VISITANTE Y ANFITRIÓN. Retratos dibujados en la prensa de la época de Enrique de Prusia y Enrique El Mellizo.
Cultura

El príncipe y el artista

Un artículo publicado hace 107 años en Madrid desvela una insólita juerga flamenca de El Mellizo frente a Enrique de Prusia en un acorazado anclado ante Cádiz

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Anécdotas de flamencos gaditanos ante la realeza se conocen algunas: la de Aurelio Sellés, cuando cantó en la fausta coronación de la Reina Isabel II de Inglaterra en junio de 1953; la del célebre flamenco Diego Antúnez -abuelo de El Piti-, que fue el oficioso proveedor de chistes del Rey Alfonso XIII; incluso la de Servando Chiquito de Cádiz, cuando en la inauguración del Centro Municipal Flamenco La Merced, «preso de nervios» llamó a su majestad la Reina, «Sofía... Loren».

Pero quizás, el primer cantaor gaditano, que actuó para algún miembro de una Casa Real, fuera Enrique Jiménez El Mellizo, el cual cantó el día 27 de julio de 1901, conjuntamente con un cuadro flamenco gaditano -aún desconocido-, para el Príncipe Enrique de Prusia, Almirante de la escuadra naval de Alemania en Oriente y hermano menor del entonces Emperador alemán Guillermo II.

La anécdota más que flamenca, que lo es, tiene tintes de tragicomedia, como recoge la reseña publicada en el periódico ma-drileño El Imparcial del día 30 del mes y año señalados. Es un artículo firmado por «Peña», periodista gaditano corresponsal del noticiero citado que titula «Juerga flamenca a bordo del barco almirante de la escuadra alemana. Curiosas escenas».

Algunos pasajes entrecomillados de la pieza periodística permiten entender la naturaleza y peculiaridad del episodio. El artículo cuenta que, fondeada en la costa gaditana, se encontraba una escuadra alemana con 3.200 hombres, comandada por Enrique de Prusia. De entre los barcos que componía la citada flota, el barco almirante era el acorazado Fried der Grosse, donde navegaba el príncipe prusiano. «Respondiendo al deseo de los tripulantes de asistir a una fiesta típica andaluza, organizose una juerga flamenca que debía verificarse a bordo del buque almirante», dice el documento periodístico.

Picaresca para entrar

Los periodistas de Cádiz sabían que era prácticamente imposible obtener permiso para cubrir la escena dentro del barco, «dada la rigidez de las prácticas de a bordo». Pero el ingenio gaditano es mucho y don Miguel Rey, redactor del Heraldo de Cádiz se hizo pasar por flamenco y acompañado por la comitiva, formada por tocaores, bailaores y cantaores «de lo más escogido y selecto», llegaron en falúa de vapor al Fried der Grosse, donde embarcaron. Gracias a su ingenio, conocemos hoy la noticia:

«¿Ole!, gritaban los cañís desde la falúa que ocupaban, saludando al hermano del emperador de Alemania». Se colocaron en la toldilla de popa, iluminada por un potente foco eléctrico y dispuesta para el espectáculo, mientras la numerosa marinería alemana abarrotaba los entrepuentes del barco, expectante por la actuación.

«Mezclábanse los ¿oles! de los flamencos con los ¿hoc, hoc! de los alemanes. Se bailó, se tocó y se cantó y se sirvió cerveza, que era bebida con gestos de cómico desagrado por los cañís, que hubieran preferido, sin duda, unos cuantos chatos de manzanilla clásica».

En pleno apogeo festero, los pitos de los contramaestres, anunciaron la hora de la comida en el comedor de la oficialidad y «los flamencos fueron invitados con la fórmula de decirles: Vamos a tomar té. Uno de ellos excusóse diciendo: No estoy enfermo». Tiene guasa la cosa gaditana.

Por cierto, prosiguen los textos de la fecha, «el lunch fue es-pléndido, al estilo alemán, con sus patatas cocidas, su carne fría en gelatina, su manteca de Flandes, cerveza negra, te y cognac exquisitos. Este licor fue el favorito de los cañís. Se descorcharon y consumieron no pocas botellas». Los oficiales alemanes «reían a mandíbula partida», ante las ocurrencias de los flamencos, mientras eran traducidas al alemán por el intérprete del barco, el cual debió pasar fatigas para entenderse con los cabales. Hubo, incluso, interpretación de un pasodoble español a piano por parte de un oficial alemán.

«Seguidamente, un gitano, cogiendo una copa de cerveza, brindó por la fraterniá de España y Alemania. Luego dijo al intérprete: Haga usted el favor de decirles a estos caballeros mi brindis». Viva el arte y la diplomacia; por algo Lord Byron cuando llegó a esta ciudad en 1809 se sorprendió sobremanera el am-biente cultural gaditano».

Fin de fiesta brusco

Eran otros tiempos obviamente. Pero a las ocho en punto, ni un segundo más, un oficial se acercó al cuadro flamenco y ordenó la conclusión. Llegaba la hora del descanso de la tripulación.

El Mellizo interrumpió la malagueña que estaba cantando, el tocaor dejó sus dedos en suspenso sobre el más artístico de sus rasgueos, dejaron de sonar las castañuelas y los oles y la tropa flamenca se despidió de sus amables huéspedes.

El oficial alemán, no tuvo ni la delicadeza de esperar a que terminara la malagueña del genio gaditano, aunque al «jefe de la comitiva» que seguramente sería el propio Enrique Jiménez se le hizo entrega de cien pesetas por la contratación y seguidamente se volvieron en falúa a Cádiz. Pero el relato periodístico aún tiene un añadido: «Hete aquí lo que pasó: tanta alegría casi tuvo un final trágico».

Bronca final

«Los cantaores y tocaores procedieron a repartir las cien pesetas del regalo en una taberna gaditana, y hubo allí bronca terrible sobre a quien correspondían más o menos pesetas», añade el artículo de principios del siglo pasado. «No fue necesario que interviniese la autoridad, pero faltó poco. Verdaderamente no se habrá perdido el imperio alemán por la prodigalidad del regalo», afirmaba irónico el texto firmado por el reportero «Peña».