el maestro liendre

Gaditanos, absténganse

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Hace unos tres o cuatro años, corrió la leyenda urbana de que en Castellón había tiendas y empresas que publicaban anuncios y carteles para solicitar personal con la frase «gaditanos, absténganse». Desconozco si sucedió de veras, si fue un gesto aislado e individual o si llegó a ser una tendencia. Me extraña lo último. En esta sociedad que publica un millón de frases y fotos por segundo en Twitter, Facebook y mil webs quedaría un mínimo rastro, una foto, siquiera tomada con el móvil y nunca he visto prueba alguna de tal fechoría.

Sí que vi uno en Cádiz, en la plaza de Mina, hace ya muchos meses. Era un bar y cuando el propietario vio que los únicos que respondían a su anuncio eran seis periodistas con tres cámaras, se asustó, pidió disculpas, retiró el cartel que apenas estuvo colgado tres horas y pidió que se quedara ahí. Nadie sabe si cambió de parecer, súbitamente, respecto a sus vecinos o sólo quiso esconder el que tiene. Esos episodios, anecdóticos, puede que ficticio uno de ellos, podrían ser dos muestras de las miles que, con infinita diversidad, encuentra la estupidez humana para manifestarse a diario. Pero luego vinieron encierros en templos de desempleados crónicos -al menos dos, que sumaban casi un centenar de personas- que, entre sus muchas denuncias, incluían esa. Contaban que al pedir trabajo les preguntaban «¿eres de Cádiz?» y si la respuesta era positiva, recibían una negativa que añadía eso, tan profundo, de «si eres de Cádiz, no».

Nadie les creía, claro. Como en cualquier otra violencia, como nos enseñaron Lehane o Eastwood en su clase magistral de letras y cine, las víctimas siempre resultan sospechosas. Llevarán toda su puta vida en el bar. No sabrán hacer la "o" con un canuto y al segundo día cogerán una baja. En resumen, «algo habrán hecho», que igual sirve para un atracado que para el receptor de una paliza o las que sufren violencia machista o padecen acoso sexual, laboral o escolar. Pero a la vuelta de unos meses, una prestigiosa profesional de la administración pública -que ojalá siga leyendo esta página cada fin de semana- llamó alarmada: «Cada vez lo dice más gente, aunque nadie quiere denunciar con su nombre y apellidos». Cada vez más cuentan que no les dan trabajo por ser de Cádiz, relataba. «No creo que todos se lo inventen, ni que se hayan puesto de acuerdo», argumentaba para vencer su resistencia a creer tal carajotada. Hablaba sobre todo de los sectores de la construcción y la asistencia doméstica.

Luego encontré más casos, y en las denominadas con petulancia «profesiones liberales», en las que abunda poco el adjetivo. En varias empresas, a mi alrededor, alrededor de los que están a mi alrededor. «¿De Cádiz?...» con media sonrisa y un silencio desconfiado. Si lo comentas en voz alta, como todo asunto incómodo, se despacha con un sello gigante que pone «demagogia» y ya no se habla más.

Pero yo lo he visto, lo he escuchado, hasta lo he vivido cerca y nadie me va a convencer de que no existe. Sucede, por chocante e irracional que parezca. Aquí. Ahora. Y ha calado. En silencio, de uno en uno, con formas distintas, con grados que van desde la broma con trasfondo en barra de bar hasta el acuerdo formal en despacho y sin pruebas.

Es de perogrullo que nadie es mejor por ser de Cádiz. Que no es más gracioso, ni más ingenioso, ni talentoso ni ocurrente por el hecho involuntario de haber nacido en esta esquina. Pero si el argumentario «todo el mundo no puede ser de Cádiz»; "de Cai, picha" o "en Cádiz hay que mamar" ridiculiza al que lo presenta como creencia personal, merece idéntico desprecio la idea opuesta. Decir que alguien es peor, más vago, peor formado, absentista o conflictivo porque lo diga una línea del DNI. Catalogar a las personas por su lugar de nacimiento es una cretinez supina tanto para ensalzar como para descalificar. Tan cateto es "primero los de Cádiz" como "los de Cádiz, no»" De hecho, las frases que incluyen "todos los (catalanes, vascos, croatas, argentinos, chiclaneros, cordobeses...) son tal o cual", mejor o peor, rebajan a la mitad el coeficiente intelectual del que las pronuncia, de forma inmediata. Y casi nadie anda sobrado en esa cifra...

No discuto que tengamos rasgos colectivos, no sé si culturales, ligados a ciertos hábitos, látigos, latiguillos y horarios, lastrados por porcentajes de fracaso escolar y sistemas que priman la ayuda económica al incentivo de la empresa, la formación o el autoempleo. Existirán y merecen debate. Urgente. Pero la distancia que separa esa problemática difusa de la etiqueta generalista y salvaje es tan fina como la que va del análisis de la realidad social a la imbecilidad severa.

Se ha quedado. Se nos ha colado. Dudamos de nosotros. Sospechamos. Los topicazos localistas positivos sólo sirven para alimentar la fiesta y el folklore, pero los negativos influyen en la vida de verdad, en la de comer. Por más increíble que parezca, esta versión asombrosa de xenofobia inversa la practican a menudo incluso otros gaditanos o personas de "culturas tan distintas y distantes" como sevillanos, malagueños, onubenses, levantinos o madrileños. De psicoanálisis. Lo peor es que un prejucio se convierte en otra cosa cuando pasa a tener consecuencias prácticas, reales. Y pasa a diario por más que parezca indetectable, inaudible.

Dicen que la economía se basa en la confianza. Así que ese estigma que nos hemos regalado, ese nivel de autoestima que nos clavamos unos a otros quizás sea parte de la explicación de nuestro microclima social y laboral. Aún es más horrendo que el otras "etnias" o "tribus" de los alrededores.

Lo mejor del Doce

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Después de siete años en todos los titulares y en todos los discursos de todos los meses, ha llegado. Va a ser verdad que todo llega. Hay muchas dudas sobre lo que será pero tiene una ventaja indiscutible: ya nadie podrá decir «cuando llegue el Doce...», «para 2012...», «durante el Bicentenario...». Como poco, estrenaremos vocabulario.