hoja roja

Dos siglos y cuarto

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Por las naves de la parroquia del Rosario se pasean cada día la historia, la realidad y el deseo como tres vecinas mal avenidas que están condenadas a convivir, aunque no necesariamente a entenderse. La realidad, casi altanera, presume de que como en aquellos versos de Góngora, si fuera por competir, hasta el sol relumbraría en vano, porque sabe que no hay nada más cierto que eso de que el que tuvo, retuvo y guardó para la vejez. Y la realidad nos dice que el Rosario tuvo mucho, muchísimo, durante los años en los que Cádiz no solo era una isla cualquiera, sino que era la auténtica isla del tesoro. La parroquia del Rosario es, no voy a descubrirlo ahora, el mayor exponente artístico de ese pasado glorioso que un día nos convirtió en cabeza del comercio ultramarino, en referente cultural para una Europa que renacía a la luz de la Ilustración y en todo eso que tanto nos gusta evocar para justificar que tuvimos, pero que fuimos incapaces de guardar nada para la vejez. Con el aire decadente y distante de las damas de buena sociedad, la parroquia del Rosario tiene mucho que contar, y aunque casi vale tanto por lo que calla que por lo que cuenta, es una pieza fundamental de ese puzzle sentimental, de esa memoria histórica –sí, histórica– de nuestro pasado perfecto que nos reconcilia con nuestro más que imperfecto futuro.

Para entrar en la parroquia del Rosario hay que asegurarse de que no nos sigue el conejo de la Alicia de Carroll con su inefable reloj, porque nunca son buenas consejeras las prisas, pero mucho menos cuando uno cruza el umbral del tiempo y descubre que detrás de cada retablo, detrás de cada imagen, detrás de cada alegoría, detrás de cada pintura late el corazón de la ciudad. Y cobran vida las caobas americanas, y el mármol genovés y las sedas de la India, y se escuchan los rezos de los negritos y los sermones de un marqués empeñado en hacer de la pequeña ermita del Rosario el mejor templo de la ciudad para una Virgen que es patrona, sin serlo, de Cádiz. Cada rincón de la iglesia bien vale, como París, una misa, cuando menos. Porque la historia y la realidad se pasean por sus naves añadiendo nombres a la larga lista de gaditanos que han recibido las aguas en su maravillosa capilla bautismal –Mendizábal, entre ellos–, coleccionando episodios interminables de una parroquia que ha sido testigo de excepción del paso del tiempo y que acaba de cumplir doscientos veinticinco años –bicentenario y octavo, ya ven- sin despeinarse y sin perder el brillo de labios.

El deseo puede parecer más modesto que esa impresionante realidad, más ingenuo si cabe en estos tiempos que corren donde la imagen ha ganado la batalla a la palabra, pero no es menos noble. La parroquia del Rosario se enfrenta cada día a la realidad de una sociedad que se arrodilla ante el paro, ante los recortes, ante la necesidad económica, ante la desesperación de una feligresía muy distinta a aquella burguesía gaditana de finales del siglo XVIII. Y se enfrenta a ella desde el diálogo, desde la acogida, desde la comprensión de quienes colaboran de forma altruista en el proyecto de una ‘nueva evangelización’ a través de Cáritas, de la Asociación de Santa Marta…Y es ahí donde se encuentran la realidad y el deseo de esta parroquia, donde conviven el pasado y el futuro, porque tal vez sean distintas las variantes lingüísticas, pero el lenguaje sigue siendo el mismo.