análisis

NSA: mucho más que espionaje

A nadie se le ha pasado por la cabeza en Berlín sopesar una ruptura con los Estados Unidos

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Como era previsible, las revelaciones sobre el espionaje cibernético literalmente mundial por los Estados se han convertido en un asunto poliédrico con dos áreas ya bien delimitadas: a) el registro político, diplomático y moral en el mundo entero; b) el del escenario puramente interno, norteamericano.

El mal parece hecho –e irremediable– para el Gobierno norteamericano, que dispone de una maquinaria planetaria convertida en un gran hermano vigilante que no hace distingos. Más exactamente, solo distingue a Gran Bretaña y sus viejas colonias, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, cuyo alineamiento con los Estados Unidos es consustancial y aplicado por gobiernos de todos los colores.

Pero el reproche es sobre todo diplomático (la grave descortesía de vigilar a los aliados y amigos) y moral (una democracia ejemplar no puede recurrir a tales medios). Desde esta doble premisa se dibuja ya una estrategia de disculpa final por imperativo de la realpolitik: se convoca al embajador norteamericano, se declara "inaceptable" el procedimiento… y poco más. Exactamente, nada más. A nadie se le ha pasado por la cabeza en Berlín sopesar una ruptura con los Estados Unidos.

Asunto de "desinterés general"

Dentro del país se anota en seguida una especie de desinterés social por el asunto y los observadores europeos han constatado con estupor tal estado de ánimo, lo mismo popular que periodístico. Durante días enteros no ha habido nada de nada en los diarios y los mayores y mejores hacen contribuciones escasas y, siempre como un asunto interno: este desinterés por lo que sucede fuera debe ser subrayado porque está siendo observado como una línea constante en la evolución de la política exterior y de seguridad de los Estados Unidos.

Allí se debe resolver la espinosa cuestión del teléfono personal de la señora Merkel (un caso concreto y delicado dentro del operativo mundial) de una gravedad particular y prueba de que, de pesca contra el terrorismo, siempre se captura una joya de interés general. Es sabido que, con gran desparpajo, la cuestión se ha resuelto con recursos gramaticales. Jay Carney, portavoz del presidente, dio la pauta: los Estados Unidos "no espían ni espiarán las comunicaciones de la señora Merkel"… un modo de decir que se espiaron, con el verbo en pasado… y que, verosímilmente, se abandonó el pinchazo en junio pasado, con Obama en Berlín y un primer runrún sobre lo que Edward Snowden podría revelar sobre el particular.

Otra dimensión puramente local es la políticamente motivada: el desorden que reinaría en la Casa Blanca, que hizo decir al presidente que no se espiaba a la canciller, lo que indica que o mintió o mintió sin saberlo, casi como decir que no se entera ni ha puesto en su sitio la maquinaria del ciberespionaje. Esto, por ejemplo, permitió escribir al columnista Eugene Robinson en 'The Washington Post' que "sencillamente, la NSA está fuera de control" (…) ¿Lo está? Con seguridad, no, pero sí ha crecido al hilo de la war on terror (la lucha antiterrorista) hasta alcanzar cierta autonomía de funcionamiento nunca vista y muy grata para su director, el teniente general Keith Alexander, nombrado por Bush en 2007 y que –eso se da por seguro– será despedido, sin brusquedades, hacia enero o febrero próximos, con su segundo, Chris Inglis, un antiguo oficial pero, sobre todo, distinguido ingeniero informático y verdadero cerebro civil de la Agencia.

El escenario interior

Un lector atento recordará el episodio que suscitó la escucha de comunicaciones telefónicas de periodistas de la agencia Reuters en mayo pasado suscitó un escándalo mucho mayor dentro de los Estados Unidos del que se advierte ahora. Y eso que los pinchazos de entonces tenían autorización judicial, enmarcable a fin de cuentas en el 'Patriot Act', votada abrumadoramente a fin de 2001 bajo el impulso de la Administración Bush y el choque emocional y psicológico del 11-S.

De hecho, hay relación entre el 11 de septiembre de 2001 y lo que sucede ahora. La necesidad de abortar en su origen proyectos de atentados terroristas explica el crecimiento elefantiásico de la NSA y la obsesión por la seguridad que el Gobierno Obama heredó de los ocho años de Bush… pero algunos medios susurran que con un tal Dick Cheney la situación sería otra. Un burdo intento de sugerir el amateurismo de Obama y su credulidad propia de un intelectual demócrata. Es burdo porque habría bastado que un tal Edward Snowden tomara la decisión de descubrir el ingenio…

La crisis, con ser mundial o, mejor, por serlo, y no estricta ni principalmente un asunto interno norteamericano, se extinguirá poco a poco y no habrá más que dos daños colaterales: uno, sencillo y visible, el cese en la cúpula de la NSA y otro mucho más grave y que es, aunque apenas se menciona, un desastre: los genuinos terroristas o radicales dejarán, están dejando de hecho, de recurrir a los medios digitales y los teléfonos de todas clases. No se volverá a la paloma mensajera, claro está, pero las inhibiciones serán tales que la cosecha de información útil bajará drásticamente.

Tal vez habrá que volver a la paciencia, como recomendó un tal Allen Dulles, el fundador de la CIA, cuando en sus días el ochenta por ciento de la información de Inteligencia estaba en fuentes de acceso público…