Iñaki Urdangarin. / Efe | Atlas
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El yerno ideal que salió rana

Los negocios de Iñaki Urdangarin han sido una pedrada en el escaparate de la Corona

MADRID Actualizado: Guardar
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Que algo olía a podrido en los negocios de Iñaki Urdangarin era un comentario recurrente en las redacciones de los medios de comunicación y en las conversaciones políticas desde hace más de cinco años. Incluso algún diario informó allá por 2006 sin pena ni gloria de presuntas irregulridades en los tratos comerciales del duque de Palma. El manto protector que rodea, o rodeaba, a las actividades privadas de los miembros de la Casa Real silenció aquellas noticias. Hizo falta que llegará el juez José Castro y sus investigaciones sobre el velódromo mallorquín Palma Arena para que se destapase la caja de los chanchullos, aún presuntos pero con un efecto demoledor.

Era el yerno ideal, de buena familia -su padre, un banquero del PNV que llegó a presidir la Caja Vital de Álava y su madre, una belga de ascendencia noble- deportista con 56 títulos en el equipo de balonmano del Barça y dos medallas de bronce en los Juegos de Atlanta y Sidney, formado con estudios de economía, educado, buen marido y buen padre de sus cuatro hijos. Hasta en el apartado estético pasaba el examen con nota pues con su 1,96 de estatura no desentonaba en las fotos de una familia de altura.

Caía simpático a la gente, mucho más que su cuñado Jaime de Marichalar, con su imagen taciturna de caballero fugado de un cuadro de El Greco, y que su cuñada Letizia Ortiz. Vamos, que lo tenía todo para triunfar en la Familia Real y entre la ciudadanía.

Pero fue dejar en 2000 las canchas de balonmano y acabar con 33 años sus estudios de Administración y Dirección de Empresas en Esade, y perder el rumbo. Quiso compatibilizar trabajos para empresas con actividades deportivas con su participación en el Comité Olímpico Español, en el que llegó a ser vicepresidente primero. Ese, sin la actividad empresarial, era el camino que deseaba la Zarzuela para el marido de la infanta Cristina.

Pero el duque de Palma no pensaba así. En 2003, se incorpora al Instituto Nóos -inteligencia o esfera en griego- y al año siguiente se convierte en su presidente. Para entonces ya estaba asociado con su profesor en Esade Diego Torres. Juntos tejieron una maraña de empresas de intermediación e inmobiliarias que, de acuerdo en las investigaciones, bajo la apariencia de entidades sin fines de lucro hacía pingües negocios al abrigo de la vitola real del duque.

Algo debió sospechar el Rey sobre los negocios de su yerno porque en la primavera de 2006 envió a su asesor José Manuel Romero Moreno a Barcelona para que pusiera freno a aquellas actividades. Urdangarin, en apariencia, se desvinculó de Nóos, pero nunca rompió amarras y mantuvo intacto su entramado empresarial. No se sabe cómo, pero se intuye, en 2006 es fichado por Telefónica y nombrado consejero de su división internaional. Tres años después, los Urdangarin Borbón se fueron a Washington, donde el cabeza de familia es consejero de la compañía para Estados Unidos y Latinoamérica.

Un baldón

Pese a la distancia oceánica, nunca desatendió sus negocios privados y ya fuera como directivo de las empresas o bien a través de testaferros continuó con sus tratos mercantiles. Hasta que en julio pasado el juez Castro, fruto de sus pesquisas en el Palma Arena, desgajó la pieza 25 con los contratos del duque y el gobierno balear. Urdangarin logró sortear la imputación de forma inexplicable para todos los juristas porque por mucho menos estaban acusados varios empleados de sus empresas. Pero llegó el momento en que no se pudo mantener más el 'paripé'.

El yerno ideal salió rana, pero no se convirtió en príncipe gracias a un beso de la princesa, como en la fábula. Se ha convertido en un baldón para el Rey y sobre todo, para el Príncipe de Asturias, el gran afectado de un escándalo que ha deteriorado la imagen de la Corona a extremos impensables hasta hace nada. Que un yerno del Rey se lucre a base 'pelotazos' en un país en crisis, con cinco millones de parados y en ascenso, es una pedrada en el escaparate de la Monarquía.

La Justicia aún no ha enjuiciado a nadie ni mucho menos dictado sentencia, pero la gente y la Zarzuela ya lo han hecho. La Casa del Rey ha resuelto que el comportamiento del yerno real "no era ejemplar" y lo borró de la agenda oficial. Pero eso no arregla nada. Ni siquiera el gesto de transparencia de hacer públicas parte de las cuentas del Rey la víspera de la imputación ha servido para recuperar lustre porque su efecto social se ha disuelto como un azucarillo en el café. Urdangarin ha sido el corolario para el 'annus horribilis' del Rey, con tres visitas al quirófano y una salud deteriorada a ojos vista.