La absoluta destrucción de todas las redes de transporte, incluidas las aéreas y marítimas, ha dejado aislado al noroeste de Japón, donde sus habitantes vagan sin rumbo a la espera de ayuda.
TSUNAMI EN el pacífico

Fukushima, ciudad fantasma

Casi incomunicado, el noreste de Japón se halla sumido en el caos y la desolación, con falta de comida, agua y electricidad

FUKUSHIMA Actualizado: Guardar
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«Nací aquí hace 65 años y estoy acostumbrado a los temblores, pero jamás había sentido nada igual. Este ha sido el terremoto más fuerte de mi vida y pensaba que no iba a contarlo». Pocas horas después del devastador seísmo que sacudió el este de Japón y desató un tsunami de diez metros que barrió mas de 2.000 kilómetros de su costa, Haroo Ohashi aún no se ha sacado el miedo del cuerpo.

Aunque intenta guardar las formas como manda la estricta cultura nipona, este educado conductor no puede evitar estremecerse cuando piensa «en los treinta o cuarenta segundos que duró el temblor». «Fueron interminables. Estaba en una librería y todo el suelo bailaba con fuerza. Sólo podía pensar en sujetarme a algún sitio para no caerme», explica en el aeropuerto de Fukushima, donde empieza la zona cero de la catástrofe, a tan sólo 250 kilómetros de Tokio.

Para un país moderno y desarrollado como Japón, surcado por autopistas de varios niveles y futuristas 'trenes bala' que circulan a 300 kilómetros por hora, se trata de una distancia corta, pero ahora llegar hasta aquí supone una verdadera odisea. Golpeado por el mayor terremoto de su historia y rematado por una gigantesca ola que ha dejado a su paso escenas dantescas, el imperio del Sol Naciente se encuentra sumido en el caos y la desolación.

El noreste de la isla está prácticamente incomunicado. Plagadas de socavones o con puentes literalmente borrados del mapa, las autopistas se encuentran cortadas y sólo abiertas a los vehículos militares y de emergencias. Colapsados, en los aeropuertos de Tokio han quedado atrapados miles de pasajeros, muchos de los cuales intentan volar hacia las ciudades azotadas por el tsunami para reunirse con sus parientes. Precisamente, este corresponsal pudo llegar ayer a Fukushima gracias a un vuelo no previsto de la aerolínea ANA que transportaba a unos pasajeros angustiados por no saber nada de sus familiares.

Batiendo sus hélices, un helicóptero militar daba la bienvenida a las pistas, donde el caqui de los uniformes de los soldados se mezclaba con el naranja de los monos de los equipos de salvamento. Llegados a bordo de 190 aviones y 25 barcos, son parte de los 100.000 militares que el Gobierno ha movilizado para ayudar en las tareas de rescate. Entre medias, grupos de mujeres que huían con lo puesto y la palabra pánico aún escrita en el rostro.

En esta zona densamente poblada, el mapa de la desolación se agudiza a medida que uno se acerca a la costa, donde se ubican las centrales nucleares que amenazan con causar un Chernobil de ojos rasgados. Tras el devastador terremoto de magnitud 8,9, la gran ola penetró hasta diez kilómetros en algunas franjas de la costa, arrastrando todo lo que encontraba a su paso: lanchas, coches, avionetas, casas y, por supuesto, personas.

687 muertos oficiales

De momento, el Ejecutivo baraja cifras oficiales de 687 muertos, 1.105 heridos y 650 desaparecidos. Pero los medios calculan que puede haber mas de 1.500 fallecidos porque ayer aparecieron entre 200 y 300 cadáveres en un puerto cercano a Sendai, la ciudad más afectada. En Minamisanriku, en la prefectura de Miyagi, han desaparecido 9.500 de sus 17.000 vecinos. Y todavía no se sabe nada de cuatro trenes que circulaban por la costa oriental ni de un barco con un centenar de pasajeros que, al parecer, fue engullido por los remolinos gigantes que formó el tsunami.

Cuando se rebusque entre los escombros, donde podría haber numerosas víctimas enterradas, el balance de muertos aumentará hasta revelar la verdadera magnitud de la tragedia, de la que el pueblo japonés tardará en reponerse. En buena parte del litoral no quedan más que ruinas y 215.000 personas han tenido que ser alojadas en refugios temporales de cinco prefecturas porque la virulencia del tsunami les arrebató todo lo que tenían.

Entre cinco y seis millones de hogares se han quedado sin electricidad y en otro millón no hay agua corriente. «Tampoco tenemos mucha comida, así que debemos ayudarnos los unos a los otros», resopla resignado Sugama Atsushi, un rasta de 20 años que hace cola para recoger agua en un surtidor. A su lado, abuelos, padres de familia, amas de casa, jovencitos y niños llenan garrafas y botellas de plástico para lavar y cocinar. Con otros ropajes menos modernos y occidentales, la imagen podría estar sacada de África o India, pero es el hipertecnológico y moderno Japón, superpotencia castigada por la rabia incontrolable de la naturaleza.

Frente a los comics manga que se amontonan en la sección de revistas, las estanterías de alimentación lucen vacías en los pocos supermercados que siguen abiertos pese a haber agotado sus existencias de comidas precocinadas, 'noodles' instantáneos y galletas. Los vecinos de Fukushima han hecho acopio de víveres ante el temor de que se repita un nuevo terremoto, ya que el Gobierno ha extendido la alarma de tsunamis. De noche, se quedan en casa y Fukushima parece una ciudad fantasma.

En las últimas horas, la Tierra ha temblado de nuevo más de 125 veces. En ocasiones con una intensidad de hasta seis grados en la escala Richter, como comprobó anoche este corresponsal en las constantes réplicas que sacuden a Fukushima. El viernes, el terremoto tiró abajo la fábrica de relojes Hayashi Seiki, cuyo techo se desplomó como si fuera de mantequilla. Mañana nadie sabe a quién le tocará perder su hogar... o a su familia.