Descubrimiento de cadáveres en Katyn. / Reuters
HISTORIA

El genocidio que destapó una jauría de lobos

Se cumplen 70 años del descubrimiento de la masacre de Katyn

MADRID Actualizado: Guardar
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Toda guerra es pródiga en horrores, pero lo que descubrieron los soldados alemanes en 1943 figura en un lugar destacado dentro de los crímenes más abyectos de la historia de la humanidad. Y estuvo silenciado durante casi tres años, hasta que la persecución de una jauría de lobos por parte de un destacamento alemán lo reveló al mundo. Se trata la masacre de Katyn, la matanza de miles de oficiales polacos por parte del Ejército Rojo, de cuyo descubrimiento se conmemoran hoy 70 años y que motivó la ruptura de las relaciones entre el gobierno polaco en el exilio y la Unión Soviética, siendo convenientemente usada por el III Reich en beneficio propio.

Todo empezó con la invasión de Polonia en 1939. En virtud del pacto Ribbentrop-Molotov, alemanes y soviéticos se lanzaron sobre este país con el fin de despedazarlo y anexionarse los territorios de su interés. Miles de oficiales polacos fueron apresados por las tropas comunistas, que los recluyeron en tres campos de concentración: Starobielsk, Kozelsk y Ostashkow. Meses después, la NKVD, siguiendo los dictados del inefable Lavrenti Beria, transportaba a los prisioneros a un punto cercano a la carretera Smolensk-Vitebsk. Iosif Stalin había sancionado la orden por la cual serían ejecutados. Su suerte estaba echada.

Entre comienzos de abril y mediados de mayo de 1940, cerca de 22.000 reos fueron asesinados en el bosque de Katyn y en cárceles ubicadas en las localidades de Kalinin, Járkov y otros lugares cercanos. Entre ellos había soldados y policías polacos, pero también profesores, artistas o historiadores. Los fusilamientos comenzaban por la tarde y se prolongaban durante toda la noche. Para llevarlos a cabo, los verdugos soviéticos empleaban pistolas Walther PPK y municiones alemanas. Todo estaba debidamente calculado para atribuir la matanza a los nazis si alguna vez salía a la luz lo sucedido. Apenas unos centenares de presos escaparon de tan terrible destino al haber sido transferidos previamente a otros campos de concentración.

La zona del bosque de Katyn donde se había perpetrado la mayor parte de dicha masacre fue cerrada a cal y canto. Los cuerpos habían sido depositados en fosas comunes a las que se les echó una capa de tres metros de tierra encima. Enterrados muchos de ellos con sus uniformes, sus nombres debían quedar en el olvido, pese a las demandas de explicaciones por parte del gobierno polaco sobre el destino de los prisioneros de ese país recluidos en campos de concentración soviéticos. Y así fue durante un tiempo. Hasta que los propósitos de los dirigentes comunistas se toparon con la persecución de una jauría de lobos por parte de un destacamento alemán.

El descubrimiento

En 1943, un oficial alemán que rastreaba el bosque de Katyn en busca de esos lobos descubrió restos de huesos e informó a sus superiores. Inmediatamente se envió a un grupo de médicos al lugar que confirmaban su pertenencia a seres humanos. Las fosas no tardarían en salir a la luz. Los forenses contabilizaron un total de 4.143 cadáveres y, ayudados, por las insignias que tenían algunos de ellos, determinaron que correspondían a prisioneros polacos internados en campos soviéticos de los que no se tenía noticia. El genocidio había sido puesto al descubierto.

El 13 de abril de 1943, la noticia del horrendo descubrimiento se divulgaba por todo el mundo. El Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels se recreaba en los detalles de la masacre, tratando de fracturar políticamente a los aliados. El gobierno polaco en el exilio exigía al primer ministro británico, Winston Churchill, que se llevase a cabo una investigación en tanto que éste trata de acallar su voces, temeroso de provocar la ira de su incómodo aliado del este. El Kremlin argüía que todo era una patraña tejida por los nazis para debilitar la coalición pero las pruebas eran tan rotundas que los esfuerzos británicos por descargar de culpa a los soviéticos no suponían más que un burdo ejercicio de cinismo.

No sería sino hasta décadas después, caído ya el imperio soviético, cuando Mijaíl Gorbachov admitiría la responsabilidad comunista del genocidio de Katyn. Investigaciones posteriores permitirían descubrir nuevas fosas comunes cerca de Járkov y en Miednoje en las que fueron enterrados más oficiales polacos. A todos ellos sigue rindiendo tributo cada 13 de abril un pueblo incapaz de olvidar el sufrimiento infligido por esos otros lobos que se escondían en los cuarteles militares y en las tribunas públicas.