Miles de egipcios abarrotan la plaza de Tahrir en El Cairo. / Reuters
análisis

Volver a Tahrir

Miles de egipcios volvieron a ocupar la simbólica plaza cariota para protestar por el papel de la junta militar en la transición

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Varios partidos egipcios, y singularmente los “Hermanos Musulmanes”, enviaron ayer una fuerte señal a la junta militar que gobierna interinamente el país para que se abstenga de alterar el rumbo de la revolución empezada en febrero, su condición popular y democrática y deje de buscarse un acomodo especial para la nueva etapa, la de normalización democrática.

Para eso se celebró una gigantesca manifestación (la tercera en número de personas desde el cambio de régimen) reunió a “cientos de miles” de egipcios convocados por unos cuantos partidos políticos deseosos de mostrar su fuerza y su voluntad política cuando faltan solo seis días para la primera ronda de las elecciones legislativas.

Una cifra precisa no fue facilitada pero hasta un medio tan cercano al poder militar como “Al Ahram” (estatal) utilizó la fórmula convenida en el mundo de las agencias de noticias: “decenas de miles” para una concentración muy relevante y “cientos de miles” para las enormes. Es útil insistir en esta dimensión cuantitativa porque la gran plaza de Tahrir, escenrio de la revolución social en curso, se ha convertido en el medio de aforar el poder real de los grupos, y, por ejemplo, permitió comprobar el poder limitado de los jóvenes blogueros cuyo gran trabajo tanto ayudó en los días de la revuelta.

Un desafío a los militares

El agradecimiento a las fuerzas armadas, personificado en el mariscal de campo Hussein al-Tantaui, ministro de Defensa con Mubarak y ahora, se mantiene, pero se ha erosionado de modo inquietante aunque su decisión, literalmente histórica y valerosa, de negarse a reprimir las manifestaciones por la fuerza, derrocó a Mubarak, después detenido y procesado con miembros de su familia.

Pero como gobierno provisional, el llamado “Consejo Nacional de las Fuerzas Armadas” no ha sabido o querido imitar a los militares de Túnez (cuya conducta idéntica también permitió el fin de la dictadura de Ben Alí), aunque hay que aceptar en seguida diferencias considerables entre las dos situación y se puede ser comprensivo, por razones de pura estabilidad, con algunos criterios de los militares.

Los agravios presentados por los manifestantes son varios, algunos más digeribles y menores, como el recurso a tribunales castrenses para juzgar delitos menores cometidos en manifestaciones o la obstinación en defender a los suyos cuando no han estado a la altura en el control de algunos conflictos en la calle, como el que causó la muerte de coptos en la plaza Maspero en verano. Pero los de orden propiamente político son dos: a) no fijar de una vez un creíble y negociado calendario de completa vuelta a los cuarteles; b) intentar dotarse de un status especial como gremio para cuando esté creada la nueva institucionalidad democrática.

Calendario impreciso

Los militares, es verdad, lo han negociado todo o casi todo y han dado pruebas muy abundantes de retroceder en cuanto han encontrado fuerte resistencia social a iniciativas suyas expresadas por sus gobiernos. El pronombre es razonable aquí porque los gobiernos son suyos, de los militares (que, por cierto, ya llevan tres primeros ministros) a falta de que haya uno salido de la mayoría parlamentaria, como sucederá en su día. Eso ayuda a que las iniciativas gubernamentales se vean teñidas de las cautelas que los uniformados supuestamente tienen, temerosos de cometer errores, descarrilar la adorada estabilidad o comprometer la sacrosanta “unidad nacional” o, más crudamente, la “seguridad nacional”.

Sobre el primer punto se hizo un progreso cuando, por fin, se fijó el calendario para las legislativas que empiezan la próxima semana, pero terminarán del todo… en marzo. La razón es que, como antes, es que, además de ser a dos vueltas, no es posible hacerlas de un solo golpe y el país, grande y poblado, se divide en tres áreas, la primera de las cuales, y la más densa y relevante, votará para la cámara baja del legislativo el próximo viernes. A lo largo de diciembre y enero votarán en las otras dos áreas y entre febrero y marzo la cámara alta, un Senado.

Esto, sin embargo, en razón de la fuerte tradición nacional puede ser aceptado. Menos lo es la reticencia militar a fijar un tiempo para la redacción de la nueva Constitución y la fecha para el referéndum de su aprobación, por no hablar del problema complejo de cómo se conformará y por quienes el grupo de “constituyentes” que redactará la nueva Carta, aunque hay un principio de acuerdo sobre el número (cien) e ideas bastante racionales sobre los perfiles y los orígenes adecuadas de los redactores.

El problema del día

Todo lo dicho era ya una preocupación durante el verano y sobre todo los partidos mejor organizados (“Hermanos Musulmanes”) o los colectivos más jóvenes y liberales (“Movimiento Seis de Abril”) han solicitado un calendario preciso para el fin del régimen interino y la normalización democrática.

Pero hay una dificultad más reciente y es la pretensión militar de ver aprobados una coloquialmente llamados “principios supra-constitucionales” que en la versión benévola atiende a la interpretación del alto mando (proteger la estabilidad y la seguridad nacional) y en la más común es percibida como un ensayo militar de dotarse de un status especial, fuera del control parlamentario: la gran familia (militar, por supuesto) al margen de la gresca política, siempre atenta al bien público y lista para ser, en caso preciso, el último recurso. Aún dura a estupefacción causada por la propuesta, llamada “los papeles al-Almi” por el nombre del viceprimer ministro a quien tocó la ímproba tarea de negociarla con los partidos.

El Consejo Militar retrocedió, según su costumbre, la corrigió a la baja y aseguró que lo negociaría todo. Pero no la ha retirado, sus artículos nueve y diez son inaceptables para todos los partidos en su redacción actual y no hay acuerdo. El lector debe saber en este punto que antes las fuerzas armadas ya tenían un status inimaginable en democracia: una industria, una red hospitalaria y otra de economatos propia, participaciones en muchos negocios, un escudo de hermetismo y un poder de veto de hecho en asuntos de seguridad o definición de la política exterior…

Pero eso fue con Sadat y Mubarak, ambos generales, gente de la familia…. Ahora no puede ser así y no será por la sencilla razón de que prácticamente nadie lo aprueba.