Dos bandoleros se retan a navaja.
Dos bandoleros se retan a navaja. - ABC
HISTORIA

Los primeros bandoleros: el terror de Andalucía

Pese a la idealización del bandido, casos como el del jerezano Agustín Florencio demuestran cómo sembraron el horror

MÁLAGA Actualizado: Guardar
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El célebre historiador Eric J. Hobsbawm, en su obra «Bandidos», hablaba del bandido social, una especie de héroe de los pobres que, empujado al otro lado de la ley por algún tipo de arbitrariedad cometida por los poderosos, se ve obligado a rebelarse: el rey, los señores feudales o los propietarios de tierras son los destinatarios de su ira, mientras socorre, como puede, a los marginados.

Esta imagen épica, con el literario Robin Hood como máximo exponente, fue la que contaminó la figura del bandolero andaluz cuando la literatura romántica europea puso sus ojos en el exotismo de la España de los siglos XVIII y XIX, tan cerca y tan lejos del resto de Europa. Se dio por sentado, entonces, que el fenómeno del bandolerismo andaluz surgió durante estos siglos, producto de la descomposición del Antiguo Régimen.

Hoy la historiografía desprovee a los bandoleros de cualquier halo heroico. Se trataban más bien de delincuentes desalmados que sembraban el pánico entra la población, a la que sometían a todo tipo de abusos y desmanes: el bandido antisocial.

La revista «Andalucía en la Historia» recoge en su último número alguna de las historias de estos rebeldes primitivos que constituyeron los orígenes del bandolerismo andaluz siglos antes de lo que creíamos: salteadores de caminos en la Bética romana, los golfines y los monfíes, bandoleros en las fronteras medievales del Reino de Granada entre los siglos XIII y XVI, o la historia de Florencio Hinojosa, durante la Guerra de Sucesión, son ejemplos de ello.

A finales del año 1709 Agustín Florencio Hinojosa, bandolero de origen noble que asolara la Subbética, es acorralado en la ciudad de Osuna. Atrás quedaba toda una vida de crímenes que le había llevado a alcanzar la fama: de su Jerez natal a convertirse en el protagonista de una comedia titulada, «El asombro de Jerez y terror de Andalucía, don Agustín Florencio».

Su historial delictivo, donde se mezcla la leyenda y la literatura, puede seguirse a través de los pliegos de cordel. En Jerez dio muerte a un mancebo en una casa de juego, en Ceuta mataría a un mulato de catorce puñaladas, en Cádiz impidió la detención de una prostituta… Aposentado en Osuna, desde allí, apoyado por algunos notables de la ciudad, atemorizaría la región, causando estragos en localidades como Cabra, Lucena o Doña Mencía.

Aprovecharía la Guerra de Sucesión para cometer sus fechorías, poniéndose del bando austracista en una región favorable a Felipe V, excusa perfecta para delinquir y cometer sus atentados con la excusa del conflicto sucesorio. Este hombre, escribió el corregidor de Osuna, tiene los pueblos donde entra «horrorizados y atemorizados, hurtando a cara vista, jactándose no había justicia para él…».

Su apogeo delictivo llegaría en septiembre de 1709, cuando hirió al alcalde de Herrera y mató al padre de éste, tras lo cual, perseguido, se refugió en la torre de la Iglesia Colegial de Osuna con los miembros de su banda, como relata el profesor Juan José Iglesias Rodríguez, de la Universidad de Sevilla. Desde allí, con la connivencia de las autoridades eclesiales, permanecería tres meses encerrado, saliendo continuamente para cometer maldades por los alrededores.

Pero la situación se hizo insostenible, tomando las autoridades reales cartas en el asunto. El Capitán General, que mandaría a toda una compañía en su búsqueda, definió al bandido de la siguiente manera: «Este hombre tenía horrorizada toda la Andalucía, amedrentados los pueblos, atropelladas las justicias, y en tal confusión todo este país que no habrá paraje que no haya experimentado los insultos de su atrevimiento».

Tras un final asalto a la torre, y cinco meses en la cárcel, Florencio volvió a fugarse, después de herir al alcaide de la prisión de Osuna, prosiguiendo sus andanzas por Luque, Torredelcampo y Jaén. Finalmente apresado, fue juzgado por una vida de crímenes en la Real Chancillería de Granada y condenado a morir en la horca, no sin antes ser arrastrado por las calles de la ciudad en un serón viejo atado a la cola de un caballo.

Quedó escrito, en perfecta consonancia con la tradición de la literatura popular, que murió cristianamente, arrepentido y pidiendo perdón por sus delitos. Su cabeza fue expuesta, para escarmiento de la población, en la cárcel de Osuna, su mano, cortada, en Herrera, lugar en el que cometiese alguno de sus más horribles crímenes.

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