la última

Maldito calendario

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Durante unas elecciones la mayoría del electorado decide individualmente, pero al unísono, ejercer su derecho al voto de una manera inesperada. La abstención cualificada, no el voto en blanco, el voto negro rutilante. Los gobernantes, que no se enteran de la realidad que vive su pueblo, interpretan el gesto como revolucionario. Temen que se puedan degenerar los cimientos de una democracia hecha a la medida de los políticos y no de la ciudadanía. Intentarán por todos los medios acabar con esa iniciativa ciudadana».

Esta es la trama del libro del premio Nobel portugués José Saramago titulado ‘Ensayo sobre la lucidez’.

El menos malo de todos los sistemas políticos, la democracia, parece estar supeditada al maldito calendario electoral. Las fechas se deciden en beneficio del partido gobernante que quiere perpetuarse o del que se cree con aspiraciones a gobernar. En eso tenemos que aprender del ‘imperio’, el primer martes después del primer lunes de noviembre, y así continua siendo desde 1845.

Los adelantos electorales, las convocatorias a desmano, las listas cerradas e interesadas, se elaboran sin pudor con un único fin, beneficiar al partido o líder que gobierna. A nadie le importa el bien común de la ciudadanía, moneda muy devaluada. De ella solo se acuerdan a la hora de elaborar el programa electoral, ese que sin pudor ni disimulo tiran a la papelera al día siguiente de ganar el plebiscito.

Resulta que las decisiones importantes para este viejo y agonizante continente se pospondrán hasta que la señora Merkel crea conveniente. Su convocatoria electoral está supeditada a intereses partiditas. Esta idoneidad no tiene nada que ver con solucionar los problemas graves de los países del sur ni con la recuperación del espíritu europeísta que ilusionó a una generación comprometida. Sólo prima el interés espurio del partidismo y su perpetuación.

Triste, muy triste que coexistan dos mundo, uno el de la política, ficticio y lejos de la realidad cotidiana, ostentoso sin miramientos, cruel si compasión y sin ese mínimo pudor que debe contagiar a las personas de bien, y el otro, el de la ciudadanía entregada y sin esperanza por el mañana, duro hasta el suicidio, mísero sin compasión y sin el resuello digno de misericordia. Vergüenza debería darles a esos que se reúnen hasta la saciedad para solucionar los problemas que ellos crean y con los que no se identifican porque están en otro mundo, en el suyo, y que pagamos a toca teja los que sufrimos sus desacertadas decisiones.

«Puede suceder que un día tengamos que preguntarnos. ¿Quién ha firmado esto por mí?. Ese día ha llegado».

Como dice la bulería ‘La Viajera de Argentina’: «En este mundo embustero no busques la realidad, que solo importa el dinero con mentiras y con verdad».