AnÁLISIS

Siria, el salvavidas turco

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El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, dijo el martes un poco misteriosamente que “en diez o quince días” habrá noticias de Siria. Si se tiene en cuenta que cuando hizo su comentario sin duda había sido informado al detalle de lo ocurrido con su ministro de Exteriores en Damasco horas antes, es legítimo suponer que algo se cuece.

Es superfluo a estas alturas subrayar el papel tan relevante que Turquía, en pleno auge económico y con un peso político creciente, juega en la región. No es un país árabe, sino musulmán, un partido islamista moderado (“Justicia y Desarrollo”) ha ganado por tres veces las elecciones, cumple rigurosamente sus obligaciones como miembro de la OTAN y apenas puede soportar que no se le haga caso … en Damasco, después de todo lo que ha hecho por el régimen sirio.

En efecto, en plena reevaluación norteamericana de la política hacia Siria (Obama empezó promoviendo el diálogo y envió por fin un embajador a Damasco en la persona de Robert Ford) pero ya antes de la revuelta que el gobierno sirio está sofocando ahora a sangre y fuego Washington había revisado su posición tras llegar a la convicción de que Damasco no ayudará a implementar el plan norteamericano para Oriente Medio, con la cuestión palestina y la ocupación por Israel de los altos del Golán (sirios) por el medio.

El partenariado sirio-turco

Erdogan, como un líder en alza y muy solicitado y escuchado ahora, dedica mucho tiempo a la política exterior y de seguridad y él y Ahmet Davotuglu, su poderoso ministro de Asuntos Exteriores (quien fue durante años su asesor de seguridad nacional, su Kissinger particular) han reelaborado por completo su acción regional y extendido la influencia turca desde los intercambios económicos hasta un cierto – y oficioso – redescubrimiento del recuerdo, no del todo borrado, del Imperio Otomano.

Se ha hablado incluso, y la expresión ha hecho fortuna, de un cierto neo-otomanismo y hay una nueva curiosidad intelectual y popular por los últimos años del sultanato y la proclamación de la República hace ya más de ochenta años. Esto no es solo obra del éxito islamista, sino de un relevo generacional (el kemalismo laico del fundador de la República, Mustafa Kemal, Atatürk, ya no vende tanto) y por el desdén con que la Unión Europea, o Francia y Alemania si se prefiere, han acogido la candidatura turca para entrar en el Club. La reacción lógica ha mirado a las fuentes tradicionales del ser nacional turco.

Con Siria, una antigua colonia francesa, se hizo un esfuerzo particular sobre todo en el comercio bilateral y la inversión. Turquía se convirtió en el primer socio económico del país, se sucedieron las visitas de alto nivel, se olvidaron las viejas rencillas (la reivindicación territorial siria en el golfo de Alexandretta) y se unificaron criterios sobre la cuestión kurda. Fue una auténtica luna de miel que, además, se insertaba en la gran relación bilateral que Ankara entiende mantener también con Irán, un protector militar de Siria en la pugna con Israel.

Un plan para Damasco

Turquía hace todo eso con diligencia y desde la consolidación democrática interna, es decir, con el arma adicional – y cada día más decisiva – de poder predicar con el ejemplo. En nombre de la realpolitik, Ankara hace lo que hace en la región ampliamente considerada, pero llegado el caso – como ocurrió en Libia, donde la reticencia inicial a intervenir y su negativa a apoyar el ataque de marzo en el Consejo de Seguridad se convirtió en solidaridad activa con la rebelión – recuerda a quien corresponde que no se puede masacrar a la gente.

Por eso, cuando el lunes, solo horas antes de que Davotoglu viajara a Damasco, dijo que “el destino que aguarda a Bashar al-Assad es el de Gaddafi si no deja de machacar a su pueblo” se pudo pensar que, como sugería la prensa turca, el ministro iba a ser portador de un “fuerte mensaje”. Ahora sabemos, además, que el ministro y al-Assad sostuvieron nada menos que seis horas de entrevistas, de las que tres a solas. Había – hay – razones para esperar algo novedoso y sería letal para los intereses diplomáticos sirios ignorar el plan turco.

Tal plan, por lo demás, cabe en dos puntos: a) cesar toda represión, con vuelta de los soldados a sus cuarteles y liberación de los miles de detenidos; fijación de una fecha para elecciones libres. Esto último ha sido ya prometido por el gobierno que deberá, sin embargo, hacer algo con la Constitución, que establece que el partido Baas “dirige la sociedad y el Estado”. Sea como fuere, si Assad ignora paladinamente la gestión turca (que con toda probabilidad está siendo apoyada por Irán) habrá cometido un error que podría ser, sencillamente, el último.

Enrique Vázquez