relatos de verano

Se redactan notas de suicidio

Aquel anuncio del periódico apareció ante mis ojos como un flash reclamando mi atención

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Aquel anuncio del periódico apareció ante mis ojos como un flash reclamando mi atención: «Se redactan notas de suicidio». La idea no me atrajo porque en aquella época yo tuviera intención de suicidarme –más por falta de valor que de motivos, si he de ser sincero, pero eso ahora no viene al caso–; lo que había despertado poderosamente mi interés era que alguien pudiese ganarse la vida redactando ese tipo de notas. Si existía alguien capaz, desde luego merecía la pena conocerlo. Por eso llamé.

Me inventé una historia manida, pero que me pareció creíble. Resumiendo, venía a decir que me habían echado del trabajo, que mi mujer ya no me amaba y que mis hijos eran unos golfos. Historia que relaté, para añadirle dramatismo, con un tono de voz apagado y lastimero como el quejido de los goznes de una vieja puerta. Mientras yo me lamentaba, al otro lado del teléfono una voz masculina, apenas un susurro, emitía aburridos síes de asentimiento, como si lo que le contaba fuesen las probabilidades de lluvia en la próxima semana. Cuando terminé de pormenorizar mi repertorio de desgracias, la voz tomó la iniciativa. Lo primero que hizo, sin intentar siquiera aliviar con una frase compasiva mi supuesto dolor, fue informarme fríamente de sus tarifas.

– Son cincuenta céntimos por palabra, con un mínimo de cien palabras. Por cada diez artículos o preposiciones le regalo una palabra extra. En este tipo de trabajos, entiéndalo, siempre cobro por adelantado.

No me esperaba algo tan profesional, así que en un primer momento su respuesta me dejó noqueado. Cuando me recuperé, quise saber más. El tipo prometía. Solo podía ser un trastornado o un listillo.

– Me gustaría que en la nota dedicara unas palabras cariñosas a mi madre, la pobre está enferma y creo que me quiere.

– Envíeme su nombre y el recuerdo de un momento dulce que haya pasado con ella, si es que tiene alguno. Yo me encargo del resto, no se preocupe.

No podía dar crédito a mis tímpanos. Quizá era una de esas bromas de la radio. Permanecí un momento en silencio esperando que de un momento a otro se oyera una musiquita, risas enlatadas y un simpático presentador diciéndome que estaba en antena. Pero nada de eso ocurrió. La voz, neutra como la de la megafonía de un aeropuerto, continuó con su discurso.

– En el anuncio aparece mi correo electrónico. Debe enviarme a esa dirección los nombres de las personas y animales que desea que aparezcan en su póstuma despedida, el número de palabras que desea que escriba y sus preferencias en cuanto al estilo: tierno, realista, irónico… Cuando tenga esos datos, yo le enviaré un presupuesto y un número de cuenta. Una vez que haya efectuado el ingreso, recibirá su nota de suicidio personalizada en el plazo de dos días.

Demasiado retorcido para tratarse de la broma de un programa de radio. Aunque aquello estaba dejando de ser tan divertido, no quise colgarle y decidí prolongar mi pasatiempo.

– Bueno, sin prisas, – añadí titubeante – aún tengo dudas.

El tipo comenzó entonces a desarrollar toda una apología del suicidio. Recordó la cantidad de personajes ilustres que habían acabado así sus vaivenes por el mundo: Van Gogh, Hemingway, el maestro Belmonte…; según él, los más grandes. Defendió con entusiasmo el suicidio como la forma más digna de poner punto final. Terminó su perorata con una pregunta:

– ¿Ha pensado ya en el método?

– Pues... la verdad es que no.

– Es importante. Vea esto como una oportunidad única de experimentar sensaciones que no ha podido hasta hoy. Aproveche para volar por unos segundos mientras cae desde un décimo, mezcle ansiolíticos con güisqui y antidepresivos para ver lo que se siente... Pero sobre todo, no falle. No hay nada más ridículo que un suicidio frustrado.

A estas alturas de la conversación yo ya estaba estupefacto pero, aún recreándome, quise desafiarle.

– Había pensado grabar el suicidio y colgarlo en YouTube. Dígame, ¿cabría la posibilidad de una rebaja si le cedo a usted los derechos? Piense que las visitas estarían garantizadas...

– ¡Ese es el espíritu con el que debe afrontar esto! Quizá podamos llegar a un acuerdo. Por cierto, se me olvidaba informarle de la oferta de este mes: si contrata su nota de suicidio antes del día uno, por el mismo precio le regalaría un epitafio, seguro que le será muy útil. Si conoce a más gente en su situación puedo ofrecerle una tarifa especial para suicidio en grupo...

Demasiado extravagante para mí. La voz empezaba a darme miedo, así que le di las gracias y colgué. Al momento, una única idea como un fuego cruzado empezó a acribillarme la cabeza: «El mundo se cae a pedazos». Y lo que es peor, desde aquel día la alternativa del suicidio ya no me parece tan descabellada.