Huelva

Los mejores atardeceres de la provincia de Huelva: unos miles

La marisma, los ríos, el mar y la sierra dejan algunas de las instantáneas más hermosas de toda Andalucía

Atardecer en Punta Umbría Turismo Huelva

Luis Ybarra Ramírez

Alguna vez fue insultada Huelva por ciertos cómicos que buscaron la risa fácil a través de lo hiriente. En la televisión. En la radio. Fue insultada, al parecer, por su falta de belleza y carácter. La respuesta, en las redes sociales, fue inmediata y supuso una de las mejores campañas que se han hecho en la provincia en lo que al turismo se refiere. «¿Fea?», se preguntaron muchos. Sorprendidos, incrédulos. Y haciendo acopio del refrán que dice eso de que no ofende quien quiere, sino quien puede poblaron Instagram, Twitter y Facebook de hermosas instantáneas onubenses. Fotografías que hablaban de un lugar donde la noche desciende por el agua y toma por el campo los colores de la hierba y el tocino. Una provincia, la de Huelva, que es salvaje por su escasa población, apenas 500.000 habitantes, y su vasta propuesta rural. Huelva es el atardecer en el Guadiana y el Atlántico enfurecido, la ermita de tez blanca a la que se quieren parecer los flamencos, más rosados, y un vino que sabe a cáscara en el Condad o. Es un pueblo sin transeúntes, Cumbres de Enmedio, y una aldea superpoblada. Marisma, río, alcornoque, viña, fandango. Hermosa sin que se nombre y desconocida para muchos, sus atardeceres dejan lo mejor de la tierra de la fresa y de la gamba, del jamón y la mina, de las estalactitas más oscuras, las que un día apuntaron a los templarios, la del Andévalo y la lonja, la de la playa y la serranía que se hace abrupta por el Norte.

Donde el sol se ahoga

«¿Dónde están sus mejores atardeceres?», nos preguntamos, como un día hicieron un aluvión de usuarios ofendidos. Y la respuesta parece venir de un espejo que refracta la luz en múltiples direcciones. Los más populares, o aquellos que ganan más 'likes' en las redes sociales, se colocan al pie del Atlántico. Las playas se vacían de bañistas cuando la tarde entra poderosa. En ese momento, dicen, las cosas se ven del color que realmente son. Sin gritos amarillos. Sin falsos filtros ni contrastes. En Punta Umbría , a la derecha, medio círculo rojo se agacha a beber, muy cerquita del Rompido , o de La Antilla , o del Algarve. Desde Ayamonte la escena es totalmente falsa, pues el sol se baña a la vez en dos aguas: las del Guadiana, que al fin encuentra su destino, y las del océano, que se pierde en sí mismo con el confín de color pardo. En el espigón de Mazagón entran las doradas a esa hora. Como si los peces, distraídos por la grandeza de su entorno, sucumbieran a la sinrazón de los señuelos.

Atardecer en la Sierra de Aracena Turismo Aracena

Todo es lo mismo, pero nada es igual. Matalascañas despide el día con una piedra de por medio que va marcando el ritmo de los años: van pasando sin tocar algunos elementos esenciales. El sol se ahoga también desde la playa desierta de Doñana , donde solo unos pocos disfrutan del espectáculo. El mar se engalana presumiendo de su obra. Los del Norte, se impresionan. Los del Sur, se enorgullecen, móvil en mano, como cada día, al retratar la función que todas las jornadas protagoniza el sol con las olas. Con la espuma y con el viento. Vale porque siempre es diferente y dura una distracción. Casi nada . Es sorpresivo cuando con las nubes se alía para jugar a los misterios carmesíes.

Donde la marisma refleja

Atardecer en Doñana ABC

El océano, tan grande, lo deglute. La marisma, más calmada, creada tan solo para que veamos mejor lo que sucede arriba, lo refleja. Y así el atardecer desde la ermita del Rocío es un desdoble de la realidad. El que sueña bañándose por la superficie y el que se eleva allá a lo lejos, más al fondo. Cerca de allí, Doñana, la que Caballero Bonald dibujó con magia en 'Ágata ojo de gato', coloca una gota de miel en cada árbol, en cada acícula de pino. África está a unos pocos kilómetros de Tarifa, pero dentro de este parque natural cuando se retira el sol . Está en el rostro de los troncos y las ramas, en el confín desconfiando que se torna a algo cada vez más oscuro mientras el reloj persiste en su traqueteo. África, la de los lagos que arden en la pluma de Javier Reverte, debe ser esto.

Más al Norte, la provincia también responde por sí sola a quienes no se molestaron en conocerla o, aún sabiéndolo, soslayaron su verdadera impresión en pro de la comedia. El tamiz que se expande por el aire de la Gruta de las Maravillas, en Aracena , salta de copa en copa desde los miradores del pueblo, donde un castillo ruinoso mira cómo pasan los siglos. La sierra parece aún más inhóspita donde menos gente hay: en Valdelarco, en Hinojales . También en el embalse del Andévalo, al pie de la Puebla de Guzmán. Y en los muelles de la capital, junto a la ría. Y en Sanlúcar de Guadiana, donde una cuerda une dos países, como si de un cordón umbilical se tratase. Y en los afluentes que lamen la tierra de Tharsis. Y en los Montes de San Benito. Y en el río Tinto, también. Los mejores atardeceres de Huelva son estos miles.

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