en el laboratorio

El mar o la farmacia sin fin

El único laboratorio español que estudia el poder curativo de la biodiversidad marina posee la mayor base de organismos del mundo, con 100.000 muestras

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Un almacén de la localidad madrileña de Colmenar Viejo guarda las joyas más preciadas de las profundidades de los siete mares que bañan el planeta. Pero no se trata ni de perlas ni de corales listos para convertir en abalorios de diseño. El botín que allí se guarda con celo tiene otra cualidad más valiosa: servir a la búsqueda de una fórmula química maestra para luchar contra el cáncer. Este lugar pertenece a los laboratorios PharmaMar, integrados en la empresa Zeltia, que desarrolla fármacos contra distintos tipos de cáncer con la biodiversidad marina como fuente de inspiración.

En el mundo existen tres empresas dedicadas a la investigación marina para su aplicación en farmacia. Una está ubicada en Estados Unidos, otra en Japón y la tercera, la citada, en Madrid. En estos últimos, el departamento de I+D controla todo el proceso, que resulta casi alquímico para cualquier lego en Bioquímica. A simple vista consiste en ‘convertir’ un molusco, un coral, una caracola, en un medicamento que trate la enfermedad del cáncer. Desde las expediciones de los buzos para recolectar organismos marinos hasta las pruebas en animales para comprobar su efectividad.

De este laboratorio nació el primer antitumoral de origen marino del mundo, el fármaco más mediático de Zeltia, comercializado desde el año 2007 en la indicación de sarcomas de tejidos blandos, comercializado en 64 países en la actualidad. Desde 2009 se comercializa también para el tratamiento del cáncer de ovario.

También se están desarrollando otros cinco compuestos dirigidos a otras manifestaciones de la misma enfermedad, cáncer de mama, próstata, pulmón y linfomas entre otros. Pero los seis pasos previos al registro y comercialización de estos productos responden a un proceso químico lleno de ciencia.

El origen de todo está en la recolección de organismos marinos. Tal y como explica Carmen Cuevas, directora de I+D de PharmaMar, cuando los equipos de buceo integrados por biólogos marinos realizan una expedición en algún punto del planeta no buscan una especie concreta. El proceso de trabajo de este laboratorio es el que rige el método prueba-error. Todo lo recolectado (respetando siempre los prohibidos) es estudiado hasta que se da con alguno que sea efectivo contra el cáncer.

Cada año recogen alrededor de 10.000 muestras de organismos marinos en distintos puntos del globo, sobre todo, en aquellos donde la biodiversidad marina es mayor. Han cubierto casi todos los mares. Desde la Antártida al océano Índico, pasando por Huelva y Formentera. Este año, las expediciones, de unos diez meses de duración, se centran en las costas de Indonesia, Tímor y Nueva Guinea.

¿Pero cómo sirve una almeja de la Antártida o un molusco de Hawai al bioquímico que trabaja en la creación de un fármaco? Sirve, básicamente, de ejemplo. Los organismos no son recogidos como materia prima para fabricar la medicina porque no habría material suficiente en el mundo. Harían falta toneladas para fabricar medio gramo de antitumoral.

La naturaleza, de ejemplo

Más bien, de lo que se trata es de estudiar los mecanismos de defensa desarrollados por estos animales a lo largo de miles de años de evolución para luego copiarlos e imitarlos en una fórmula química maestra. Ningún científico podría desarrollar la fórmula química de una molécula partiendo de la nada. La filosofía de Pharmamar es que la naturaleza es más sabia. Seguir su ejemplo lleva a desarrollar en el laboratorio sus métodos esenciales, en este caso, de defensa.

Con esta premisa, se trabajan muestras de dos gramos de cada animal recogido, que es congelado a -20 grados. La información relativa a cada una de ellas (fecha de recogida, nombre, foto, etc.) y su código de barras asignado, son clasificados en una base de datos denominada ‘Nautilus’.

Cuevas advierte de que, actualmente, el laboratorio tiene la base de muestras más grande del mundo, con 100.000 unidades. En esta ingente cifra caben los organismos conocidos y también los ignotos. Porque el mar aún esconde secretos y especies que no están clasificadas en ningún libro.

A partir de esta fase de organización, para evitar que la información se pierda, el trabajo consiste, en palabras parcas, en reducir hasta la mínima expresión las muestras de animales, como si de la elaboración de un perfume se tratara. Esas gotas de líquido esencial son vertidas una a una en unas placas, que revelan, cambiando de color, cuáles son los que han tenido actividad antitumoral. Los ‘elegidos’ son sometidos a un proceso de fraccionamiento y purificación que permite el aislamiento de los compuestos responsables de esta actividad.

La cifra de ensayos que se realizan en estos laboratorios es desconcertante: una media de un millón al año. La ratio de éxito/error es del 1,8%.

Menor es aún en el caso del estudio de bacterias. De forma paralela a las muestras de animales, otro departamento, el de microbiología, estudia las bacterias asociadas a cada especie. La difícil misión de estos científicos es dar con aquellas que también tengan actividad antitumoral. Aunque reconocen que se da un tanto por ciento bajo de bacterias ‘positivas’.

Radiografía de una molécula

Superados los pasos de fraccionamiento, identificados ya los compuestos, la fórmula para lograr identificar la molécula que está en la base de la actividad antitumoral es ‘fotografiarla’. Una máquina de resonancia magnética nuclear traduce en una gráfica impresa en un papel la molécula que dio positivo contra el tumor, cuya fórmula química será copiada y desarrollada artificialmente en el laboratorio para elaborar el fármaco.

Con posterioridad a este último paso, se pasa al ensayo en animales y perros con cáncer y, después, a pacientes.

Visto de este modo, puede resultar sencillo. Pero el grado de pruebas que han de realizarse para dar con la síntesis de la molécula del éxito se antoja abrumador. Tal y como afirma Carmen Cuevas, su primer antitumoral necesitó entre 10 y 14 años de investigación para ver la luz como fármaco aprobado por las autoridades para su consumo y comercialización.

Hoy, el afán por investigar otros recursos naturales, contribuyen a la lucha contra una de las enfermedades más temidas.