No son fuegos artificiales, pero su maniobra clausuró esta edición. / A. VÁZQUEZ
CÁDIZ

'El mayor espectáculo', por los aires

260.000 personas presencian las acrobacias y piruetas del II Festival Aéreo de Cádiz

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Como aquella oscarizada película que reunía a James Stewart, Charlton Heston y Betty Hutton en la arena del circo, se presentaba ayer, en la playa, el mayor espectáculo de Cádiz. Por segundo año consecutivo, en una reválida que superó ampliamente las expectativas, con unas estrellas que no pisan alfombras rojas pero que sí tocan a diario el cielo. 260.000 personas formaron el graderío, disperso pero entregado a un show de acrobacias, piruetas, funambulismo y doma.

La primera fiera que hubo de batirse en el II Festival Aéreo fueron los atascos, de hasta 5 kilómetros en el acceso por el Puente Carranza, y otros 6 en la CA-33. A muchos la primera atracción, las pasadas del Helicóptero SAR, les pillaba en mitad del parón o en la búsqueda de una plaza de aparcamiento. Todos los parkings de la ciudad acabarían con el cartel de completo. Como los bares y restaurantes del Paseo Marítimo, desde Cortadura hasta pasado el Hotel Playa Victoria.

Los trapecistas de la patrulla Papea saltaban en paracaídas mientras uno se alegraba de haberse puesto el bañador y montado su propia carpa. Calor. Un día estupendo de sol y mar. Sobre todo para los dueños e invitados de los centenares de barcos de recreo que fondeaban las mansas aguas del Atlántico. Rugía el Harrier de la Armada y los estómagos de los asistentes que no dejaban pasar la hora del aperitivo. Primer lleno en la hostelería, aunque muchos para disponer de sitio a la hora del almuerzo.

Sin franja gualda

«¿Eso cómo se hace?» pregunta el hijo al padre ante la pirueta del X-300. No vendrían a la edición de estreno de este Festival, porque el público ya se ha aprendido la lección. Apertura de espacios en la arena, desde la barrera o en los palcos. Brad Bramen (el empresario circense que protagoniza la película) ha organizado todo el espectáculo -aunque la anécdota de la sesión se producirá al final-, y el dispositivo puesto en marcha por las autoridades locales funciona a la perfección.

Lo único que no se pueden controlar es el mercurio, que estalla (los 25 grados que marcaban los termómetros poco tenían que ver con la sensación de bochorno), y el vuelo de los aviones. Algunos pasan desapercibidos por el gentío que aguarda la salida de los pájaros más atractivos. La Patrulla Culebra no defrauda con sus acrobacias. Cámaras de fotografía, vídeo y móviles inmortalizan los surcos que dibujan en el horizonte los aeroplanos. Ya se han olvidado los minutos de atascos y los problemas para estacionar los vehículos. El público entra en calor, el del ánimo y la complacencia, y se dejan oír los primeros aplausos. Menos atronadores que el ruido que el Canadair contraincendios provoca al recoger su carga. El amerizaje del hidroavión corta la respiración a los que pueblan la orilla y la suelta de los más de 5.000 litros almacenados se espera como el maná a los que pasean por la acera. Entre sloping y sloping, los 260.000 -cifra oficial del Ayuntamiento- los camareros avisan a los clientes de la disponibilidad de las mesas. Hay que esperar más que durante el atasco del Puente Carranza.

Otros guardan turno en los camiones de la Armada para que les pinten la cara con los colores de la bandera de España, mientras que sus helicópteros realizan las primeras pasadas. El espectáculo ataca al sentido del oído y el de la vista es ayudado por los prismáticos, que de poco sirven para observar las veloces acrobacias del Eurofighter.

Cuando en el Arana, el Arte Serrano o La Montanera se disponen a poner los segundos manteles, la marea humana se concita de nuevo en la primera fila. La Patrulla Águila liderada por el comandante Alonso gana de izquierda a derecha el cielo gaditano. El Capitán Pardo hace las veces de speaker. Pescadilla, en T, Poker, Cisne, Delta, en flecha o ascua, las figuras de los siete pilotos levantan las ovaciones más cerradas del Festival. Son las 14.30 horas. Con la formación plus ultra concluye el show. A los que les duele el cuello, después de más de dos horas y media, no se les escapa que la bandera de España formada por los Casa C -101 le falta una franja gualda. Poco importa. Se agradece la exhibición. El gran espectáculo, de Cádiz, debe continuar. Ya, en los bares.