opinión

Desconectando barbacoas

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Hubo un tiempo en que más de doscientas cincuenta mil personas se reunían en la playa, –alentadas por el Ayuntamiento de Cádiz, sí–, para demostrar al mundo que sabemos dominar como nadie el arte de Talía, mientras políticos, asesores y otras hierbas se daban un paseo triunfal y glorioso entre taquillones, camas muebles, abuelas impedidas, pitracos carbonizados, garrafón, niños de teta y todo tipo de enseres que conformaron durante años el paisaje de nuestra felicidad, aquella que se medía siempre utilizando la regla del ‘y yo más’. Eran, recuérdelo, tiempos de Guiness, para todo. Incluso un año fuimos capaces de hacer barbacoa en la misma hoguera de las vanidades e intentamos batir, en un salto mortal, nuestro propio record recolectando gentes de cualquier parte con trenes especiales y todo. Vamos a la playa… oh, oh, oh… que decía la absurda canción veraniega de Righeira –sí, tuve que buscarlo en wikipedia porque yo tampoco sabía quien cantaba tremenda porquería–.

No lo niegue ahora. Todos fuimos a la playa durante el Trofeo. Porque, queramos o no, estaba la playa igual que una feria. Y eso, a pesar de que cada año salían voces que clamaban en el desierto –yo misma, para qué engañarnos– y que vaticinaban de manera apocalíptica el fin de las barbacoas. No había que ser un lince para verlo, porque la sobredosis es la principal causa de muerte entre los politoxicómanos, y tanto humo de pinchito y tanta sangría de dudosa procedencia no podían traer nada bueno. Primero fueron los cambios de fecha –así murió la Velada de los Ángeles–, luego las acotaciones de la playa, luego la limitación a una sola jornada, luego las recomendaciones de la Demarcación de Costas… en fin, que el pronóstico estaba claro. En los últimos dos años, las barbacoas han sobrevivido conectadas a un respirador artificial y sin respuesta alguna a estímulos exteriores. Entre aquel cuarto de millón de personas y las treinta y seis mil del pasado año se escribe la historia de una derrota fácil de digerir, pero difícil de explicar si no es desde el punto de vista estratégico.

Cuando se abre una compuerta así, de sopetón, lo más fácil es que los ríos se desborden causando daños irreparables. Y el tema de las barbacoas estaba completamente desbordado. Ya no tenía rentabilidad hostelera, ni deportiva, ni social y lo que es más importante, había dejado de tener rentabilidad política. Lo más recomendable era aplicarle una eutanasia pasiva, un dejarlas morir en la misma orilla en la que se iniciaron.

De hecho, a eso es a lo que está contribuyendo ya nuestro Ayuntamiento. Si no, busquen en la web institucional y lean: «En las últimas décadas se ha convertido en costumbre considerar que el verano gaditano culmina con la celebración del Trofeo», ¿un tres de agosto culmina el verano gaditano o es que nadie se ha preocupado de mantener actualizada una web que consultan básicamente los turistas?

En fin, que para esto más vale una vez colorado que ciento amarilla, por mucho que el amarillo sea «gloria bendita para los cadistas». Tenemos una oportunidad única, que alguien coja el interruptor, apague y que el último cierre la puerta.