opinión

Pasitos p’atrás

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Costó mucho en este país que las niñas dejaran de ser princesas encerradas en una torre, bordando un futuro lleno de príncipes aventureros que vinieran a despertarlas con un beso. Costó mucho en este país que las niñas quisieran ser las reinas de su propia vida y que tejieran sus propios sueños, que lucharan con dragones y que fueran ellas las que descifraran con su esfuerzo el mapa de los tesoros que escondía la igualdad. Una igualdad que casi siempre fue teórica, pero que a ratos se convirtió en el verdadero motor de esta sociedad del disparate en la que nos acostumbramos a contar y a aplaudir los fallos de un sistema equilibrado donde el hecho diferencial no se encontraba en el cajón de los morfemas y los lexemas, sino en el baúl de los juguetes. Costó mucho desterrar la bandera del azul o el rosa, de la lágrima o el puñetazo como armas defensivas. Costó, porque fue como subir al Everest sin oxígeno, pero coronamos la cima. Y las niñas de las que fuimos niñas en los setenta y en los ochenta no tuvieron empacho en ser las más listas de la clase, las más firmes, las más decididas. Porque las niñas de las que fuimos niñas en los setenta y en los ochenta tuvieron desde la cuna los mismos derechos y las mismas obligaciones que sus hermanos. Sin distinciones.

Pero fue entonces cuando en vez de ponernos la corona, nos dormimos en los laureles e iniciamos un camino por donde nunca debimos coger. Frente a la revolución, la involución más retrógrada, la que ha ido pasando desapercibida por todos los observatorios de la igualdad y se ha instalado en este festival del disparate. Por eso la iniciativa de Princelandia resulta tan vomitiva. Un espacio dedicado exclusivamente a niñas entre cuatro y doce años, que ofrece una «amplia gama de tratamientos de belleza, masajes, manicura, pedicura» en tonos rosas y con una dieta de «menús bajos en carbohidratos» es lo que nos espera en la Zona Franca.

Un lugar donde tirar por tierra tantos años luchando por la igualdad, donde se destaca «la feminidad desde la niñez» basada en un modelo de mujer delgada, guapa y atractiva, un universo donde poner en práctica las lecciones de lo políticamente incorrecto. No lleven a sus hijas. Háganlo por ellas. O llévenlas, tal vez sea el momento de comenzar a guardarles el ajuar para cuando se casen. Que no sabemos por dónde sigue este camino.