Ricardo de Santiago, Jaime Hernández y Romero Campos
Ricardo de Santiago, Jaime Hernández y Romero Campos - césar erustes
Toros

Ricardo de Santiago gana el concurso «Toledo busca un torero»

El novillero se impuso a Jaime Hernández y Romero Campos

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En un marco incomparable como la plaza de toros «La Caprichosa» de Talavera de la Reina, el novillero Ricardo de Santiago ganó la final del certamen «Toledo busca un torero», concurso impulsado por el empresario del coso, Evaristo Olcina.

Con un cuarto de entrada en los tendidos, se lidiaron seis novillos de Guadajira, muy bien presentados y de buen juego en general, con diferentes comportamientos dentro del buen tono. El segundo fue premiado con la vuelta al ruedo.

Interesante fue la labor de Romero Campos ante el buen primero de la tarde. Muy variado con capa y templado entró en quites con Ricardo de Santiago, mostrando que «tiene hambre» y buen corte. En la muleta dejó pases de gusto por ambas manos, con una entrega total que despertó olés en el coso de La Caprichosa y le valió una oreja.

En el cuarto estuvo más intermitente ante un animal de menos clase, con el que no terminó de acoplarse. Ni un paso atrás, eso sí, por lo que fue premiado con una oreja. Se le ve un buen concepto sobre la base felicísima de las ansías de llegar a ser torero.

Por su parte, el triunfador a la postre, Ricardo de Santiago, demostró lo que es ser novillero. El mexicano acudió a la plaza ni más ni menos que a triunfar o morir. Un gran novillo le tocó en suerte y De Santiago se la jugó sin trampas. La plaza le agradeció su «verdad» y le premió con el doble trofeo tras un variadísimo recibo capotero y una faena de nivel por ambas manos con algún natural de los que llenan de verdad. Se tiró como un león con la espada y se llevó dos orejas.

En el quinto su labor no fue tan rotunda, pero no se le apreció ninguna mentira. De nuevo enseñó la variedad mexicana con la capa y en la muleta, tras un tercio de banderillas sin acierto; dejó buenos pases por ambas manos ante un novillo de embestida incansable, al que cortó una oreja.

Y Jaime Hernández tuvo ese día en el que la suerte no termina de sonreír. Su primero saltó al ruedo tras el gran segundo y su mansedumbre fue un jarro de agua fría en el ánimo del público. Jaime dio todo pero sin terminar de acoplarse a un animal que, cuando se le dejó la muleta puesta, embistió agradecido. La espada tampoco ayudó y fue despedido en silencio.

En el sexto se entregó pero no terminó de pasar de una línea correcta que no llegó arriba (palmas). No se le puede pedir más al chaval porque sus carencias las deberá solventar el tiempo.

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