de Castelgandolfo, antes de las 20.00 horas de aquel 28 de febrero, cuando se hizo efectiva su dimisión, anunció que viviría «oculto del mundo». Entonces había muchas preguntas en el aire sobre cómo sería eso, pero pasado un año da la sensación de que el Vaticano ha manejado perfectamente una situación muy incierta. Ahora parece algo normal y, desde que regresó el 2 de mayo al Vaticano, donde vive en un pequeño convento en los jardines, su presencia se ha asimilado con naturalidad. «A decir verdad, yo me lo esperaba, conociendo a Ratzinger, su carácter discreto y viendo lo que dijo al irse, que iba a desempeñar su función con mucha reserva. Está acompañando el nuevo pontificado como un ermitaño», dice Sandro Magister, prestigioso vaticanista de ‘L’Espresso’. «Lo cierto es que todo ha ido más allá de las mejores expectativas, también gracias al nuevo Papa, extremamente sobrio, con raros y breves encuentros, incluso poquísimas referencias de Francisco a su predecesor».

Bergoglio y Ratzinger se vieron, públicamente y que se sepa, aquella primera vez en Castelgandolfo y luego en tres ocasiones más. El 5 de julio, día de la presentación de la encíclica ‘Lumen Fidei’, escrita «a cuatro manos» y, en realidad, obra de Benedicto XVI en su mayor parte, otro hito particular de esta extraña convivencia. Después, el 19 de julio, en una visita de cortesía de Francisco para entregarle el programa de las Jornadas Mundiales de la Juventud de Río de Janeiro, antes de partir, y el pasado 23 de diciembre, en otro encuentro en vísperas de Navidad. Precisamente a la vuelta del viaje de Brasil, en la ya célebre rueda de prensa a bordo del avión en la que Francisco habló de todo sin pelos en la lengua, también se refirió a su convivencia con Ratzinger. Lo hizo en términos cariñosos y muy familiares: «Es como tener al abuelo en casa».

«Ha sido una clave perfecta para interpretar la nueva situación, un modo normal y natural de integrar a su predecesor. No lo excluye, le visita, comen, le llama por teléfono, no supone un problema. La dimisión de Ratzinger ha revolucionado la Iglesia y también esto es un ejemplo para el futuro, porque muestra cómo se puede hacer a partir de ahora, juntos están haciendo una revolución. Ratzinger la comenzó y Bergoglio la está continuando», explica Gerard O’Connell, experto vaticanista de ‘Vatican Insider’.

"Se tratan poco"

Se puede pensar que los dos papas se habrán visto más veces en privado dentro de los muros del Vaticano, pero no se ha filtrado nada. «Mi impresión es que en realidad se tratan poco, porque hacen sus vidas y más que nada porque no se ve ningún efecto en el actual papado, que es de estilo, contenido y prioridades totalmente distintas», cree Magister. En cuanto a Georg Gaenswein, secretario personal de Ratzinger, que vive con él, y al mismo tiempo es prefecto de la casa pontificia, un puesto muy cercano a Francisco, ejerce de enlace entre ambos, pero Magister no cree que desempeñe ya un papel tan importante. El Papa emérito, ése es oficialmente su cargo en este momento, pasa los días dedicado a la oración, a la lectura, a escribir, a tocar el piano, sus pasiones de toda la vida. A sus 86 años vive con las cuatro monjas laicas del movimiento Comunión y Liberación, llamadas ‘Memores domini’, que hacen las labores de la casa. Se llaman Rossella, Loredana, Carmela y Cristina, todas italianas. Dos son de Puglia, la región del tacón de la ‘bota’ italiana, una de Lombardía y otra de Marche. Aparecen paseando por los jardines vaticanos con Ratzinger en la última de las dos únicas fotos que han logrado robar los paparazzi en este año, el pasado mes de noviembre.

En ese sentido, la elección del Vaticano como lugar de residencia, pese a las dudas iniciales por la convivencia de dos pontífices dentro de los mismos muros, se ha revelado sabia. Las sagradas murallas han garantizado una privacidad difícil de mantener si el retiro del Papa alemán se hubiera llevado a cabo en un monasterio o en su Baviera natal.

No obstante, Ratzinger no ha estado tan escondido. Se ha manifestado en un par de ocasiones y, aunque también se temía un posible choque de magisterio entre los dos pontífices si él hacía declaraciones públicas, lo cierto es que al final tampoco ha pasado nada. Las primeras palabras del Papa emérito tras su renuncia trascendieron el 1 de septiembre. Fue con motivo de su primera misa pública, en la capilla del Governatorato del Vaticano, ante sus exalumnos, medio centenar de personas. Tienen la costumbre de reunirse una vez al año y, tras la renuncia, volvieron a hacerlo con normalidad.

Son los llamados Ratzinger Schulerkreis. La verdad es que la vida monacal de Benedicto XVI no se traduce en aislamiento, recibe frecuentes visitas de amigos y de su hermano Georg, que se suele quedar a dormir allí. Pero nadie cuenta nada cuando sale, salvo algún breve comentario de que el Papa retirado se encuentra bien de salud. En aquella homilía Ratzinger habló de la humildad, sobre todo de los que tienen éxito o puestos de responsabilidad, y dijo que «un lugar que puede parecer muy bueno puede convertirse en un lugar muy feo». Se interpretó como una nueva referencia a sus últimos meses como Papa.

Pero la intervención pública más relevante de Ratzinger fue un sorprendente escrito enviado en agosto al filósofo ateo italiano Piergiorgio Odifreddi y hecho pública por éste el 24 de septiembre. Era la respuesta a un libro que había escrito en 2011 con el título ‘Caro Papa ti scrivo’, una carta abierta en la que planteaba sus puntos de vista sobre la fe y la razón. Es uno de los temas favoritos de Ratzinger y el diálogo con el mundo laico ha sido siempre su fuerte, así que no se sustrajo a la llamada. La respuesta fue un largo texto en el que replicaba a sus argumentos y lanzaba alguna puya. El gesto hizo pensar que, tal vez, en el futuro podría haber nuevos textos o incluso un libro del Papa emérito. Pero eso ya lo veremos.