Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

Liturgia del desamor

Lo que viene a partir de ahora en el cogobierno de Capitulares es la representación ordenada de un divorcio pactado

LA liturgia de los gobiernos bipartitos dicta que en el ecuador del mandato empieza la escenografía del divorcio. Lenta pero inexorablemente. Las elecciones se acercan y los contrayentes deben comenzar a visibilizar que son entidades autónomas con personalidad propia. Todo el esfuerzo empleado hasta ahora en demostrar que el matrimonio de conveniencia ha funcionado con unidad de criterio debe recorrer el camino inverso. Es decir.

Pasan los años y los siglos y la liturgia se produce con la puntualidad de un reloj suizo. Primero el amor, luego el desafecto. Como en la vida misma, pero con un profesional sentido del cálculo que nos provoca estupor. Todo lo demás es teatro de barrio y gages de opereta. Da igual que se tiren los trastos con la cementera Cosmos, con la carrera oficial, con el turismo sostenible o, llegado el caso, con las ordenanzas fiscales. Hay que vestir el desamor ante el respetable público y se viste. Punto pelota.

Aquí conocemos el paño sobradamente. Desde 1979, es el quinto gobierno municipal que se ve abocado a la cohabitación a quemarropa. Lo cual no es bueno ni es malo ni todo lo contrario. Es la consecuencia lógica de una ecuación aritmética parlamentaria que obliga a meter en la misma cama a contendientes electorales. O sea. El resultado es un amor desganado, a punto siempre de la implosión, con dos cónyuges que duermen con el revólver bajo la almohada.

La democracia (y la vida) se mueven bajo estas coordenadas. Todo a punto del desplome siempre y todo a punto para el reencuentro. Pues bien. Nos encontramos en el ecuador del mandato y los consortes ya tienen la cabeza puesta en la separación de bienes y en la construcción del relato. Sobre todo en esto último. Quién tuvo la culpa y quién traicionó el inmaculado amor original. Porque no puede uno presentarse ante su electorado sin las viejas promesas de que ahora, esta vez sí, nunca más volverá a encamarse con ese ser indigno que no merece su estima. Luego ya vendrá lo que tenga que venir.

A finales de agosto, dijo la alcaldesa: «El cogobierno es una piña». Cuidado con las piñas. Que las carga el diablo. Soltó la frase para calmar la inquietud generada tras la dimisión del concejal Rafael del Castillo. El edil de IU se fue y aún no sabemos a ciencia cierta las razones de su fuga. La dimisión puede ser un acto de dignidad o de cobardía, según se mire. En todo caso, son el síntoma de que la realidad produce víctimas.

Y así anda la cosa. El bloqueo de Ganemos a las ordenanzas fiscales se incardina en ese juego de simulación del ecuador de mandato. No decimos que detrás de su negativa no se encuentren argumentos de peso. Que los habrá. Pero el órdago se produce justo en los albores de la desconexión calculada que apuntábamos párrafos más arriba. Lo que antes de ayer era un simpático lunar en el programa electoral de mi aliado hoy es una verruga desagradable y fea.

Lo que viene a partir de ahora es una representación ordenada de un divorcio pactado. Quedan dos años para vender los logros (los que haya), escenificar las diferencias y posicionarse en el punto de partida. Todo parecerá a punto de desplomarse y todo volverá a su sitio como por arte de magia. Escucharán gritos, verán aspavientos, oirán amenazas y sentirán que Capitulares se viene abajo. No se asusten. Es la liturgia del desamor.

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