JUEVES FLAMENCOS FICHA

Discretamente excelente

| CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Apoteósico», «extraordinario», «sublime»... Ayyy, cómo les gusta a mis semejantes encumbrar a unos y descartar a todos los demás. Y más complicado todavía cuando se trata de una serie de tan excelente criterio como la que año tras año alegra la noche estival gaditana en el Baluarte de la Candelaria, este año dedicada a la memoria del añorado Chano Lobato.

La noche de jueves había arte. La joven promesa que por tradición abre cada programa fue el algecireño Luis de Mateo de 22 añitos, acompañado a la guitarra por Manuel Peralta. Un decir honesto, facultades y buen gusto le guiaron por una selección de soleá, en la que viajó hasta Triana en busca del duende, pero aterrizó más cerca de casa con el remate de Paquirri. Tientos seguidos de un par de fandangos. Bulerías ajerezanás en las que metió cuplé clásico y hasta la soleá de Carapiera con calzador, fue el acertado cierre de su intervención.

Con menos de cuarenta años, tampoco se le puede llamar veterano a Paco Reyes, pero el gaditano tiene tablas por un tubo. Bien conocido en su ciudad natal, es un cantaor a descubrir para los aficionados de fuera. Sale vestido de traje y corbata para su gran noche en el Baluarte, y empieza por siguiriyas con ese eco profundo que tanto nos gusta a cierto tipo de aficionado, interpretando estilos de Cádiz y rematando con el clásico del señó Manuel Molina. Soleá muy gaditana, de sabor vivencial, y alegrías sabrosas en toda regla. «Me voy a acordar del Tío Chano con el tanguillo de la plaza de abastos», y el público respondió coreando. Un final por bulerías cerró su actuación con el Niño de la Leo a la guitarra. El bailaor Edu Guerrero, también gaditano, de veintipocos años, cerró la primera parte. Javier Rivera y Jeromo Segura pusieron voz al baile retro del joven que conserva las formas de mitos como Toni El Pelao, Manolete, Mario Maya o Güito. Por bulerías se le escapa la importancia de los silencios, pero hay madera de figura, no cabe la menor duda.

Antonio López, El Yeyé de Cádiz con el acompañamiento del Niño de la Leo, cantó por soleá, alegrías, tanguillo y bulerías, en la línea autóctona y con la soltura que aporta su dominio del compás. Cuando el bochorno atmosférico puede con él, la gracia gaditana fluye como manzanilla. Y los aficionados damos las gracias porque la «bata de lunares no fue la única herencia que dejó tu mare», sino que nos dejó también a ti para plasmar el mejor cante de esta tierra.

Y para cerrar la noche con estilo, dejamos atrás la luz de la Tacita para adentrarnos en Jerez y sus dinastías, en este caso, la de Vicente Soto Sordera. Con Manuel Valencia a la guitarra, anunció «mineras» que resultó ser taranto. Más ajustada a su línea, fue la soleá por bulería, tan cultivada por su padre Manuel. Después de siguiriyas y tangos acancionados con sabor jerezano, cerró por bulerías con su fascinante voz flamenca, democráticamente recordando a su barrio de Santiago, con retalitos de la Plazuela y esbozos de cuplé.