opinión

La tumba en la frontera

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La historia de la humanidad es la de sus migraciones. Sin ese devenir de los grandes núcleos de población aún estaríamos en la Edad de Piedra. Es imposible pensar en la evolución sin movilidad, sin avances, sin migraciones. Todo lo creativo es innovador, es migratorio. El cambio como motor de búsqueda es lo que nos hace indagar en lo desconocido, arriesgarnos y renunciar a la rutina y pobre cotidianidad.

Los motivos que nos han llevado a migrar han sido muy diversos. El ansia de conocimiento, el espíritu aventurero, la búsqueda de un mundo mejor, pero el principal de todos ha sido la huida de la pobreza y del hambre. Las epidemias, las guerras, los desastres naturales son los aliados necesarios para emprender ese viaje sin destino fijo y que a todos nos hará un poco Ulises buscando su regreso a Ítaca.

Esos flujos viajeros solo conocían como barreras los fenómenos naturales y los la de la orografía, hasta que llegó el hombre y puso fronteras, esos límites ficticios que sólo se encuentran en los mapas, y a veces ni eso.

Los alrededores de esas líneas imaginarias se convierten en tumbas de cientos de miles de personas que solo albergaban una esperanza, la de encontrar un atisbo de luz para sus vidas y dispuestos a darlo todo.

Se instalan altos muros, se colocan ensangrentadas alambradas, se esbozan estrategias interesadas, se diseñan sistemas sofisticados que impedirán la entrada de cualquier indeseable, incluso se modifica a la madre naturaleza para que ella participe de ese interés separador. Se escudriñarán nuestras vidas buscando algún motivo para la exclusión, religioso, étnico, político. Solo la riqueza, sobre todo la no lícita, nos abrirá las puertas de cualquier frontera.

América del Norte y Europa son el Dorado para millones de personas.

Una década después la inmensa tumba creada por la mano del hombre, en lo que se ha convertido el Estrecho y nuestro Mediterráneo, se vuelve a cobrar decenas de vidas. Volverán a proliferar las lápidas sin nombre, la desesperación será ahogada sin haber tenido la posibilidad de abrir la boca, quedarán huérfanas las esperanzas albergadas de mejor vida.

De nada sirven las dádivas cuantiosas que Europa concede en las negociaciones al reino Alauita, de poco sirve esa postura de privilegio que se le concede en los tratos desde el Reino de España. El tenerlos como guardianes de la frontera sur sale a un alto precio. Todo cae en saca roto. Sin el mínimo reparo contravienen los tratados internacionales sobre derechos humanos, y de forma premeditada lanzan oleadas de esperanzados que secunden ante una luz que los cegará antes de llegar a la otra orilla.

¡Por favor, qué alguien lo pare!