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La verdad precisa de Amador Palacios

«Cuando uno se topa con libros como éste, surgidos de la nada como florecilla estupenda, uno se pregunta cómo surgió este milagro del papel impreso»

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Editar poesía en este país, ahora, es cosa rara y milagrosa; el libro de poesía está convirtiéndose en un objeto de culto extraño, en un grito sofocado que queda latente, como señal emitida por el transmisor de alguna cultura alienígena que insistiera en su mensaje salvador, pero que fuera sistemáticamente ignorado por los ridículamente orgullosos terrestres. Así las cosas, me llega una de esas señales: Bajo Véspero, última entrega de Amador Palacios, poeta manchego en toda la extensión geográfica del término (nacido en Albacete, criado en Toledo, hijo adoptivo de Cuenca, residente en Alcázar de San Juan). La Mancha, en realidad, como entelequia alucinada surgida de la mente de ese Quijote al que tan habitualmente se nombra y tan poco se comprende.

Bajo Véspero es un dietario poético, no un diario poético. El diario es otra cosa más prolongada en el tiempo, más sistemática, nacida, quizá, con espíritu de acta notarial. Por otra parte, el diario como género literario tiene una amplia tradición que va del diario inventado (Diario de Adán y Eva, de Mark Twain, por ejemplo), al diario puramente poético (Diario de un Poeta Recién Casado de Juan Ramón Jiménez), o a los más habituales diarios, publicados con consentimiento o no de su autor (del diario de Kafka al diario de Ory, por citar sólo dos).

Éste, sin embargo, es un dietario como libro en el que se apuntan, a modo de collage vivo, impresiones, pequeños relatos, aforismos, poemas en prosa… poesía, en fin, con un afán que podría, efectivamente, parecerse a un diario sin fechas ni cronologías; un diario un tanto anárquico pero en el que se suceden imágenes con evidente unidad plástica y poética y que da fe de variados momentos y variados paisajes, escrutados por la mirada de Amador, por sus vivencias y su filtro estético.

De lectura muy amena, Bajo Véspero nos pone bajo la advocación de Venus, segundo planeta del sistema solar, pero también diosa romana del amor, haciendo de esta advocación una preparación a lo pagano, una exaltación de los dioses, en confrontación con el monoteísmo cristiano. Las impresiones de Amador están teñidas (al menos a mí lo parece) de un paganismo exultante y reflexivo que reconoce en la naturaleza (sobre todo en la naturaleza) y en las cosas el toque divino, pero humano, de los dioses muertos hace tiempo, de unos dioses creados a su imagen y semejanza por los humanos (no al contrario).

Aparecen en este libro ricas venas de los materiales que hacen y conforman al poeta (no podría ser de otra manera): así la música, la naturaleza (insisto), la ciudad considerada como unidad estética, irreal casi, las referencias paraliterarias, los poetas, la plástica que se adivina en cada párrafo y que hace de este librito un especie de edelweiss que haya que contemplar/leer con la fruición que predispone al goce estético, logrado a partir del puro subjetivismo del autor que, aunque pretenda ser ojo de cámara, jamás logrará una imagen objetiva, aunque, eso sí, será una imagen que deba estar ahí, nacida de la luz interior del poeta.

Dije al principio que un libro de poesía, hoy, es cosa rara y milagrosa. Diría más: cuando uno se topa con libros como éste, surgidos de la nada como florecilla estupenda, uno se pregunta cómo surgió este pequeño milagro del papel impreso, a pesar de los pesares; cómo diablos surgió este edelweiss y quién tendrá la oportunidad única, la suerte de contemplarlo para seguir luego su marcha alpina siendo mejor persona que antes de la susodicha contemplación; quedando más solazado, sabiéndose miembro de una comunión casi única, casi ignota.

Bajo Véspero es un dietario poético en el que se mezcla el aforismo y la reflexión, con el sentido del humor y donde la contemplación estática y dinámica implican al lector y lo hacen partícipe de una verdad sutil entre las varias verdades posibles: la verdad precisa de Amador Palacios.

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