Jorge Fin.
un club original

El supervisor de nubes

Cada vez más gente se entrega al placer de mirar al cielo. Ya dijo Zapatero que era el mejor trabajo. Hablamos con Jorge Fin, un coleccionista de nubes que ha atrapado en sus pinturas cirros, cúmulos, estratos y nimbos

MADRID Actualizado: Guardar
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Supervisar nubes acostado en una hamaca. ¿No era ése el mejor destino posible? Lo confirmó Zapatero hace casi un año y desde entonces no deja de crecer el número de personas entregadas al placer de mirar las nubes, de pasar el tiempo viendo pasar el tiempo, de escudriñar las formas de esos seres etéreos que vagan entre el cielo y la tierra.

Maestros de escuela que organizan con sus alumnos expediciones a la caza del cirro perfecto, pilotos, marinos y meteorólogos que saben interpretar el más leve mechón de algodón que surca el cielo, astronautas jubilados que coleccionan nubes, expresidentes de Gobierno que imaginan un retiro dorado, o simples aficionados que disfrutan con ese salto al vacío que es observar el silencioso paisaje que cubre nuestras cabezas. Todos ellos conforman un original club conocido como 'Cloud Watchers' (observadores de nubes), nombre que incluso ha dado título a una colección pictórica de quien posiblemente sea el miembro más activo de los cloud watchers: Jorge Fin, el 'pintor de nubes'.

Fin, artista madrileño de 49 años afincado en Murcia, era en los ochenta un estresado economista que trabajaba en un banco de Madrid. Quería cambiar de vida y dedicarse a la pintura. Y cuando dio el paso jamás se imaginó que acabaría viviendo de las nubes. Al principio solo las pintaba para descansar entre cuadro y cuadro (de estilo urbano y moderno, nada que ver con lo que hace ahora), pero poco a poco esos paisajes tranquilos le fueron envolviendo como una niebla densa y narcótica. Sin embargo, quien definitivamente le inoculó la pasión por los cirros, cúmulos, estratos y nimbos fue John Day, 'Mr Cloudman', un norteamericano de Oregón que subió a las nubes hace tres años, a los 98. Durante la guerra del Pacífico, Day sirvió en la Marina de Estados Unidos en el servicio de meteorología, luego se dedicó a dar clases y a estudiar y clasificar nubes. "Un día", cuenta Fin, "quise saber qué es lo que estaba pintando y encontré en Internet a John Day, el señor de las nubes. Cuando tenía una duda acudía a él, cuando buscaba un título para un cuadro, él me orientaba. De hecho, ha puesto títulos a varios de mis trabajos. El que más me gusta es uno que se llama 'Panticúmulus', una nube con piernas de mujer".

Fin es uno de los 250 españoles que pertenece a la Cloud Appreciation Society de Londres, una asociación que reúne a unos 30.000 locos por las nubes de todo el mundo que cuenta con su propia página web, donde cuelgan fotos, vídeos, noticias… y hasta un manifiesto donde proclaman su amor por esas formas cambiantes, efímeras e irrepetibles.

"El cielo de Madrid puede ser entretenidísimo"

Fin encuentra mucha paz en su trabajo, tanto cuando se enfrenta a estratos, brumas y nieblas ("los más difíciles de pintar") como cuando toca cincelar cielos claros con cúmulos bien definidos. Dibujar nubes y observarlas le relaja por igual. "Pintar una nube es una forma de observarla". Él no pinta al natural. Las escruta a todas horas y luego tira del archivo visual que va almacenando en su cerebro. Y también recibe ayuda externa. "La gente que conoce mi trabajo, me manda nubes de todo el mundo, tengo de casi todos los continentes, algunas son muy originales, muy sorprendentes. ¿Mi cielo favorito? El de Madrid puede ser entretenidísimo", apunta. Y ¿el artista que mejor las ha plasmado?, le pregunto. "Seguramente, Van Ruysdael, un pintor holandés del siglo XVII, pero también Turner y Constable".

Como la observación de nubes es absolutamente democrática y está al alcance de todo el mundo, hay que prestar atención a quienes seguramente son los ojeadores más imaginativos: los niños. A fin de cuentas el juego de adivinar o imaginar formas caprichosas siempre ha estado asociado a la niñez. "Yo, al principio, observaba las nubes sin ser consciente de ello, lo hacía como una manera de escape, una forma de volver a ser niño". En su catálogo de nubes, las hay divertidas, "como bromas del cielo", existen los nubarrones, que asoman al lienzo en los momentos de crisis, y sus favoritas, claro, las nubes lenticulares, esas que los ufólogos se empeñan en comparar con ovnis. Sus mejores observaciones las ha hecho en la isla de la Palma, en Canarias, en el pico del Roque de los Muchachos, uno de los lugares con el aire más limpio del planeta.

"A la hora de pintar me muevo por la casualidad del momento, cuando empiezo no sé lo que va a salir. Las propias nubes me van llevando y así surge la obra final. Voy jugando con manchas y con el azar van saliendo", explica Fin que ha encontrado en ese cuadro abstracto que es el cielo un campo de trabajo eterno. Por eso sigue encantado de estar en las nubes tratando de desentrañar al fin en sus lienzos la materia de la que están hechos los sueños.

Fin expone estos días en la galería Gurriarán de Madrid junto con otros pintores en una exposición colectiva.