Caza

La liebre que llegó tarde

La población de esta especie se vio mermada por el uso de productos para exterminar las plagas de topillos

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Hace unos años, recordarán, los agricultores de Castilla y León iniciaron un movimiento de protesta por la plaga de topillos que asolaba grandes extensiones del centro de la comunidad autónoma. Tierra de Campos, por uno de esos ciclos naturales imposibles de prever y controlar. La plaga, es cierto, hizo mucho daño a los cultivos. Y, claro, los que viven de la tierra no estaban dispuestos a sufrir una merma en sus ya de por sí reducidas rentas porque de pronto a la naturaleza le hubiera dado por poner sobre el suelo millones de pequeños roedores.

La solución que se tomó para solucionar aquel problema fue tan peregrina como eficaz: sembrar de veneno los alrededores de las parcelas cultivables. Un sistema barato, rápido, cómodo y auténticamente bárbaro.Un método incivilizado, brutal, deplorable y nada inteligente, que para más inri fue financiado y apoyado por los responsables agrícolas de la administración autonómica. Curiosamente, la Ley de Caza de Castilla y León considera una falta muy grave el dejar productos venenosos en el campo. Tan grave, que al infractor le puede costar la licencia del coto, la de caza y pasar a tener antecedentes penales en su expediente. Pero a lo que se ve no había otro método para controlar al tal topillo.

La consecuencia de todo ello, en lo que al topillo se refiere, es conocida. No lo es tanto, empero, lo que pasó con otros mamíferos y aves, que ingirieron el veneno vertido incapaces de discernir si aquellas bolitas rojas que tanto proliferaban en las tierras era comida o muerte. Y uno de los que más sufrió fue la ibérica liebre. Tanto sufrió, que al año siguiente, y al siguiente, y al siguiente, su presencia sigue siendo testimonial en los terrenos de la mayoría de cotos en los que los topillos fueron por unos meses los reyes.

La liebre no es un conejo, y solo tiene un par de celos al año. Y en cada parto, como máximo nacen dos lebratos. Y, claro, a ese ritmo, recuperar todo lo que se perdió hace tres años cuesta mucho, mucho tiempo.

De las decisiones de aquella plaga han llegado lodos como suspensiones de campeonatos de galgos por falta de liebres, y probablemente una generación echará las muelas en el campo sin tomar un contacto serio con este singular lepórido al que los ecologistas nunca salieron a defender. Quizá porque no tiene cuernos.