Vista del Camp Nou en el partido entre el Barça y el Bayern. / AFP
Fútbol | Liga de Campeones

Conscientes de la utopía

El gol de Robben enterró la fe obligada en la remontada de los aficionados culés

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Disponía el aficionado azulgrana de dos opciones en el Camp Nou: resignarse bajo la losa del 4-0 de la ida o animar a su equipo para una posible jornada milagrosa. En lugar del sufrimiento eligieron la fe. Se trató de fraguar un ambiente caldeado con las declaraciones de los futbolistas, un mosaico de recibimiento con el lema «Orgull Barça!» (Orgullo Barça), las cábalas imposibles y hasta la competición de aficiones con el Real Madrid.

Pero el primer torpedo al ánimo barcelonista se disparó desde sus propias filas: la suplencia de Messi. Sin el argentino, el Cid campeador que resucitó ante el París Saint-Germain, la confianza de los fieles se redujo a la inercia. Apoyaron los aficionados en el Camp Nou con el manual previsto para las remontadas. Silbidos para presionar al adversario desde el calentamiento, gritos contra cualquier decisión mínimamente discutible del árbitro, ánimos para cada movimiento de los suyos y cánticos para arropar la noche.

Pero los culés alentaron a su equipo más por compromiso que por convicción. De hecho, la pasión se agotó con el paso de los minutos al comprobar que el Bayern avanzaba y asustaba más que el equipo que debía asumir la remontada. Tampoco los jugadores del Barça calentaron el ambiente ni contagiaron entusiasmo a sus aficionados. Ni los gestos de Cesc ni las protestas de Xavi encendieron la caldera. Ni Tito Vilanova, permanentemente de pie, transmitió a sus jugadores la tranquilidad y el juego que les hizo invencibles al inicio de la temporada.

Al descanso, con el empate a cero el silencio en el Camp Nou no se rompió ni con los murmullos. Sabían los culés que se dirigían a la eliminación aunque trataban de ocultar al ambiente de luto. Entonces surgió el tiro de gracia con uno de las maniobras clásicas de Robben. El gol bávaro sepultó cualquier ánimo local y levantó a los 5.000 seguidores del Bayern que se hicieron oír en el campo azulgrana. Hasta ahora, ningún visitante había trasladado tantos aficionados a Barcelona y los seguidores locales debieron soportar como nunca los 'olés' de los germanos.

Con el tanto en contra y la misión imposible de cinco goles en 45 minutos, los azulgrana debieron dedicarse a otros objetivos y menesteres. Incluso Vilanova apartó cualquier atisbo de corazón al retirar a Xavi e Iniesta. Sin los dos símbolos del Barça, los culés se quedaron huérfanos de referentes y debieron dedicarse a sufrir los peligrosos contragolpes del Bayern en los que Robben asustó sin piedad y sin puntería.

Sin embargo, quien volvió a poner sal en la herida fue otro de los de casa. Piqué remató hacia su propia portería un centro de Ribéry y culminó el infortunio. El central se lamentó golpeando el poste y poco después redirigió su ira hacia Thomas Müller con una entrada rotulada con una tarjeta amarilla que le habría dejado fuera de una hipotética final.

Al final, el sentimiento inicial se cumplió en el campo. Los azulgrana, que trataron de ignorar el mensaje de su entrenador, con Messi en el banquillo sin mayor preocupación que el cuidado de sus uñas y con las reservas propias de un equipo sin riesgos, terminaron por sucumbir bajo las estadísticas y la incontestable realidad.

No hubo remontada. No hubo utopía. Ni siquiera la «remontada histórica» que Xavi reclamó a su generación en cuartos de final. Y los miles de alemanes que animaron en el Camp Nou fueron los únicos que exhibieron su goce en una noche que suavizó los malos recuerdos de aquella final que perdieron en los últimos minutos contra el Manchester United. Ni siquiera quien pulsó el botón del himno en el minuto 90 logró adelantar el fin de la pesadilla que se inició en Múnich y terminó en el territorio barcelonista.