ENCIERRO. Ana Montiel pasa la mayor parte del tiempo en la cama del salón debido a su enfermedad, sin ver la luz natural. / MIGUEL GÓMEZ
CÁDIZ

Pendientes de un milagro

Ana Montiel, de 86 años, y su hija residen en el bajo 31 de la calle Obispo Urquinaona, una infravivienda llena de humedades y grietas

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Ana Montiel, de 86 años de edad, no conoce otra casa que el bajo derecha de la calle Obispo Urquinaona, número 31, una infravivienda con humedades y grietas en donde apenas existe luz natural. «Vine de Medina con mis padres cuando sólo tenía ocho años. Aquí he pasado mi infancia, me he casado y criado a mis hijos», recuerda al tiempo que un repentino ataque de tos interrumpe la conversación. Rosario López Montiel, la hija con quien vive, la atiende y agrega: «Mi madre sufre de bronquitis desde hace dos años y ciática; le tengo que aplicar ventolín durante las noches para que no se asfixie».

La mesita de noche y parte del mueble del salón, donde se encuentra la cama de esta anciana están atestados de cajas de medicamentos. El olor a humedad resulta casi insoportable en esta vivienda donde las dos ventanas, que no cuentan con cristales ni persianas, están tapadas con maderas y cartones con el objeto que «no entre el frío y afecte a mi madre».

Varios cristos y cuadros con el Sagrado Corazón de Jesús adornan las paredes porque Ana no pierde la fe en «poder disfrutar sus últimos años en una vivienda digna y cómoda que no atente contra la salud», dice. Y es que los problemas de movilidad que padece Ana Montiel limitan mucho su actividad. «La mayor parte del tiempo lo paso sentada en la silla, en el sofá o en la cama viendo la televisión», lamenta.

Con tal panorama Rosario es la que se encarga de hacer las tareas del hogar y guisar en la pequeña cocina comunitaria que se encuentra en el patio, concretamente en el hueco de las escaleras. Un espacio de pocos metros cuadrados donde los cables de la luz están pelados con el consiguiente peligro porque «aquí cualquier día puede producirse un cortacircuito», comenta esta joven.

Ana y Rosario viven solas y reconocen que durante este invierno lo están pasando «muy mal debido al frío y las frecuentes lluvias». Durante el temporal del pasado mes de octubre «la vivienda se inundó y tuvimos que sacar a mi madre con una amiga», recuerda esta mujer de 45 años. «Con la ayuda de 600 euros del Ayuntamiento compré este sofá porque el antiguo se estropeó al igual que los otros muebles del salón», agrega.

En la finca de Obispo Urquinaona, número 31, actualmente residen tres inquilinos. El resto de las tres viviendas están vacías, entre otras cosas porque el Ayuntamiento tiene abierto un expediente requiriendo al propietario que ejecute obras de seguridad en el inmueble. Ana Montiel tiene un contrato de alquiler indefinido por el que paga 80 euros mensuales, «dependiendo el consumo de agua que hemos tenido», aclara Rosario, quien reconoce que «el propietario hace años que no hace mejoras».

jmvillasante@lavozdigital.es