El castillo y la pequeña y poco conocida iglesia que son el «Vaticano de los templarios»
La iglesia de Santa María del Olival y el Castillo de Tomar, entre Lisboa y Oporto, esconden la leyenda portuguesa de la Orden
Con la banda sonora de Rodrigo Leao en aquel sublime «Ave Mundi Luminar», nos lanzamos hacia una «road movie» a la portuguesa bajo un «leit motiv» de leyenda. Nos dirigimos a las proximidades de Leiria , esa encrucijada que se alza a medio camino entre Lisboa y Oporto.
Dejamos atrás los impresionantes monasterios de Batalha y Alcobaça , que eclipsan la vida cotidiana de la Lusitania profunda y ejercen de antesala para quedarnos deslumbrados frente al «Vaticano de los Templarios», el enclave que otorga personalidad altanera al conjunto monumental de Tomar .
Divisamos la colina, donde el Convento de Cristo llama a las puertas de la solemnidad desde el olimpo renacentista, desde las huellas lejanas de las fortificaciones de Tierra Santa. Nada extraño, por tanto, que fuera catalogado Patrimonio de la Humanidad , rememorando la reconstrucción ordenada por Don Manuel I en el siglo XVI.
El mito de los rituales aguarda intramuros. Los símbolos del pasado salen al encuentro y la arquitectura invita a la inmersión en el claustro principal, en las dependencias donde se fraguaban las ceremonias ocultas antes y después de que la Orden de los Caballeros del Templo se transmutara en la Orden de Cristo.
La Ermita de Nuestra Señora de la Concepción jalona un itinerario capaz de sorprender con su silueta en forma de cruz y… un convento en cada extremo. De ahí a la Iglesia de San Juan Bautista se disemina toda una ruta de delicias conventuales que congregan a los fans más acérrimos de estos deliciosos productos, inundados de yemas de huevos y almendras.
Tumbas ilustres
El culto específico se va extendiendo y así arribamos a la Iglesia de Santa María del Olival , reposo eterno para varias tumbas de templarios ilustres, comenzando por Gualdim Pais, fundador de Tomar allá por 1160 y designado caballero por el rey Alfonso I.
Era (y es) el fraile templario portugués con una mayor aureola, aguerrido hasta para neutralizar el avance de las fuerzas almohades, y que igualmente salpicó una amplia franja geográfica con castillos que amplifican las andanzas de la Orden en una época marcada por la reconquista. De Monsanto a Idanha, de Ceres a Pombal.
Las murallas envuelven el milenario Convento de Cristo , que vigila el devenir de la historia mientras el abanico de la arquitectura expande su mosaico de estilos: románico, gótico, manuelino y, cómo no, renacentista.
Un entorno lleno de detalles como las tallas de madera policromada en la Charola de los Templarios , una especie de traslación portuguesa del Santo Sepulcro de Jerusalén. O como las cercanas columnas toscanas y jónicas. O como los iconos no ya de la Orden de Cristo, sino de las de la Jarretera y del Toisón de Oro.
Pero, ¿por qué edificar semejante refugio a mayor gloria de los caballeros en la lejanía del Portugal interior si Lisboa se encuadra en la desembocadura del río Tajo? Pues porque entonces era Coimbra la capital del país vecino , a solo 80 kilómetros del enigmático lugar.
Los almohades habían hecho sucumbir a Torres Novas y Abrantes, pero no pudieron con la resistencia de Tomar, después de seis días de encarnizada lucha. De modo que aquellos retazos parecen estar vivos en los surcos de la memoria, un verdadero impulso para el viaje.
Las ensoñaciones de Rui Massena al piano nos hacen evocar vetustos esplendores y parece imposible no caer en la tentación de mirar atrás para esbozar el conjunto monumental del hechizo antes de dar por finalizado el trayecto. Es el Portugal de los misterios , el que se despliega en medio de una sucesión de enigmas que subyugan a los más ávidos por degustar excelencias al son de las palabras.
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