MÁQUINA HUMANA. Michael Phelps ya suma cinco oros en Pekín y va a por otros tres para destronar al mítico Mark Spitz. / REUTERS
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Hasta 'ciego' gana Phelps

Suma dos oros más y con once se convierte en el atleta con mayor número de metales dorados en la historia de los Juegos Olímpicos

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Ahí donde los otros ponen excusas, Michael Phelps añade más épica a su imparable trayectoria hacia el pico del Olimpo, en donde ya se pasea como el atleta con más oros olímpicos de la historia del deporte -once-. Ayer, en una matinal memorable en el 'Cubo de Agua', el americano tuvo ración doble de oro. El del 4x200 libre fue un paseo descomunal de los estadounidenses, una victoria tan aparentemente sencilla que le resta valor a la proeza -nadaron en 6:58.56, mientras Spitz y sus colegas establecieron el tope en Múnich con 7:35.78, siendo entonces un tiempazo-. En el 200 mariposa, por contra, la bala de Baltimore tuvo la desgracia de quedarse literalmente ciego por culpa de las gafas, que se le llenaron de agua al colocárselas mal en la salida.

Contrariado, el joven Phelps tocó la pared y de inmediato, sin la necesidad de girarse como los mortales para ver la pantalla ya que sabe que en cada final logra el metal más preciado acompañado de la mejor marca de la historia, se sacó el gorro de mala manera y lanzó las gafas con desprecio fuera de la piscina. Ni una sonrisa por su cuarto oro pequinés. En ese momento no le excitaba el haberse convertido en el mejor deportista olímpico de cuantos Juegos se han disputado. Sólo quería aliviarse.

Se rascó los ojos con tanta rabia que le costó regular la luz que le entró cuando retiró las manos de su cara. No hizo el tiempo que le hubiese gustado, pero aun así era el tope mundial. Paró el crono en 1:52.03 cuando él mismo tenía una mejor marca de 1:52.09 desde Melbourne. «Quería hacerlo en 1:51 o mejor, pero por las circunstancias no está mal», apunto con suficiencia el de Baltimore.

Se había colocado mal las lentes, un error humano en alguien que no tiene la misma sangre que los demás. Con 200 metros por delante, se le fueron llenando de agua hasta que en los últimos 100 nadó completamente a oscuras, sin referencias, sin saber dónde estaban los muros ni cuándo tocaba virar. Pura intuición, Phelps es un nadador que lo tiene todo en la cabeza. Sabe las brazadas que ha de dar, sabe los metros que nada por debajo del agua, sabe lo que hacen los rivales. Lo sabe todo y ello, sumado a su talento irrepetible, le convierte en el mejor de todos los tiempos. Paavo Nurmi, Larisa Latinina, Mark Spitz y Carl Lewis ya pasan a un segundo plano, relegados por un fenómeno que apunta a los catorce oros en su historial si se va de China con los ocho soñados.

El depósito se agota

Con las mismas gafas se presentó en la final del relevo del 4x200, cuyo oro deberían entregar antes de nadarlo a Estados Unidos vista la superioridad. Phelps se las colocó más arriba, pero otra vez le traicionaron. En el último giro perdió de nuevo la vista, aunque cedió el liderato para que Ryan Lochte, Ricky Berens y Peter Vanderkaay hicieran el resto. Ha superado a los cuatro fantásticos y ahora va a la caza de Spitz, que está a tiro de piedra. «El final está cerca. Lo deseo», reconoció un Phelps desbordado por los acontecimientos. «Esto es todo lo que yo había soñado. En el podio estaba pensando en el pasado. Estoy casi sin palabras».

Mejor que las dosifique ante el último tramo que le queda. «Todavía me queda algo en el depósito. Mejor dicho, espero que quede algo en el depósito. Acabo de estar bombeando en el relevo. Ya falta menos», explicó. Hoy tiene día libre de finales. Mañana disputa los 200 estilos, el sábado los 100 mariposa y el domingo el relevo del 4x100 estilos. «No soy invencible», advierte. Sólo el cansancio le puede derrotar.