opinión

Tensa tranquilidad

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Según los datos de la EPA, Encuesta de PoblaciónActiva, publicados el jueves, en el primer trimestre de 2013 hubo en Cádiz casi más desempleados que personas con trabajo. Exactamente, los ocupados eran 329.100 y los no ocupados 234.600. Estas cifras, que a simple vista no son más que cifras, muestran una realidad espeluznante que debería hacernos reflexionar seriamente sobre lo que nos depara el futuro.

Si estos números siguen creciendo llegará un momento en que las personas que ocupen un puesto de trabajo sean tan pocas que el sistema será –ya lo es en parte– totalmente insostenible. Y mientras las cifras aumentan sin descanso, los que sí tienen trabajo, y uno destinado a gobernarnos, se echan los trastos a la cabeza sobre quién es el culpable y quién debe solucionarlo... mientras nosotros nos ahogamos.

Esta terrible situación parece que no tiene fin. De hecho, sigo sin comprender cómo nos mantenemos aún en un clima de pacífica convivencia, y no me refiero sólo a lanzarse a la calle como fieras, sino a las consecuencias propias de la falta de trabajo, dinero, comida y techo bajo el que vivir.

Ayer mismo anunciaba el Gobierno de este país que las previsiones no son nada positivas, porque aunque no lo digan abiertamente, es fácil deducirlo de que en 2015 vayamos a pasar de una tasa de paro actual del 27% al 25%, lo que para nada se acerca a las cifras previas a que llegase la maldita crisis.

Para más inri, mientras nosotros esperamos todavía la gran ola del tsunami, este panorama saca a flote los múltiples desmanes que determinados políticos y sindicalistas han llevado a cabo con toda la libertad del mundo. Que si me pego una mariscada, que si me pagan mi casa, que si me marcho de viaje, que si me tomo unas copas, me compro unos gramitos de cocaína, me rodeo de prostitutas y todo ello con mi salario calentito en el banco y a costa de los estúpidos contribuyentes. Esos que se mantienen dentro de la rueda, como esa en la que corren los hámsters, mientras yo, que no sé ni escribir mi nombre sin faltas de ortografía, me doy la gran vida y me río de ellos. Eso sí, sin dar la cara.