Una joven religios se despereza tras pasar la noche en el campamento. / Efe
el papa, con los jóvenes

Larga noche en el megacampamento juvenil

Cientos de miles de peregrinos duermen, cantan y rezan a la intemperie en Cuatro Vientos

MADRID Actualizado: Guardar
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Silencio, música y rezo. Esas son las tres palabras que mejor definirían la noche de vigilia de los cientos de miles de jóvenes que abarrotaban el aeródromo de Cuatro Vientos. Desde el momento en el que Benedicto XVI abandonó el mastodóntico escenario preparado para la ocasión, el megacampamento vivió unos momentos de gran revuelo. En un instante, miles de peregrinos empezaron a colocar y abrir sus sacos de dormir dispuestos a no perder ni un segundo más de sueño después de una maratoniana jornada. Sin embargo, al mismo tiempo, otra cantidad ingente de jóvenes empezaron a deambular sin aparente rumbo fijo por las “calles” habilitadas para dividir los distintos segmentos del aeródromo.

Poco a poco, la mayoría de focos se apagaron hasta dejar el recinto en una penumbra que facilitara el sueño de los acampados y que obligaba al resto a recurrir a linternas -los más previsores- o a la luz de su móvil -la mayoría-. Entre quienes preferían permanecer en sus tiendas había una amplia representación de peregrinos. Familias con hijos pequeños orgullosos de que sus vástagos vivieran esa experiencia. Monjas y sacerdotes encantados de haber visto tan de cerca al pontífice o grupos de jóvenes religiosos de multitud de países. De vez en cuando, la oscuridad que reinaba entre los miles de sacos de dormir era salpicada por la luz de algún peregrino que permanecía leyendo.

La tranquilidad, el sosiego y casi el recogimiento que se transmitía de un lado de la valla contrastaba con el continuo trasiego de personas por los caminos, en su mayor parte de tierra, en el que está dividido el aeródromo. Las bolsas con decenas de botellas de agua eran transportadas como oro en paño de una punta a otra de la explanada. Tras la tormenta veraniega que irrumpió con fuerza durante el rezo con el papa, la calma regresó y con ella el calor, pese al amago de alguna que otra gota.

Ritmos africanos

Lejos de decaer, el bullicio se mantenía con fuerza pasada la medianoche. No era difícil escuchar cánticos y los acordes de guitarras por varios puntos. Tampoco era complicado identificar el sonido de los bongos. En especial, uno que destacaba por sus ritmos africanos cuya explicación estaba en los peregrinos que los tocaban. La expresividad de sus gestos y la intensidad de sus impronunciables cánticos contagiaron a numerosos jóvenes que se unieron a ellos e imitaron sus casi espasmódicos movimientos.

Otro lugar de gran actividad eran las capillas. En ellas numerosos fieles rezaban mientras otros se confesaban ante los sacerdotes. Esa imagen recordaba el motivo por el cual se habían reunido casi un millón de peregrinos. Y es que por momentos la estampa recordaba más a la celebración de las fiestas de cualquier ciudad española que a una noche de vigilia por los corrillos de jóvenes bailando al son de una guitarra o entonando cánticos ajenos a la JMJ como : "Yo soy español, español, español”.

Con el paso de las horas el silencio se fue imponiendo. De vez en cuando, los gritos de los voluntarios advertían de la llegada de una ambulancia, de un coche del Samur o de cualquier otro vehículo. Los reductos de música estaban cada vez más aislados. Tocaba dormir y recuperar fuerzas de cara a la última gran cita de la JMJ: la multitudinaria misa oficiada por Benedicto XVI en el aeródromo.