Santiago Martín

La sal de la Tierra

Son unos cobardes, que saben que pueden herir los sentimientos católicos, pero no lo harían con los musulmanes

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La presencia en la cabalgata de Reyes en un barrio de Madrid de una «drag queen» ha sido una provocación bien calculada . Cuando Podemos atraviesa una de sus horas más bajas de popularidad, era necesario echar carnaza a sus votantes más radicales y a éstos nada les gusta más que insultar a los católicos. Es un recurso muy utilizado. Por ejemplo, para acallar a los socialistas que protestaban por la política económica liberal que estaba aplicando su partido cuando gobernaba, se aprobaron leyes del aborto cada vez más permisivas. Así satisfacen a sus votantes, que pueden seguir aceptándoles como un mal menor. Lo de la «drag» vallecana no es, pues, más que eso: un gesto de cara a sus bases que sirva para entretenerles, como el que distrae a las fieras un poco de carne para que calmen su hambre. Son unos cobardes, que saben que pueden herir impunemente los sentimientos católicos, pero no harían lo mismo con los musulmanes.

Visto el asunto desde otra perspectiva, lo que demuestra este hecho o el de la «drag» crucificada en el carnaval de Canarias, es que no tenemos influencia social para detener estas ofensas contra nuestra fe , lo mismo que no la tenemos para impedir la aprobación de leyes inicuas e inhumanas, como la del aborto o la eutanasia. Con una tasa de matrimonios por la Iglesia inferior al 20 por 100 y con casi la mitad de los recién nacidos sin recibir el bautismo, no es de extrañar que los políticos nos tomen como un saco de boxeador al que pueden dar golpes sin que pase nada.

¿Qué debemos hacer? Sólo hay un camino posible: evangelizar . La «Iglesia social» -por no decir socialista- tiene los días contados. Simplemente, está muerta. La llamada «opción Benedicto» -no por el Papa sino por el monje- es, como lo fue en el siglo VI, un recurso válido sólo para algunos. La batalla hay que seguir dándola, pero de otra manera: insistiendo en la presentación íntegra del Evangelio, cuidando la liturgia, no cayendo en la trampa de las rebajas y, por supuesto, siguiendo con la ayuda a los pobres. Sólo así podremos volver a ser la sal de la tierra.

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