PASIÓN. Materazzi sostiene la copa rodeado por todos sus compañeros en el autobús de la selección italiana. / AFP
MUNDIAL DE FÚTBOL | ALEMANIA '06

El circo italiano recibe a los campeones

Miles de personas acogen a la 'nazionale' recién llegada de Alemania en el centro de Roma tras una noche caótica marcada por la alegría y los festejos

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«¿Vendetta!», fue lo primero que gritó ayer un tifoso romano, con el rostro desencajado, nada más marcar Grosso el gol de la victoria. Estaba en un bar al lado de la embajada francesa de Piazza Farnese, con un auditorio dividido de italianos y bleus, y el alarido le salió del alma. La pasión reprimida de los italianos durante décadas, tras ser eliminados por penaltis en el Mundial en 1990, en 1994 y 1998, por no ganar a Francia desde 1978, por haber perdido ante ellos de forma inmerecida la Eurocopa de 2000, estalló por fin en una noche absolutamente desquiciada. Trastevere, Testaccio, Campo de Fiori, plaza Venezia, cualquier rincón de Roma se convirtió en un río humano de gente cantando y agitando banderas.

Fue una noche de hermandad y orgullo, sentimientos excepcionales en Italia, país maravilloso pero a menudo acomplejado y turbado por sus defectos. Con el fútbol y un Mundial se produce, periódicamente, una redención histórica y nacional. La retórica y el romanticismo se fundían hoy tanto en los gritos de los tifosi como en los artículos de la prensa, que hablaban de un equipo de héroes humanos e imperfectos, quizá no siempre irreprochables, pero a fin de cuentas, campeones del mundo. «Sin el escándalo del Calcio nunca lo hubiéramos conseguido», comentaban Gattuso y Buffon. De un fútbol podrido por el escándalo de este año, vituperada por casi todos, en medio de la adversidad, Italia ha vuelto a saber ser la mejor. Leyendo en el destino, como siempre, se está interpretando como el punto de partida para refundar el Calcio desde la catarsis purificadora del triunfo. Y todo es literatura idealista de este tipo, pero luego llega la vida diaria y ya se verá.

«¿Hemos sufrido mucho, mucho, toda la vida y nos lo merecíamos!», se desgañitaba un joven al borde de las lágrimas. En Buenos Aires, en Australia, en Canadá, en todos los rincones del globo donde han llegado generaciones de inmigrantes italianos, huyendo de la pobreza, se celebraba la victoria. En medio del delirio, no es raro que un recluso aprovechara la confusión para fugarse de la prisión de Alghero, en Cerdeña. «¿Y ahora devolvednos la Gioconda!», decía un pancarta en Nápoles.

Los cánticos de la calle eran bastante más directos, con calificativos gruesos para la madre de Zidane, igual que los estribillos procaces que dedicaron los jugadores a la ministra Giovanna Melandri cuando bajó al vestuario. El pegadizo tarareo de una canción de los White Stripes, «Seven nation army», popularizada por Totti, es ya el himno de la victoria. Po, po, po, po, po, po,.. se oye por todas partes. La embajada francesa en Roma tuvo que ser rodeada por furgonetas antidisturbios y después de medianoche la cosa empezó a degenerar. La gente tomaba al asalto los techos de los autobuses, cuyos conductores quedaban atrapados como una diligencia entre comanches enloquecidos, y en cualquier calle volaban los balones a patada limpia, uno de los deportes del verano en Roma. En Via del Corso fueron saqueadas varias tiendas y hubo enfrentamientos con la Policía.

Ayer, la resaca y el placer de despertar para leerlo en los periódicos: «¿Todo es verdad! Campeones del mundo!», decía la primera página de La Gazzetta dello Sport. Buffon, Cannavaro, Zambrotta,... la inmensa zaga de Italia ha sido lo mejor, pero los héroes por excelencia de la azzurra, por circunstancias sentimentales, son dos: Grosso y Materazzi. Grosso era un jugador desconocido que llegó a la selección en el último momento y hasta hace poco jugaba en Tercera. Marcó el primer gol a Alemania en la semifinal y ayer firmó el de la victoria. Materazzi tampoco debía estar ahí, ha jugado porque Nesta se lesionó en el segundo partido.

Aviones militares trazaban hoy la bandera italiana sobre el cielo de Roma y a las 18.49 Cannavaro asomó en la puerta del avión con la Copa del Mundo en la mano. Según confesó, había dormido con ella y con su hijo. El autobús 'azzurro' tardó casi tres horas en llegar al centro de Roma, colapsada por el tráfico, saludando a la larga caravana de coches parados en la autopista y escoltada por nubes de ciclomotores.



Tres 'tifosi' muertos

La fiesta de toda Italia costó dos muertos, ambos en desgraciadas circunstancias, y otro más antes del partido, un jubilado que cayó desde cierta altura cuando quería colocar una bandera italiana. Tras la victoria, la primera víctima mortal fue un joven de 16 años de un pueblo cercano a Salerno, en el sur del país, que iba a asomado a la ventana de un coche con medio cuerpo fuera y una bandera. De madrugada, otro joven milanés de 20 años murió golpeado por la hélice de un barco.