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Los expertos en temas económicos son muy buenos fisonomistas, pero ven venir las cosas cuando ellas les han dado la espalda. El verdadero rostro de la pobreza aún no es fotografiable, aunque se adivinen sus contornos. Habrá que esperar a que se revele el carrete y se hagan visibles todas las imágenes, que serán idénticas a las que ya imaginamos. Hemos entrado en otra recesión que amenaza con destruir medio millón de empleos y ya sabemos que las recesiones cumplen sus promesas. El Gobierno cree que sus objetivos de déficit son inalcanzables por muchos saltos que pegue y según las previsiones del Banco de España, que es no sólo de piedra, sino de piedra pómez, tenemos que ampliar el fondo de rescate y hay que llegar a un acuerdo con los piratas.

Hay muchas cosas que no son de recibo, pero de momento lo que se va a cambiar es el recibo de la luz. Por algo se empieza, aunque sepamos cómo acaba todo. El agobiado presidente Rajoy tendrá que tragarse sus propias palabras preelectorales y comprobará que son una dieta adecuada.

Por muy anchas que sean sus espaldas y muy buena la voluntad que tenga es imposible que logre soportar el peso de los acontecimientos. Sus evidentes deseos de ocupar el cargo, sospechando que estaba desocupado, y la corta experiencia en él quizá le estén haciendo reflexionar. La propiedad que tiene que registrar ha sido devastada. Incluso los manirrotos precedentes se echan las manos a la cabeza.

Una cierta paz espiritual sólo se alcanza cuando cesa la guerra de cifras y ahora no se habla más que de números, de cotizaciones, de rentas de trabajo y capital. Tanto no tienes, tanto no vales. Si se pierde la esperanza, pero no se ha perdido su rastro, hay que seguir buscándola. No conviene confundirla con las expectativas. Ambas cosas tienen algo que ver, pero ninguna se mira a la cara y eso de esperar acompaña mucho.

Cuando uno llama a su propia puerta, aunque sepa que eso ya no es posible, siempre espera que haya alguien esperándole.