Excesivo. El rey Sebastián de Portugal, en un retrato de Sánchez Coello.
Sociedad

Mis queridos farsantes

'Famosos impostores' es un ensayo de Bram Stoker, autor de 'Drácula', en el que analiza casos de destacados estafadores

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A lo largo de la historia, han sido numerosos los impostores que, animados por una intención más o menos criminal y con fines generalmente lucrativos, han asumido el riesgo de consagrar sus vidas al engaño. Bram Stoker, el autor de 'Drácula', que era hombre de gran curiosidad intelectual, reúne en este documentado ensayo -quizá excesivamente prolijo en datos-, a un nutrido y variopinto grupo de impostores: «Los hay que se hacen pasar por otros, hay también pretendientes al trono, timadores y farsantes de toda laya y condición, así como individuos que no dudan en suplantar a quien haga falta en su búsqueda de las riquezas, una mejor posición social o la fama, y aún los que simplemente lo han hecho por amor al arte». La impostura es, efectivamente, un tema inagotable y en constante desarrollo. Los nuevos tiempos -que han llevado al impostor contemporáneo a las portadas de los periódicos-, han sofisticado los medios y enmadejado los fines con perífrasis jurídicas; sin embargo, el engaño mantiene intacto su vigor y nos recuerda que está sólidamente imbricado en la condición humana. Por ello, Stoker dispuso, qué duda cabe, de un amplio muestrario de farsantes para confeccionar 'Famosos impostores', el ensayo que acaba de publicarse por primera vez en castellano en la editorial Melusina. Las historias finalmente escogidas resultan tan extraordinarias, y tan increíbles sus modos, que parecen emanar de la imaginación desbocada de un novelista; no obstante, todos los hechos mencionados son, tal y como subrayó el propio autor, «reales y auténticos».

El rey durmiente

La vida del rey Sebastián de Portugal poco tuvo que ver con la mesura. Fue coronado en 1568, tras suceder a su abuelo, el rey Juan III. Tenía catorce años. Caprichoso, valiente, temerario y dueño de una ambición sin límites, que hundía sus raíces en un profundo sentimiento religioso, gozó de la estima de un pueblo aventurero. El fervor religioso del rey y sus ambiciones militares le hicieron concebir la idea de reeditar las Cruzadas: reconquistaría Tierra Santa, arrebatándola del dominio de los paganos y, de paso, se convertiría en señor de Marruecos. Reunió un ejército de 18.000 hombres y una docena de cañones. Los preparativos se ultimaron con el máximo esplendor. En lugar de sorprender al enemigo en el mismo instante de su llegada, los portugueses malgastaron una semana en fiestas y maniobras inútiles. No se distinguió al mando, el rey portugués.

El sultán reinante, Marwan Abd al-Malik, se echó sobre los invasores con un ejército mayor y mejor armado. El joven y brioso Sebastián encontró su destino en la batalla de Alcazaquivir. Según una de las historias que circularon, su cuerpo fue encontrado desnudo y con siete heridas en una montonera de cadáveres. Según otra, fue capturado aunque logró huir sin que le siguieran. Vivo o muerto, desapareció el 5 de agosto de 1578. Pero las dudas acerca de su muerte dieron pábulo a diversas imposturas años más tarde, entre ellas, las protagonizadas por el hijo de un alfarero establecido al norte de Badajoz, por un portugués cuya complexión presentaba cierto parecido con la del rey, y por un cocinero español oriundo de Castilla La Vieja. Los tres fueron arrestados y castigados con dureza. Pero hubo aún un cuarto impostor. Era un mentiroso nato que empezó su aventura en Venecia en 1598, con todo el ingenio requerido llevar a buen puerto su empresa. No sólo estaba informado acerca de las circunstancias conocidas sino que, además, parecía estar preparado para responder a cualquier pregunta. Sin embargo, perdió el juicio al que fue sometido. Las autoridades venecianas enviaron entonces a un monje dominico a Portugal para obtener una descripción acreditada de las manchas del rey. El preso las tenía todas, con lo que, aunque se dudó de la autenticidad de la lista aportada, fue puesto en libertad. Tuvo muchos seguidores; pero un testigo habría de reconocerle como al Marco Tullio Catizzone real que era. Se le cortó la mano derecha y fue colgado.

En cualquier caso, tanto él como los impostores que le precedieron se cobraron quizá una venganza póstuma, puesto que Sebastián terminó por ingresar en los dominios de la imaginación romántica. «Se convirtió -relata Stoker- en el «rey escondido que regresaría algún día para socorrer a su nación en las horas más difíciles». Tal fue el alcance de esta creencia que se le esperó incluso para destruir a Napoleón en 1808. La actitud general de los franceses con respecto a este asunto se refleja en un irónico comentario recogido en este libro: «¿Qué se puede esperar de un pueblo que está dividido a partes iguales entre los que esperan al Mesías y los que esperan a Don Sebastián?»

Los falsos delfines

El 21 de enero de 1793, Luis XVI de Francia fue decapitado en la Plaza de la Revolución. Su hijo único, el delfín del reino, se convirtió a todos los efectos constitucionales en su sucesor, Luis XVII. El rey niño se hallaba preso en manos de sus enemigos. El trato dispensado por su carcelero fue tan vejatorio que «nadie puede lamentar que en aquellas condiciones le alcanzase el consuelo de la muerte», que acaeció cuando apenas contaba 11 años. En esas circunstancias, la noticia de su muerte apenas trascendió, pero quedaba una monarquía en liza «y una mano intrépida podría hacerse con aquella corona que descansaba tan peligrosamente sobre la cabeza de un niño».

Fueron siete los intentos de suplantar al delfín muerto. Tan pronto caía un impostor, otro tomaba la antorcha encendida. Todos fracasaron en su acometida, aunque el último impostor que lo intentó obtuvo un resultado óptimo. El protagonista esta vez era un iroqués llamado Eleazar. Tras afirmar que su madre en realidad no era tal, añadió alegremente que había sido «casi un idiota hasta cumplidos los trece años, pero al recibir una pedrada recuperó la memoria y la inteligencia». Entonces recordó pasajes de su más tierna infancia, cuando se sentaba en las rodillas de una mujer muy hermosa. También acudieron a su memoria otros recuerdos menos agradables, como la cara del carcelero del rey niño. Para redondear sus argumentos, aseguró que en 1841, el príncipe de Joinville le dijo que era hijo de un rey y le hizo firmar un pergamino por el que abdicaba a sus derechos como heredero. Como no podía ser de otro modo, la abdicación incluía una cláusula relativa al pago de una suma de dinero que permitiera a Eleazar «vivir con todo el lujo en Francia o donde se le antojara».

El rey Luis Felipe siempre hizo cuanto estuvo en sus manos para minimizar los peligros que rodeaban el suelo inseguro sobre el que descansaba su trono, por lo que incluyó a nuestro cándido impostor entre los beneficiarios de una pensión real.

Mujeres como hombres

Los tiempos difíciles, propensos a la asunción de riesgos y aventuras desesperadas, propiciaron que numerosas mujeres se disfrazaran de hombres para, entre otras cosas, poder ganarse el pan de forma honrada. Destaca entre ellas la heroína de la novela de Théophile Gautier, 'Madame de Maupin', una mujer que existió realmente, aunque el autor eliminó de su carácter la sordidez, la pasión descabellada, la falta de escrúpulos y las intenciones criminales. La Maupin de la vida real fue una cantante de la Ópera de París a finales del siglo XVII. Se casó siendo todavía una niña y no mucho después abandonó a su marido para huir con un maestro de esgrima, que puso sus artes al servicio de su enamorada. La Maupin se convirtió en una excelente espadachín en una época en la que la esgrima ocupaba un lugar relevante en la vida social. «Acaso la joven -conjetura Stoker- se dejase llevar por su talento con la espada y, al ver que los hombres tenían más oportunidades de empuñarla, decidiera a partir de ese momento asumir la apariencia exterior de un hombre». En una gira profesional de París a Marsella, en la que actuaba como hombre, se ganó el afecto de la hija de un mercader y, como hombre, huyó con ella y con su fortuna. En su huida no le importó, entre otras cosas, prender fuego a un convento para evitar ser descubiertas. La hija del mercader, lógicamente desencantada, consiguió escapar de su burladora. Maupin fue capturada y condenada a la hoguera. Sin embargo, se sirvió de su inteligencia y de su influencia para lograr que se anulara su ejecución. Su popularidad la ayudó en gran medida. Era una de las cantantes predilectas de la ópera. La clase que patrocinaba ese tipo de actividad artística era rica y poderosa, y los gobiernos no les negaban el pequeño favor de sujetar el brazo de la ley cuando se trataba de una favorita descarriada. Maupin volvió a la escena, pero nunca se apartó del camino de la violencia y protagonizó diversos altercados. Vivió en Bruselas protegida por el príncipe elector Manuel de Baviera hasta que se peleó con él. Viajó después a España como 'femme de chambre' de una condesa y finalmente, en 1704, regresó a París. Intentó recuperar su carrera como cantante de ópera, pero su fama se había marchitado. La iglesia acogió a Maupin -y a su dinero-, que murió pocos años más tarde en un convento.

El Chavalier d'Eon

Durante ciento cincuenta años se escribió sobre el Chevalier d'Eon como un hombre que se ocultó bajo un disfraz de mujer. Es un hecho contrastado que está fuera de toda duda. Sin embargo, su historia fue retorcida con crueldad por sus enemigos, que no mostraron el menor respeto por su figura ni por su memoria.

Charles-Genevieve Timote d'Eon fue un joven brillante. A los 25 años había publicado dos obras notables: una versaba sobre la administración política de los pueblos antiguos y modernos; la otra, sobre los aspectos de las finanzas de Francia en distintas épocas.

En 1775, el príncipe de Conti, a quien los dos libros señalados le habían despertado un gran interés por el Chevalier, le rogó al rey Luis XV que lo enviara a Rusia en misión secreta. Su objetivo era estrechar los lazos entre las dos cortes, así como lograr para el príncipe, que aspiraba al ducado de Finlandia y al trono del reino de Polonia, los favores de Isabel I de Rusia. En esa misión, d'Eon decidió disfrazarse de mujer y medrar hasta congraciarse con la zarina. Se convirtió en su 'lectora' y eso le permitió prepararla para los designios secretos de su rey.

Posteriormente, el Chevalier volvería a Rusia en varias ocasiones, pero lo haría siempre con sus ropas de hombres. Durante muchos años, no hizo sino cosechar éxitos y reconocimientos diplomáticos y militares. Llegó a ser embajador en Londres. Pero las intrigas de sus enemigos, otros cortesanos que rodeaban al rey, cambiaron su suerte. Durante aquellos años, uno de los medios del que se sirvieron sus adversarios para empañar su reputación consistió en señalar que se había hecho pasar por una mujer. Consiguieron que fuera relevado en la embajada, pero él permaneció en Inglaterra, donde se cruzaban apuestas y se constituían sociedades para verificar su sexo.

En 1771 el caballero regresó a Francia. Se presentó en Versalles vestido con el uniforme de gala de capitán de dragones. Maria Antonieta, sin embargo, deseaba que se lo presentaran vestido de mujer y le fue rogado que satisficiera el deseo de la reina. D'Eon accedió. Esa decisión es el peor reproche que, en justicia, pueda hacérsele. Quizá hubiera tenido que considerar que los caprichos de una reina como Maria Antonieta en sus momentos de ocio puedan acarrear consecuencias totalmente destructivas, como así ocurrió.