Laura Lacheroy, Jesús Fernández Palacios, Fernando Polavieja, Alejandro de Ory y Ana Rodríguez Tenorio brindan por el recuerdo de Carlos Edmundo. | A. Vázquez
cultura

Geografía Oryginal

Los amigos y la familia de Ory visitan algunos de los lugares esenciales en la vida del poeta, recuerdan su excepcional personalidad y adelantan las prioridades de la Fundación que gestionará su legado

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Desde los ventanales de la casa en que nació Carlos Edmundo de Ory se ven la Alameda y la Bahía, «dos contextos imprescindibles en su infancia», según Jesús Fernández Palacios. Ahí, explica, en el mismo lugar en el que había crecido su padre, «se produjo su primera gran visión de los misterios genésicos y telúricos de las madres, y del reino espantosamente fascinante del mar», tal y como él mismo dejó escrito en una de sus cartas. «¿Ha cambiado mucho la Alameda?», pregunta Alejandro de Ory, su sobrino. Es posible. Quizá esté algo más iluminada, y el paso continuo de los coches, repicando una y otra vez en los adoquines, no interrumpiría por entonces las conversaciones. Laura Lacheroy de Ory, la mujer que arropó al escritor durante los últimos treinta años, aparta una rama de palmera que oculta el busto de César Vallejo. «Estará cerquita del mar», dice. E insiste, como si quisiera convencerse de algo: «Entre su casa natal, con Darío y con Vallejo, y el mar». Laura mira el punteo luminoso de las farolas, al otro lado de la Bahía, y echa a andar por las calles empedradas de losas, entre dibujos geométricos y bancos de forja. La acompañan, en este paseo por la geografía gaditana de la vida del poeta, algunos de los amigos que siempre permanecieron junto a su marido: Jesús Fernández Palacios, Fernando Polavieja y Ana Rodríguez Tenorio, además de Alejandro, su sobrino, que se ha acercado desde San Fernando «para darle fuerzas».

Vienen del Centro Cultural Reina Sofía, donde han estado ultimando los detalles del acto de constitución oficial de la Fundación que gestionará el legado del poeta. Antes, el lunes, en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras, tendrá lugar un homenaje organizado por la Junta, la UCA, el Ayuntamiento y Diputación, en el que participarán Laura Lacheroy, Solveig de Ory, hija del poeta, y su sobrino José Antonio de Ory. Los escritores Félix Grande, Jaume Pont, Rafael de Cózar, José Ramón Ripoll, José Manuel García Gil, Juan José Téllez y el propio Fernández Palacios ya han confirmado su presencia en un programa que mezclará versos y música, con los cantautores Luis Eduardo Aute, Fernando Polavieja, Juan Luis Pineda y Fernando Lobo a cargo de esta última parcela.

Tiempo para recordar

«Es tiempo para recordar a Carlos, pero también para comenzar a trabajar por el bien de su obra», apunta Fernando Polavieja camino de Cardenal Zapata, donde Ory vivió un tiempo con su abuela. «Para mí es muy duro. Siempre diré que yo he perdido a dos padres. Con Carlos pasé muchos y buenos momentos, sobre todo en los últimos años. Musiqué algunos de sus poemas y después tuve la tremenda suerte de conocerlo. Era un ser extraordinario, como persona y como creador».

Laura Lacheroy, a las puertas de esa otra vivienda en la que «también floreció su talento», admite que espera mucho de la Fundación. «Quiero que sirva para difundir la obra de Carlos y, sobre todo, para que se conozca mejor esta personalidad tan extraordinaria, ese ser tan excepcional, esa forma de pensar tan libre, tan abierta, tan universal, que era la suya. Me encantaría que se pudiera transmitir ese pensamiento y esa forma de comprender la vida y de vivirla. Esa forma de estar en la tierra». Jesús Fernández Palacios está de acuerdo: «En él, vida y obra eran la misma cosa. Su carácter era ya una forma de talento y de creación».

La visita, casi ritual, apenas dura un minuto. El frío y la luz pobre y amarilla que ilumina la escalera invita a un refugio algo más acogedor. La comitiva se dirige a una cafetería del centro. Alejandro de Ory, «más pendiente de los barcos que de la literatura», recuerda que se interesó de forma tardía por el quehacer de su tío, aunque «una vez que me sumergí en sus libros me pudo su genio». De pequeño, su padre, «que era muy, muy distinto a Carlos», le decía: «‘Es una persona muy rara, muy extravagante’», y eso, en vez de generarle rechazo, le avivó la curiosidad.

«Si hay algo de lo que me alegro –confiesa Alejandro–, es de que tuviera a su lado a una mujer como Laura. Siempre estuvo tan pendiente de él, fue tan cariñosa y tan entregada, que estoy seguro de que ese amor fue el que le permitió a Carlos llegar hasta los 87 años creando, dedicado íntegramente a su pasión».

Al calor de una taza de café, o avivados por una copa de vino, los familiares y amigos de Ory recuerdan alguna anécdota que revelan la personalidad lúdica del genio. «Como aquel día –cuenta Polavieja– en que nos disfrazamos en mi casa, y él era una especie de emperador que nos fue nombrando a todos caballeros de su orden».

Ana Rodríguez Tenorio también tuvo la suerte de tratarlo, tanto profesional como personalmente. «Él me había bautizado como su periodista de cabecera en Cádiz, así que cada vez que venía, yo intentaba entrevistarle. El resultado siempre era imprevisible. Yo le hacía preguntas y él contestaba lo que le venía en gana. Luego, en la redacción, cuando una pensaba que le iba a costar poner sus declaraciones en pie, se daba cuenta de que todo lo que había dicho estaba impregnado de trascendencia o de juego».

Toca brindar por Carlos. Todos levantan la copa y celebran que el poeta, como afirma Fernández Palacios, haya encontrado por fin el satori, «la iluminación que siempre había buscado».