El torero David Mora, en el plena faena. / Julio Múñoz (Efe)
TOROS | FERIA DE ABRIL

Cargando la suerte, Fandiño cabalga

Los Victorinos reencontraron a La Maestranza con el toro bravo

SEVILLA Actualizado: Guardar
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No descubro a nadie ningún Mediterráneo cuando digo que el presupuesto ético de la fiesta no es otro que el toro bravo. La bravura explica por qué de este arte de torear se desprende también una enseñanza moral de cómo estar en el mundo. Gracias a la bravura, el aficionado no sólo se emociona con lo inefable, sino que también aprende a ser. Por eso, ayer en la Maestranza, cualquier aficionado pudo sentir, aunque fuera solo un instante, la emoción profunda que ofrece esa respuesta estética frente al miedo que es el toreo. No fue, sin duda, la tarde más emocionante que ha ofrecido una corrida de Victorino. Se les puede reprochar a cada uno de los toros lidiados un comportamiento mediano en la suerte de varas y la ausencia de una suficiente falta de raza en banderillas. No obstante, la corrida, bien presentada en su conjunto, consiguió que nadie quitara la atención del ruedo para ver cómo, con mayor o menor fortuna, Fandiño y Mora libraban con pureza la batalla de estar bonitos sin salir heridos. Sólo con eso, todos nos habíamos olvidado de los pasados fantasmas de la mansedumbre.

La puesta en escena de los Albaserrada no pudo estar más en el tipo, con un primero arrancado los estribos y persiguiendo los alamares de los banderilleros con la mirada. Fue este primero el toro más bronco de los que le tocaron a Fandiño, a quien ya se le vio incómodo con la distancia en las primeras verónicas, sin encontrarle los pasos entre muletazo y muletazo. Fandiño cerró su primero sin mayor lucimiento. Ahora bien, el torero ya había dejado claro su compromiso con el canon del valor. Impecable en el sitio, cargando la suerte y dando al toro todas las ventajas, Fandillo toreó sus siguientes poniendo sobre el albero gran parte de lo que constituye el patrimonio ético del arte de torear. El toreo de Fandiño tuvo ayer, para bien o para mal, una autenticidad geométrica, una autenticidad muy vasca, muy cercana a las líneas irreformables de la escultura de Oteiza. Y es que Fandiño, planteó al toro travesías difíciles, donde muchas de las veces acabada encontrando con su lomo el torso del torero o enganchando la muleta. Fueron tan solemnes como tercos los naturales que dio a su primero, al que también sometió por el pitón derecho, en dos tandas con la mano bajísima, donde relució sobre todo su manera de cargar la suerte, tan clásica, tan difícil de ver. Le cortó una oreja de ley a su primero y le debió de cortar otra a su segundo. Sobre los mismos presupuestos, fue esta una faena más sucia y errática, mucho más lejana de la armonía.

Como en su primera faena, le faltó a este torero Vasco una cierta alegría en el repertorio, una sorpresa en las suertes que, con la verdad propia de su colocación, hubiera redimensionado el impacto de su obra en los tendidos. Pero qué bonito es ver a un torero equivocarse bajo la virtud del valor y el ansia de la gloria. Merecía haber paseado Fandiño esa oreja que el público pidió y el presidente se negó a otorgar. Se lo merecía porque en el juicio del toreo hay que valorar la materia con la que se trabaja, y Fandiño cinceló acero puro. Y lo merecía sobre todo, si uno piensa en cuántos trofeos se han dado esta feria sin el honor, la transmisión y el valor que ha tenido este gran torero esta tarde.

Mora y la cara más fea de los Victorinos

Con mucha verdad y entrega pisó David Mora la arena. Fue suya la mala suerte de encontrarse con la cara más fea de estos Victorinos. Esa media casta, tan peligrosa como incómoda, que hace que los toreros se rompan la cabeza cavilando dónde está el toque que abre la embestida. No lo encontró ayer David Mora. Tal vez ninguno de sus oponentes lo tenían. La Maestranza se debe quedar con la sinceridad de su actitud y con una formidable serie de verónicas de innegable regusto gallista, en el recibimiento del cuarto. También con una bella media verónica, al sexto. Aunque con esta última se debe de quedar él, pues es testimonio de que su toreo tiene un lugar hacia donde ir para no perderse.

Lidiados ya todos sus toros, Fandillo aprovechó su turno de quite al sexto para exponerse por ceñidas gaoneras. Una impecable, otra rectificada, una media verónica final redonda. Es lo de menos. Fue un gesto torero que terminaba de confirmar que, con trofeos o sin trofeos, pero siempre cargando la suerte, Fandiño cabalga.