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El reto de los desempleados maduros

La inactividad laboral a una edad avanzada, unida a la crisis, supone un trauma que debe afrontarse en familia

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Hasta hace apenas cinco años los profesionales de la Psiquiatría y la Psicología debíamos atender a personas que padecían problemas de adaptación al tener que pasar de una vida activa a otra sin obligaciones. La mayoría de ellos percibía una remuneración económica que les garantizaba una vida semejante a la que llevaban en época laboral. Pero su gran problema consistía en que habían perdido la actividad a la que estaban acostumbrados y, con ella, la sensación de sentirse útiles.

La situación se complicó cuando, a finales de los 90, se extendió la práctica de las denominadas prejubilaciones. Personas de algo más de cincuenta años se encontraban en situación laboral de jubilados, cuando podían estar en plenitud de sus facultades. Así, mientras algunos encontraban actividades gratificantes y podían vivir la situación con gozo, otros convivían con el sentimiento de frustración que produce no poder realizar nada de lo que uno sabe hacer.

Esto torna a una situación más dramática cuando se suma la precariedad económica. Hablamos de jubilados sin pensión, sin trabajo o con pocas posibilidades de encontrarlo e, incluso, con familia a la que mantener. Ante estas situaciones, desde la perspectiva de la salud mental, poco se puede hacer salvo si se da la presencia de patologías activas. Pero en el proceso de deterioro laboral y económico sí existen actitudes que puedan ayudar a paliar los efectos de esta situación crítica y facilitar la adaptación.

Renovarse o morir

Los empresarios sin miedo a los cambios tienen muchas más posibilidades de sobrevivir a la crisis y hasta de salir fortalecidos de la misma. Algo semejante ocurre con el resto de las personas.

Quien no acepte que adaptarse es cambiar, y a veces cambiar mucho, puede sucumbir en un intento de esperanza inútil. He conocido situaciones dramáticas en las que un cabeza de familia ha ocultado la situación de crisis por la que atravesaba su empresa mientras se empecinaba en mantener el mismo nivel de vida.

La negación de la realidad es una de las características que pueden tener algunas personas, ello les lleva a no admitir cualquier tipo de adversidad y, en consecuencia, les impide prevenirla o solucionarla. Sucede en la salud, en la prevención de accidentes y, por supuesto, también, en la coyuntura económica. He conocido personas que pedían prestamos para disfrutar de las vacaciones familiares habituales o para mantener el mismo nivel de gasto en unas Fiestas de Navidad o para cambiar de automóvil. He visto quien ha usado la ludopatía como último recurso para pagar deudas e, incluso, cometido delitos para conseguir el dinero que supuestamente tenía y, de este modo, evitar tener que decir a su pareja o a sus hijos que la situación económica familiar era crítica. Quizás no lo habría llegado a serlo de haber sido veraz desde el principio.

Solidaridad en familia

Justamente, en muchas familias, la precariedad económica ha propiciado una reacción de solidaridad y de motivación por parte de todos, que ha proporcionado salidas a la economía y fortalecido los lazos afectivos de la misma.

Conocí a una esposa que supo de las deudas de su marido cuando se encontró con su cuerpo en un charco se sangre rodeado de cartas de bancos, demandas judiciales, órdenes de embargo y amenazas de deudores. Junto a todo, una nota: «No he sido capaz de contártelo».

El dramatismo de esta escena no debe hacernos perder de vista la importancia de ser veraz en la situación económica, como en todo, auque hoy nos centremos en la economía. Decía antes que el hecho de informar a los familiares de la verdad de la situación laboral y económica, tenía el efecto de provocar respuestas solidarias en el entorno inmediato, muchas veces inesperadas por parte de los padres que tienden a ver en sus hijos la parte más egoísta de su comportamiento.

Puede comprenderse que en tiempos de crisis exista una tendencia al egocentrismo, al individualismo y a actuar de una manera egoísta. En los centros de trabajo pueden apreciarse conductas encaminadas a defender más el propio lugar de trabajo que el colectivo. Si en el comercio la competencia aumenta, también puede suceder lo mismo entre profesionales.

Tanto en las grandes empresas como en las de menor tamaño suele ser siempre más rentable, si no a corto sí a medio y largo plazo, tener una actitud solidaria y generosa para con los demás.

La solidaridad se pone especialmente de manifiesto en los detalles cotidianos, al compartir las necesidades básicas para la subsistencia. Ésta sería la manifestación más genuina. Hay otras formas más sutiles que pasan por compartir ideas de negocios -aunque sean de escasa envergadura-, por ofrecer direcciones donde pueda encontrarse un posible trabajo y en unirse para organizarse mejor en la compra o en el empleo del dinero.

De igual modo que en los países pobres los microcréditos han abierto puertas a una economía que se ha ido fortaleciendo con el tiempo, la unión de los dineros disponibles puede permitir organizarse para conseguir rentabilizar esfuerzos.

La manera más segura de sucumbir a la crisis es creérsela y vivirla como una fatalidad insuperable. Decíamos que negarla era del todo inadecuado, también lo es verse involucrado en ella hasta el extremo de no ver posibilidad de salir de ella.

Sucumbir a la desesperanza es dejar de buscar trabajo, es dejar de buscar cualquier tipo de solución y, también, es permitir que los demás ayuden sin pensar qué se les pueda ofrecer a cambio.

Como quiera que la crisis no tiene un responsable único a quien ponerle rostro, se nos ofrece la oportunidad de la queja global. Nada vale para nada y por lo tanto la dimisión esta justificada.

Cuanto más difíciles están las cosas, más necesaria es la esperanza. No una esperanza ingenua del que piensa que ya lo arreglaran los demás, sino la del que cree que, cuanto más positiva es su posición ante lo que esta viviendo, más fácil será la salida. Además menos áspero habrá sido el camino.

Contar con claridad en casa las dificultades económicas existentes es el primer paso a dar. lejos de lo que se pueda pensar, esto provoca reacciones de solidaridad inesperadas